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ABRIL 2007  /  PERFILES

Fernando III "el Santo"

02-04-2007 2:27 p.m.

Rey de Castilla

Un conocido empresario norteamericano dijo en cierta ocasión que la gente emplea más tiempo en esquivar sus problemas que en resolverlos. Desgraciadamente, no le falta razón: vivimos en un mundo de prisas que no llevan a ninguna parte, un mundo en el que las cosas importantes se van quedando en el margen de nuestra vida, a la espera de que resolvamos otros asuntos que no tienen otra virtud que la de ser “urgentes”.

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Por desgracia, esta costumbre impera en todos los ámbitos de nuestras vidas. Sufrimos una sociedad acostumbrada a pintar puertas en los muros y esperar a éstas que se abran, una sociedad habituada a levantar cortinas de humo cada vez que la realidad la desborda. Cada uno de nosotros es libre de hacer lo que quiera con su vida, desordenarla y dejarla criar maleza si así lo desea; pero en ningún caso podemos permitir que esto suceda en la “res pública”. Brillan por su ausencia los políticos que exponen claramente un programa electoral y luego lo cumplen, paso a paso, empezando por las cosas importantes y terminando por aquéllas que no lo son.

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Ya hemos dicho en más de una ocasión que no es muy inteligente exaltar a un personaje histórico y reivindicar sus valores en nuestro tiempo; sí pretendemos, en cambio, rescatar aquellas figuras que aportaron algo bueno, que fue capaz empujar la historia en la buena dirección; una dirección que, aunque en los tiempos que corren no sea defendible completamente, en sus días supuso un avance y que, qué duda cabe, un ejemplo que, visto a través del cristal del presente, puede ilustrar y servir de referencia.

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Este mes queremos invitar a nuestras páginas a una figura que supo fijarse metas y alcanzarlas con determinación valiente, sin dejarse vencer por el desaliento y con una fe capaz de mover las montañas más inamovibles: Fernando III el Santo. Generalmente, solemos rescatar figuras cuya vinculación con Córdoba es más palmaria, más clara; sin embargo, hoy optamos por desempolvar a un personaje sin cuya intervención el curso de nuestra ciudad hubiese sido completamente distinto; y, a pesar de eso, la importancia de Fernando III en la historia de España es tal que su paso por Córdoba apenas ocupa un par de fragmentos de su biografía.

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Antes de apabullar al lector con los logros obtenidos por Fernando III, preferimos lanzar un par de pinceladas sueltas con la esperanza de que la curiosidad de quienes nos leen los motive a ahondar en su vida y hazañas.

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Fernando III, hijo de Alfonso IX y de doña Berenguela de Castilla, nació en 1198 o en 1199, los historiadores bailan las fechas sin alcanzar un consenso. Tampoco se sabe con exactitud el lugar de su nacimiento, pero se cree que en Zamora. En cualquier caso, nace de la mano del siglo XIII y podemos afirmar sin riesgo de exagerar que supo conducirlo donde quiso. Hay quien afirma que fue el español más ilustre de dicha centuria. La lista de sus virtudes es tan desproporcionada que cuesta trabajo creer que sea cierta; no obstante, la unanimidad de las fuentes históricas que consignan sus hazañas hace pensar que todo cuanto de bueno pueda decirse de este gran hombre es poco. Incluso, y no deja de resultar curioso, atesoraba cualidades que, en abstracto, pueden resultar incluso incompatibles.

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Salió victorioso de todos los desafíos que le deparó la vida, tanto de ojos para adentro como de ojos para fuera, tanto en las batallas interiores como en las batallas exteriores, no conoció derrota ni fracaso. Su trayectoria vital fue intachable; sólo cometió un error, pero por partida doble: casarse dos veces. En primer lugar, se casó con la «buenísima, bella, juiciosa y modesta» (optima, pulchra, sapiens et pudica) Beatriz de Suabia y, en segundas nupcias, al enviudar, con Juana de Francia. Tuvo trece hijos.

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Era una persona de naturaleza pacífica, pues sólo justificaba la guerra en los casos de cruzada cristiana y en los de “legítima reconquista nacional”. Además cumplió con firmeza su propósito de no batallar jamás contra príncipes cristianos; para lograrlo, tuvo que hacer verdaderos alardes de paciencia y diplomacia. Por suerte, entre su interminable catálogo de virtudes estaban esas dos. Recurrir a la vía del diálogo, teniendo en cuenta sus capacidades para la guerra, era sin duda una actitud que lo honraba.

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Unió los reinos de Castilla y León. Reconquistó Murcia y casi toda Andalucía, quedando para los anales de la épica los sitios de Jaén, Córdoba, Lorca, Cartagena, Cádiz y Sevilla. Destacó por su tolerancia con las demás religiones, siendo quizás más inflexible con los apóstatas y con los falsos conversos. Administró justicia con justicia (valga la infrecuente redundancia) y templó como nadie los ánimos belicosos que iban surgiendo en los diferentes Estados sometidos a su protección.

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Prescindió de validos, pero se rodeó de un particular consejo de sabios: doce varones doctos que le asesoraban en sus decisiones.

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Se dice que la pirotecnia cultural que caracterizó el reinado de su hijo Alfonso X encuentra sus cimientos en la labor realizada por Fernando III. Sin duda, su aportación a la cultura fue mucho más que importante, entre sus méritos están: impulsó la creación de universidades, tradujo el Fuero Juzgo, inició la construcción de unas de nuestras catedrales más emblemáticas, la de Burgos y la de Toledo.

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Era deportista, poeta y músico, destacaba por la elegancia de su porte al andar y montar a caballo, por la fluidez amena de su conversación, por su estilo al desenvolverse en todos los aspectos de su vida.

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Su vinculación con Córdoba la encontramos, como ya hemos apuntado más arriba, en la reconquista. La celebre Puerta del Colodro, plazoleta y cuesta ubicada en las orillas de la avenida de las Ollerías que se derraman hacia Santa Marina, debe su nombre a la Puerta que tuvieron que franquear para tomar la ciudad. Benito de Baños y Alvar Colodro, ambos pertenecientes a las tropas de Fernando III, aprovechando la noche cerrada del 23 de enero de 1236, escalaron la muralla en ese punto y consiguieron sorprender a los vigías musulmanes.

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Fernando III fue santificado por dedicar una vida ha hacer su trabajo y encomendar a Dios cada paso que daba.

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Falleció en 1252. Fuentes de la época aseguran que su muerte hizo llorar incluso a los guerreros más inconmovibles. Sus restos mortales descansan en Sevilla.

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Para dejar un buen regusto a los lectores, terminaremos con los versos finales de un poema que Ignacio M. de Argote dedicó a la reconquista de Córdoba:

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¡Córdoba por Fernando! escuchó el cielo.

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Horrible trueno que bramó en la sierra

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lanzó entre llamas con siniestro vuelo

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un rayo abrasador sobre la tierra;

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cruza el espacio, y al herir el suelo

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al musulmán predice luto y guerra,

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de Abderrahaman el trono derrocando,

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su poder y su gloria aniquilando.

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