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ABRIL 2010  /  ASOCIACIONES

Don Antonio Cañero, un caballero cordobés

24-04-2010 3:39 p.m.

El pasado 17 de febrero, se celebró en el Círculo de la Amistad de Córdoba, una asamblea por la que la Asociación Campera y del Rejoneo Antonio Cañero quedó reconstituída

En esta época que nos ha tocado vivir hay una desmedida querencia institucional a celebrar con boato los aniversarios, bien sea del nacimiento, bien de la muerte o bien de cualquier otra circunstancia de la vida y obra de los múltiples personajes insignes que esta piel de toro nos ha ido legando en las centurias que nos han precedido. Esta afición tiene una vertiente muy positiva, pero también un lado peligroso que lleva al empacho o a la tergiversación. Con todo, lo extraño es que no se haga conmemoración alguna, cuando el pasado 2002 se presentó la oportunidad de celebrar el cincuentenario del fallecimiento de un personaje del calibre profesional y humano de don Antonio Cañero Baena. Excepciones: algún acto aislado y la edición del libro que publicó F. Laguna sobre su tauromaquia, rico en documentos gráficos, que tengo entre mis manos a la hora de rendir este modesto homenaje que mi pluma quiere otorgar a este cordobés de pro.

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No es mi intención entrar en esta página en todo lo que supuso Cañero para la historia del toreo a caballo; para ello me remito al citado libro de Laguna o a lo que indica don José María de Cossío en el Tomo 3 de su imprescindible obra; quiero, sin embargo, entrar en el lado humano de este otro personaje irrepetible que en torno al toro ha parido Córdoba.

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Me contradigo y, como preámbulo biográfico de nuestro protagonista, esbozo unos datos que dejan constancia de la trascendencia que don Antonio ha tenido para el arte del rejoneo, para que sirva de aportación contra ese injusto olvido en el que ha caído su nombre. Cañero, me atrevo a decir, es al toreo a caballo lo que Belmonte y Manolete fueron al toreo a pie: una revolución sin la cual hoy no sería lo que es; el traje campero andaluz que hoy lucen todos los rejoneadores lo impuso él, ya que antes se hacía “a la federica”, evidencia del dominio portugués en esta práctica; fue el primero que echó pie a tierra para rematar a los toros, cuando la lidia lo requería; y el que creó la costumbre, hoy habitual, de formar su propia cuadra de caballos toreros; en definitiva, fue el primero que concibe el toreo a caballo como la lidia completa que hoy es la norma. Prueba de la grandeza torera de Cañero es el hecho de que entraba en los sorteos en el mismo plano que los toreros de a pie, ya que solía matar toros en punta; en un aspecto más artístico, hay que decir que su figura quedó estampada en los carteles por los dos grandes artistas de esta modalidad, Ruano Llopis y Roberto Domingo, algo inédito hasta entonces para un rejoneador. La escenificación más evidente de todos estos apuntes profesionales, la tenemos en la temporada de 1925, donde torea cerca de 60 corridas; piénsese en la época que es y la infraestructura que necesita esta práctica, rematándola nada menos que en París a primeros de Noviembre; al año siguiente sólo toreó 14, debido a una cornada que sufrió en Bilbao. Vamos, como los toreros grandes.

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Pero voy a retomar mi propósito de centrarme en el Cañero hombre, un cordobés total de esos que engrandecieron su historia con su caballerosidad, de esos que Córdoba suele olvidar. Fue bautizado en la Parroquia de San Miguel, nada más iniciado el año 1885. Hijo de comandante del Cuerpo de Equitación Militar, enseguida y por lógica adquiere afición y destreza con el caballo, -en la Córdoba donde siempre se criaron los mejores equinos de España, otro dato para no olvidar-, e ingresa en el ejército en que, con el tiempo, llegaría a ser Teniente Coronel. De estos primeros años, previos a su eclosión taurina, es la anécdota que refiere José Luis de Córdoba y que demuestra la casta de este personaje: En un concurso hípico celebrado en San Sebastián y dotado con importante premio económico, don Antonio sufrió una caída que le provocó la fractura de una pierna; al día siguiente, ante la sorpresa general, salió con la pierna escayolada, sin usar estribo y ganó la prueba. Su espíritu inquieto y su afición a los toros lo llevó por los derroteros artísticos ya reseñados; tuvo su complemento en la jaca llamada Bordó, “el pedestal de Cañero”, en palabras de don Gregorio Corrochano, cuya cabeza se perpetúa en nuestro Museo Taurino. Conviene detallar el encuentro entre ambos: estando Cañero en su casa vio pasar una jaca que dirigía una parada de cabestros, que conducían reses al matadero cordobés; fijándose don Antonio en ella, se la compró al mayoral por 3.000 pesetas. La enseñó a torear y a los dos días se la llevó a Francia, concretamente a Burdeos, donde la hizo debutar. El triunfo fue tal que se le rindió un homenaje esa misma noche en una bodega de esa ciudad tan vinícola, bautizando con ese excelente vino a la jaca con el nombre de “La Burdeos”, término que degeneró en “La Bordó”, nombre con la que se inmortalizó. Esta anécdota la transcribió el doctor Jordano, ya que el ganado que conducía la futura Bordó era propiedad de su padre.

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Cañero era, como buen cordobés, devoto de San Rafael. Una imagen del Arcángel lució siempre en lugar preeminente en su hogar; pero además, como hombre espiritual que era, fue el primer Hermano Mayor que tuvo la Hermandad del Rocío de Córdoba, participando activamente en la fundación de ésta. Otra prueba de su integración práctica en la sociedad cordobesa es el hecho de que don Antonio fue concejal del Ayuntamiento a partir del 10 de abril de 1948 y, aunque lo fue por poco tiempo, al ser una gestora donde se integraba, le dio tiempo a tomar parte en la Comisión Municipal encargada de la celebración de la Feria de Nuestra Señora de la Salud de aquel año, concretamente en el asunto taurino; allí intentó velar por la categoría de los carteles, tanto en el aspecto de toreros como de ganaderos, y dejó constancia de que la empresa no sentía aprecio por la ciudad y sólo se guiaba por el aspecto mercantil. Como vemos, nada nuevo bajo el sol.

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Pero el hecho más importante que realizó Antonio Cañero en su vida es el haber donado a la Asociación Benéfica “la Sagrada Familia” los terrenos pertenecientes a su finca “La Viñuela”, para la construcción de viviendas dignas para los obreros de Córdoba. Donación solemne que hizo a Francisco Franco en presencia del gran obispo Fray Albino. De este hecho surgió lo que hoy se conoce como barrio de Cañero, que usted, querido lector, no tiene duda del porqué de su denominación, pero créame si le digo que muchísimos cordobeses desconocen el origen de esta nomenclatura.

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Y así, tranquilos, transcurrieron los últimos años de la vida de este gran cordobés, en su finca de “La Viñuela”, nunca alejado de los caballos, ya que todavía hoy hay quien recuerda su figura paseando por las calles cordobesas en su Milord tirado por dos briosos caballos, anunciando ya su entrada en el mundo de los seres inmortales, lo que aconteció un 21 de febrero de 1952. Recibió cristiana sepultura al día siguiente en la muy cordobesa iglesia de San Lorenzo, en un modesto funeral, premonición del olvido al que nos enfrentamos aquí, con la única presencia de “Calerito” y dos coronas enviadas por el Duque de Pinohermoso y José María Martorell, como homenaje del mundo del toro donde en tal alta cota estuvo.

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Córdoba le concedió un sencillo nicho en el cementerio de San Rafael, a cambio de todo lo que éste le dió; posteriormente, todos sus recuerdos toreros serían donados por su viuda al Museo Taurino. Y en esta modesta contrapartida reposa don Antonio, no siendo lo único que su ciudad le dio, también le ofrendó el olvido, un olvido roto por la grandeza de este personaje, que aquí he intentado esbozar sucintamente, y por ese sombrero cordobés que nadie jamás ha llevado como él y que ninguno dejaríamos de identificar si lo denomináramos “el sombrero de Cañero”.

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