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ABRIL 2010  /  EL IMPERIO DE LA LETRA

El jardín de las musas

24-04-2010 2:01 p.m.

Ya lo dijo el poeta:

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“la vida no es un bloc cuadriculado

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sino una golondrina en movimiento,

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que no vuelve a los nidos del pasado

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porque no quiere el viento.”

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Y así es: “Córdoba Eterna” vuelve, pero no a los nidos del pasado porque sencillamente “no quiere el viento”. Nadie se baña dos veces en el mismo río, igual que –dicen- nadie besa dos veces a la misma mujer. Con la ilusión de un niño de los de antes el día de Reyes, con más ganas que nunca, con alma, corazón y vida os ofrecemos esta páginas que quieren ser distintas, que aspiran a más.

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Por ello, en lo que a esta sección respecta, os ofrecemos la oportunidad de participar en todos los sentidos. Es decir, no sólo en forma de puñados de palabras, mejor o peor aderezadas, que lleguen a los ojos del lector; sino que os brindamos la posibilidad de proponer temas, animando incluso a los lectores a que escriban y participen de forma activa. Están ustedes en su casa.

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Igual que las semillas se pudren para que pueda germinar la flor que llevan dentro, surge este proyecto sobre las cenizas del anterior, con la más sana intención de reinventarnos.

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La idea es la siguiente: no estamos ante una sección de Literatura al uso. Todo vale. Hay poesía –mucha poesía- en la guitarra de Vicente Amigo, llena de reminiscencias de nuestra tierra; hay un enorme sentido poético en la escultura del Gran Capitán que preside nuestra Plaza de Las Tendillas, ya que don Mateo Inurria –según reza la leyenda- quiso que la cabeza de don Gonzalo Fernández de Córdoba fuese de un color más claro para que resaltase sobre la tonalidad oscura de la Sierra de Córdoba…

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(Y hablando del Gran Capitán, hay poesía –qué duda cabe- en su famosa forma de justificar el destino de los fondos que le fueron asignados: “Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados.")

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Sin duda, también hay poesía en el hecho de que Ziryab se empecinara en beber en copas de cristal; en la obsesión de Abderramán III de acostarse cada noche con una mujer distinta; en la nostalgia de Ricardo Molina cuando, al llegar la Cuaresma, paladeando una copa de fino, se encontraba tan lejos de su amado Puente Genil; en la sombra del limonero que se proyectaba sobre Ramón Medina y su grupo de contertulios; en el silencio que envuelve la figura de Juan de Mesa; en la voz de Matías Prats padre, coloreando desde la radio la imaginación de todos los españoles en una época en la que el televisor provocaba la misma fascinación y extrañeza que un platillo volante o un político honesto…

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Se insiste, los lectores tienen la palabra –la suya y la nuestra-, proponiendo temas o atreviéndose a escribir; arrojando luz a las sombras, haciendo suya esta revista.

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A este respecto, no debemos olvidar que gran parte de la poesía –y con mayor razón en los tiempos que corren, en los que los poetas se muestran como hidalgos negros de lo incomprensible-, la pone el lector. Y ello es así hasta el punto de que un tonto, al igual que un reloj parado da dos veces al día la hora correcta, puede llegar a ser muy interesante si lo filtra un lector inteligente.

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A pesar de los vientos de cambio que no dejan volver a los nidos del pasado, la esencia se mantiene: se pretende, se quiere, se aspira a rescatar del olvido o de la indiferencia aquellas pequeñas cosas –como dijo Serrat-, que el viento arrastra y que “nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve”.

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Por eso, y por mucho más, queremos abrir una ventana con vistas a esa parte de nosotros que nos identifica, nos justifica y nos explica tal y como hoy somos; ya que nuestra forma de ver la vida tiene mucho de ver con el cristal en el que dejaron sus huellas dactilares todos aquellos cordobeses –naturales o adoptivos- que nos precedieron.

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Sirvan estas páginas para tirar del hilo del recuerdo, para poner las cosas en su sitio –o al menos, acercarlas al lugar que se merecen-; y aporte el lector su granito a este reloj de arena del tiempo perdido.

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