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DICIEMBRE 2006  /  LITERATURA

Pablo García Baena

01-12-2006 4:49 p.m.

Aun nace el poeta

Desentrañar a Pablo García Baena es buscar el sentido de la poesía en su estado más puro. Fuera de eclecticismos que la hicieran redundante, él ha sabido otorgar a sus versos el mimo del amante, el oficio del poeta y la sensibilidad de quien observa.

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Creó en 1947 la revista Cántico junto con Julio Aumente, Ricardo Molina, Mario López y Juan Bernier a cuyo espíritu, sutil e imborrable, se han sumado muchos autores, cutres y oportunistas, con el fin de ocultar sus limitaciones. El fin de los cuatro poetas fue llegar hasta la esencia de la Generación del 27, recorrer sus versos, sus fuentes, su estilo repleto de ritmo pero carente de formas estrictamente simétricas y llenarlas de un tinte modernista y estético. De esta manera consiguieron dar vida a cada poema hasta regalar una completa empatía entre el lector y el texto a través de la inmaculada creación de imágenes.

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La honradez de su pluma, que en muchos poetas queda en entredicho, está patente en la coherencia de su evolución poética. Así descubrimos un escritor enraizado en las formas, lleno de fuerza y del romanticismo de quien descubre el poder de su alma en su primer poemario, “Rumor oculto”, de 1946. Los versos que dan nombre al libro nos muestran una intención noble de quien escondía un poeta que reivindicaba su voz ante el mundo:

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Rumor oculto

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Quiero que sea mi verso

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como luna de abril,

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como las rosas blancas,

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como las hojas nuevas.

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Que mi cítara suene

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como el agua en la yedra,

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que mi canto sea nada

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para que lo sea todo

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y que a mis versos caigan

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heridas las estrellas.

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De este modo la nostalgia comienza a ser fuente de inspiración, como demuestra en “Mientras cantan los pájaros”. En sus versos encontramos, por ejemplo, una oda dedicada al pintor Gregorio Prieto donde García Baena nos habla de su niñez enraizándola con las imágenes más cercanas que le rodeaban. Ya era esponja de sentimientos y es en el papel donde el poeta derramó aquellos recuerdos que guardaba tan dentro.

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Su poesía nacida del pasado, la que nos cuenta el dolor y la melancolía, es como aquel mar frente al que quiso “morir cantando”. No son las palabras tristes las que nos embarcan en el alma del poeta, es el recorrer de su mano, letra a letra, sus versos y descubrir que un poeta sufre y vive más que nadie.

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A pesar de ello, parece al recorrer su obra que el autor se revela en sus siguientes poemarios, con textos y títulos explícitos: “Antiguo muchacho” (1950), “Junio (1957) y “Óleo” (1958). En ellas encontramos un desplante ante la vida partiendo de rasgos cotidianos. También existen momentos místicos, inspirados posiblemente en sus estudios sobre San Juan de la Cruz. La poesía que fluye en esos versos, como por ejemplo en “Ceniza”, es exultante, ingrávida aunque la fragilidad del corazón bueno y sencillo se derrama entre las estrofas.

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Con este semblante recorrió Europa en su madurez y llenó el alma de nuevas visiones que lo consagrarían como poeta. Atrás quedaron Cernuda, Guillén, Juan Ramón Jiménez ya que el estilo propio nació como un olivo haciéndolo pródigo para siempre.

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Este cambio lo observamos en parte “Doce viejos sonetos de ocasión”, de 1971. Tras un silencio de más de diez años, Pablo García Baena publicó una recopilación de sonetos donde homenajeaba a otros artistas y personas de su entorno. Las formas toman el verso aunque el espíritu es el mismo. Solo un genio es capaz de regresar a la rima, perfeccionarla y hacer de ella un poema actual.

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Su visión a partir de aquellos momentos fue la de un poeta consagrado, desengañado, carente de miedos aunque temeroso del destino. Al poeta se le conoce por sus versos y estos nunca perdieron la firmeza y humildad de sus convicciones. De esta manera, su entrega queda plasmada en “Antes de que el tiempo acabe”, de 1978. Los versos, más sintéticos y compactos que en anteriores ocasiones, nos ofrecen una visión más aperturista y rica de temática. La visión del universo y la descripción de ciudades y personas sitúan a su poesía en el mismo plano de un pintor que dibuja detalles dentro de un horizonte infinito. Los textos se transforman en el oleaje de un océano desbocado que solo encuentran el sentido sobre el papel. Esto es, al menos, el primer significado que se haya al leer algunos de sus poemas como “Delfos”, “Venecia” o “Córdoba”. Las descripciones irrumpen hasta hacernos partícipes de su destino. García Baena nos sigue, 30 años después, tendiendo su mano para que recorramos junto a él los paisajes que su vista percibe y que su alma traduce.

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Así García Baena nos enseña nuevas visiones poéticas, dentro de un constante crecimiento, en 1990 cuando publica “Fieles guirnaldas fugitivas”. La esencia pervive aunque el poema sigue evolucionando. Quizá por ello de su particular homenaje a Vicente Aleixandre en “Resplandor aún de día”. El poeta sevillano tampoco se estancó. Creció como poeta hasta llegar a convertirse en uno de los creadores más importantes de la historia. Sus versos, al principio, livianos y sencillos, se transformaron en pinceladas que mezclaban la basta cultura con un corazón repleto de sentimientos deseando estallar en letras. Este es quizá el mismo poso que deja la poesía de Pablo García Baena, una creación contundente, cada día más viva, capaz de adaptarse a los cambios, en constante evolución y donde un corazón, siempre el mismo, está visible desde el principio.

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