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DICIEMBRE 2007  /  REPORTAJE

Luis Morera

03-12-2007 5:18 p.m.

La luz del realismo

Ochenta y siete metros cuadrados son suficientes para cumplir un sueño. En este espacio, Luis Morera ha compuesto su vida, su trabajo y su pasión. Se trata del sótano de su casa catalana, donde este pintor ha dibujado innumerables trazos. Pero su acento lo delata. Ni treinta y cinco años lejos de su Córdoba natal le han hecho perder un ápice del espíritu del sur.

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Nacido en el barrio de Las Margaritas hace ahora cincuenta y siete años, confiesa ser un auténtico enamorado de la ciudad que un día le vio marchar. Desde los catorce, quería dedicar su vida a la pintura. Luchó por ello sin descanso. Morera encontró oposición en la familia, en los amigos y en su ciudad. Por ese motivo marchó hacia tierras catalanas. Morera tenía claro que el triunfo no llegaría solo. Había que buscarlo. Alguien le dijo que quizá podría encontrarlo en Barcelona, donde el arte contaba con más oportunidades.

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Su boda, hace ya treinta y cinco años, supuso el paso definitivo. La luna de miel, duró lo que el aparatoso tren de vapor tardó en recorrer los kilómetros que separan Córdoba y la ciudad condal. Con un par de maletas casi vacías y varios caballetes, Morera y su mujer emprendieron el rumbo hacia lo desconocido. Ambos ignoraban lo que el destino les depararía.

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Al principio, eran pocos lo que apostaron por él. Pero Morera supo jugar muy bien sus cartas. Su intuición le hizo ganarse la confianza de las mejores galerías de arte de la zona. Con el paso de los meses, su nombre sonaba con fuerza entre los entendidos de arte. Sus allegados y colegas comenzaron a respetarle. El valor de este cordobés, su tesón y su fuerza nunca se vinieron abajo. Así consiguió subir hasta lo más alto desde el punto de vista artístico.

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Hoy ha conseguido lo que pocos. En su casa cuelga un cartel que dice “Hago lo que quiero y me pagan por ello”. El único objetivo de cada día es contar con un lienzo en blanco para “ensuciarlo”, apunta el pintor.

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Joven y valiente

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Con catorce años ya trabajaba como secretario del dueño de la empresa ‘Calzados Rodríguez’. Allí estaba bien, hasta que le picó el gusanillo de la pintura. Lo que al principio parecía una chiquillería y un capricho, el paso del tiempo demostró que era un sueño por cumplir. Morera se enfrentó a su padre, que nunca vio con buenos ojos ese oficio que se había buscado su hijo. El pintor pronto consiguió zafarse de su empleo para dedicar todo un año a seguir los pasos del artista Francisco Jurado. Para ganarse la vida, “llevaba sus cuentas familiares y empresariales”, recuerda Morera. “Era un paisajista del que aprendí su magnífica fórmula para combinar los colores. Cuando él dejaba de pintar, yo me quedaba horas y horas ejecutando lo que había aprendido durante el día. Supongo que de ahí vendrá mi afición a trabajar por las noches”, comenta el pintor.

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Cuando contaba con quince años decidió continuar por su cuenta. Fue entonces cuando abrió un estudio junto a otros compañeros. Al tiempo, tuvo que marcharse al servicio militar. A su vuelta, consciente de las pocas posibilidades que Córdoba ofrecía a los artistas, se marchó a Barcelona junto a su recién estrenada esposa. Allí pudo desarrollar una obra basada en el puro realismo. Hoy por hoy, el artista afirma que “vive sólo y exclusivamente de la pintura”.

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Su vida profesional puede resumirse en las más de treinta exposiciones que ha presentado ante el mundo. De ellas, Morera ha sacado su colección privada. Entre su mujer y él eligen una de las obras de cada muestra y la guardan para ellos. Por eso está en su casa, colgada en las paredes de su estudio ‘Mi Cristo de los Faroles’, una obra maestra en la que se ve a la famosa figura cordobesa en un plano contrapicado. Con ella, como con otras tantas, Luis Morera se ha consagrado en su profesión.

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Hace poco tiempo ha concluido ‘Sueño Andalusí’, una obra “tan grande como una puerta de la que estoy completamente enamorado”, afirma el pintor. Ha estado dedicado a ella durante los últimos ocho años. El lienzo, como el resto de su colección, comenzó con un boceto. Pero ahora de este sólo quedan los cimientos, ya que el autor señala que “desde que empiezo con la primera idea, hasta que la doy por terminada, la obra sufre cambios inimaginables”. El artista trazó las líneas maestras de esta pasión en más de novecientas horas de trabajo. En ella puede verse a una modelo reclinada sobre un sillón y arropada con varias prendas. Sin embargo, la primera idea fue “poner a la mujer mirando hacia el pintor. Luego me di cuenta de que eso no era lo que yo quería. El cuadro sería más impersonal si ella escondía su cara. Así nadie podría relacionar Andalucía con un solo rostro”, apunta el artista. Sobre la marcha se cambió una alfombra por un mosaico y otros detalles más. Al final, “nada es lo que parecía en un principio. Esto es lo que hace a ‘Sueño Andalusí’ tan especial”, comenta el pintor.

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Esa modelo que constantemente necesita Morera para culminar sus obras suele ser su esposa. Con ella ha encontrado su filón de oro. Ella también es la protagonista de su obra ‘La larga ausencia hacia un olvido’. En este cuadro, un par de maletas se hacen las dueñas del lienzo. Sin embargo, la mirada se va hacia un gran espejo que refleja a una mujer desnuda tendida en su cama mientras lee la última carta que su novio le envió hace ya muchos años.

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La nostalgia y el romanticismo son las claves de la obra del pintor. Apuntes que también se dejan ver en ‘Canción para Pilar’ otro de sus trabajos, denominado así porque “el día que surgió hacer esta obra iba en el coche, escuchando en la radio la canción ‘Canción para Pilar’”. Las manos que acompañan al chaleco no fueron fáciles de encontrar. Morera tardó tres años en dar con ellas. ‘Aquello que nos une’, es otra de sus grandes obras. En ella ha reflejado el interior de la mezquita sobre el mar mediterráneo y el tradicional suelo catalán. Entre ambos una musa de espaldas que representa su ansiada Andalucía. Esta bella mujer une su pasado con el presente.

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Pura poesía

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Para Morera, cada “obra es un poema”. Pero sin duda, el tema central de sus pensamientos cordobeses, siempre pasan por el mismo lugar, la plaza de Capuchinos y el Cristo de los Faroles. Su gran devoción a este monumento viene de muchos años atrás, cuando este típico rincón estaba en el camino de vuelta de la casa de su novia. Todas las noches paraba “delante de la iglesia de los Padres Capuchinos y miraba al Cristo. Una de tantas, mientras llovía a mares, observé atónito cómo una mujer, arrodillada ante las rejas, lloraba sin consuelo. Pasados unos minutos, la mujer se levantó. Entonces enrolló un clavel entre las rejas, se santiguó y se marchó”, relata Morera. A los pocos segundos, Morera descubrió que la flor no era natural, sino de plástico. ‘La grandeza de mi pueblo’ es la obra que representa la pasión que Morera vivió aquella noche, la que tardó casi veinte años en descubrir.

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Su larga trayectoria en el mundo de la pintura desvela la grandeza de este artista. No obstante, Luis Morera afirma que “la mayor revelación que he experimentado en toda mi carrera ha tenido lugar hace muy poco tiempo”. Ocurrió hace dos años, cuando acompañó a unos amigos hasta el museo de Julio Romero de Torres, en la plaza del Potro. El pintor comenta cómo antes “no creía en este artista porque no me gustaba su obra. Su pintura no me decía nada”. Sin embargo, aquella visita cambió su visión de las cosas. “No se lo que pude ver en aquellos minutos que me embrujó hasta hacerme el más fiel admirador y defensor de mi paisano”, comenta. Desde entonces, su concepto de pintura ha cambiado. Para Morera “sólo Rembrandt y Julio Romero de Torres han sabido dar luz a las sombras”, por lo que ambos han servido al artista para dar otro toque lumínico a sus obras.

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Para el pintor, las noches cuentan con una magia especial. Todas sus exposiciones las prepara en esta hora del día porque es “cuando se calla el coche, la televisión y hasta la familia”, apunta. Como los grandes genios, Morera no abusa del sueño. Cuatro o cinco horas son las únicas que necesita para estar en plena forma a la mañana siguiente. Con esto y la felicidad que le provoca estar rodeado de los suyos y cerca de su tierra, es capaz de crear obras maestras del realismo.

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Pero su historia no ha terminado. Tras treinta y cinco años buscando un hueco, Morera vuelve a casa. El regreso definitivo lo tiene previsto para el mes de marzo. Ahora vuelve a su tierra cargado de experiencia. Morera, nostálgico de pro, quiso comprar para su vuelta la casa que le vio nacer. Pero no ha sido posible. Ha comprado una nueva, amplia, donde trasladará su increíble estudio, llenos de recuerdos, de vivencias y de armonía. Ahora es el momento de abandonar los ochenta y siete metros cuadrados donde ha pasado algunos de sus mejores momentos y donde ha dado rienda suelta a sus pasiones: el dibujo y la lectura.

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Su próxima exposición será en Córdoba. El artista no pone fecha. Ahora no tiene prisa. Ya se encuentra en casa y aquí seguirá los años de vida que le queden. Por fin su sueño se ha hecho realidad.

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