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Que el mundo del toro está lleno de contrastes es una realidad incuestionable. Es un mundo de luces y sombras que a nadie deja indiferente. Unos lo defienden con uñas y dientes y otros lo detestan visceralmente. Tan es así, que hasta los políticos de un mismo partido mantienen posturas enfrentadas. Mientras unos defienden sus valores artísticos y culturales, otros sólo denuncian brutalidad y maltrato para con el toro. Y bueno sería profundizar en él para descubrir cuales son los valores esenciales que, a través de la historia, han servido como fuente de inspiración a las bellas artes.
\r\nPodríamos decir que este es un mondo donde se hace clara distinción entre el toreo de arte y el toreo de valor como aspectos diferenciados. Por ello, a unos toreros se les califica de artistas, mientras que de otros sólo se dice que son valientes. Y como en este mundo también prodigan los tópicos, a los primeros se les aplica el de precavidos o medrosos, para del resto sólo decir que son toscos. Según esa teoría, posiblemente equivocada, el arte conlleva el tópico de la precaución, y el valor el del desprecio del riesgo. Y decimos que esa teoría puede ser equivocada, por la sencilla razón de que el torero artista, el puro, el auténtico, ha de tener tanto o más valor como el otro. Mientras que aquel, dejando al descubierto la pureza y la verdad del toreo, muestra la belleza de su arte, este oculta la carencia de sentimientos artísticos con alardes de arrojo y facultades.
\r\nOtra circunstancia que también ocurre, es que las condiciones físicas de los toreros influyen en su forma de interpretar. Por ello, los toreros altos y delgados suelen tener estética y entran perfectamente en el primer grupo, aunque no siempre tengan el valor suficiente para que se les pueda catalogar como toreros puros. Sin embargo, los que no son esbeltos, aunque también con alguna excepción, como fue el caso de Rafael Ortega, entran en el segundo.
\r\nY no deja de ser un tópico aquello de que el torero artista, para poder ofrecer la expresión de su toreo, necesita un tipo de toro con unas condiciones determinadas. No. Lo que le ocurre, es que ese artista carece de valor para correr el riesgo que el toro tiene. Pero ha de saberse que ese puede ser un buen lidiador, aunque su estética supla la inspiración y el arte. Sin embargo, el valiente, y eso no es tópico, suple su falta de calidad con alardes de valor ante cualquier tipo de toro. Pero ni lo uno, ni lo otro es siempre real. El más artista es aquel que, por sus conocimientos técnicos y por su valor, tiene la capacidad de hacer faena a mayor número de toros. O como se dice en el argot taurino, es al que le sirven mas toros.
\r\nEl valor del torero no tiene por qué estar reñido con su expresión artística. Ni mucho menos. El valor del torero está en ser consciente de lo que en cada momento se está jugando. Y lo es cuando sabe cuales son las condiciones especificas del toro que tiene delante y lo que tiene que hacer para lograr la faena que, a pesar del riesgo que se pueda correr, haya que hacer. Lo otro son zarandajas. Y si no, ahí están los ejemplos escritos por muchos toreros durante la larga historia del toreo. Toreros artistas que basaron su arte en el auténtico valor. Toreros artistas que, por inteligentes, supieron tener la mente despierta para descubrir el terreno que había que pisar y la distancia a la que había que ponerse para, pisando ese terreno y colocándose a esa distancia, tener el valor suficiente para dejar las zapatillas quietas y ofrecer una auténtica expresión artística de sus sentimientos toreros.
\r\nLa historia del toreo está plagada de toreros artistas que basaron su arte en un valor sereno y consciente. Sin ir mas lejos, ahí tienen el ejemplo de Manolete. Y en lo últimos años tuvimos el claro ejemplo de José Tomás y en estos el de Morante de la Puebla. El primero sufrió en sus propias carnes las consecuencias del valor sereno que siempre puso a contribución, logrando ofrecer la magnitud artística de la concepción de su toreo. Mientras que el segundo también ha pagado con creces poder desgranar cada temporada una serie de faenas pletóricas de arte e inspiración que quedan en la retina de los que tuvimos la suerte de presenciarlas. Pero claro, el primero duró muy poco porque la apuesta fue excesiva y abandonó pronto. El otro, aunque con una trayectoria con muchos dientes de sierra, ahí está.
\r\nSin embargo, esta teoría del arte y el valor tiene su base y fundamento en Enrique Ponce. Un torero que puede considerarse como artista y que apoya su toreo en la estética de su esbelta figura, en la inteligencia que le permite descubrir terrenos y distancias y, lógicamente, en el valor sereno, poco común, que le permite asumir el riesgo de pisar esos terrenos y esas distancias con toda naturalidad, sin aspavientos ni alardes. Esas son las condiciones que le son ajenas a otros muchos, mientras que a él le han servido para convertirse en la figura más importante de las diecisiete últimas temporadas.
\r\nCuando Ponce llegó al escalafón de matadores, en el mes de marzo de 1990, venía con la credencial de haber sido uno de los novilleros de mayor proyección. Sin embargo, a partir de la alternativa, toreó muy poco. En sus primeros meses como matador de toros, desde marzo a julio, tan sólo toreó cuatro corridas de toros. Y como esa historia, por la lejanía en la fecha, puede estar olvidada, o ser poco conocida, bueno sería recordarla.
\r\nCuatro novilladas precedieron a aquella alternativa en la que estaban anunciados Joselito y Litri. Una oreja conquistó el torero de Chivas. Oreja que, al parecer, sirvió de poco ya que la inactividad llegó a ser preocupante. Sin embargo, el estar en el dique seco, pudo servirle para tomar conciencia de que en esto del toro, si se quiere ser alguien importante, hay que estar muy despierto y dispuesto. Llegada la feria de valenciana de julio, donde sólo estaba contratado para una tarde, consciente el torero de su situación, apostó muy fuerte. O sea, que le echó valor del de verdad. Fue un valor sereno y consciente por la sencilla razón de que sabía a lo que se enfrentaba y el riesgo que corría.
\r\nOcurrió que Ponce, acartelado junto a Roberto Domínguez y El Soro para el sábado, 28 de julio, se quedó sólo. La oficialidad dijo que tanto Domínguez como El Soro, habían presentado sendos partes facultativos. Según parece, el día estuvo lluvioso y en la taquilla había caído el diluvio universal. Pero el joven matador, consciente de que aquella oportunidad no la podía perder, decidió hacer el paseillo en solitario para enfrentarse a tres toros de Galache y otros tres de El Toril. Ni que decir tiene que Ponce hizo ese gesto con valor sereno y a sabiendas de los que se jugaba en el trance. Según parece, en el segundo de la tarde cayó una tromba de agua que agravó aún mas la situación. Pero el torero supo resolver la papeleta y, a partir de ahí, se le abrieron las puertas de muchas plazas que, hasta aquel momento, se le mantenían cerradas. Al final de temporada había toreado un total de 25 corridas de toros.
\r\nUn importante plantel de matadores mandaba en el escalafón. Al frente de todos ellos estaba Espartaco que capitaneaba a Roberto Domínguez, Víctor Mendes, Cesar Rincón, Litri, Emilio Muñoz, Joselito, Ortega Cano, El Soro, Roberto Domínguez, Tomas Campuzano, Julio Robles, Juan Mora, etc. Y entre todos ellos se fue metiendo el joven torero de Chivas que, al año siguiente subió a 53 corridas y en la temporada del 92 a 100 corridas toreadas, para ocupar ya el primer puesto del escalafón. Aquella apuesta de julio del 90 fue definitiva en su carrera. El valor del torero nunca estuvo reñido con su arte. Ponce desbancó a los más importantes toreros del momento y aguantó el envite de todos los que vinieron después, quienes no pudieron con él.
\r\nDesde entonces está demostrando cada temporada, y van para dieciocho, que el valor consciente no está reñido con el arte. Este, Ponce, es el único espada de la historia moderna del toreo que ha mantenido su cetro durante mas tiempo. Y es que para ser torero artista hay que ser valiente a carta cabal. De ambas cualidades está dotado, y de que manera, Enrique Ponce.
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