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ENERO 2007  /  PERFILES

Moshé ben Maymon

01-01-2007 9:42 p.m.

Desde el número anterior –los lectores más fieles lo habrán notado- esta sección ha sido rebautizada. Los motivos son varios, pero nos gustaría resaltar dos de ellos: el primero, la voluntad de cambio, el intento de no fosilizarnos, el deseo de hacer las cosas cada día un poquito mejor; el segundo motivo reside en el reconocimiento de nuestra incapacidad para condensar una vida en pocas palabras… Y no una vida cualquiera, sino la vida de personas que admiramos, personas respecto de las que tenemos que reconocer una deuda histórica imposible de saldar. Y por sabido se tiene que, a la hora de escribir sobre algo que nos importa, se nos suele encoger la mano con más facilidad… Cosas que pasan.

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Por eso, preferimos rebautizar la sección con el nombre de “Perfiles”, quizás porque no aspiramos más que a eso: a bosquejar un trazo, a “pincelar” siluetas, a proyectar perfiles como sombras chinescas sobre una pared en blanco.

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Hace unos meses, uno de nuestros lectores nos enviaba una carta electrónica en la que nos retaba a esbozar la figura de Maimónides, haciendo hincapié, en la medida de lo posible –que no es mucha-, en la relación que tuvo con Córdoba. Hemos vencido la tentación de fingir que esa carta nunca llegó, correr un tupido velo y dejarlo estar; en un intento de ser fieles al espíritu valiente, e incluso temerario, de la revista, hemos procurado asumir el reto, aun sabiendo que la empresa es poco más o menos que imposible.

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La figura de Maimónides es inabarcable, inconmensurable, incognoscible. Moshé ben Maymon o Musa ibn Maymun (en hebreo משה בן מימון, y en árabe موسى بن ميمون), también conocido como Rambam (el acrónimo de sus iniciales en hebreo) ha sido uno de los personajes más importantes de la historia… y no estamos incurriendo al afirmarlo en ninguna de esas exageraciones propias de nuestra tierra; en todo caso, créannos, nos estamos quedando cortos.

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Nace el 30 de marzo del año 1135, en el seno de una familia noble y distinguida. Su padre era un jurista muy reconocido, llegando incluso a ejercer funciones políticas en el seno de su comunidad. En aquella época, y no por mucho tiempo, la sociedad judía disfrutaba de una vida apacible, exhalando el aroma de las mejores flores de la cultura árabe. Los judíos, ya que su lengua materna era el árabe, tuvieron la posibilidad y la virtud de hacer suyos todos los aciertos de los musulmanes. Supieron moverse como pez en el agua en una de las ciudades más ricas que han existido, sobre todo desde el punto de vista cultural.

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El joven Maimónides inició sus estudios bíblicos y talmúdicos en Córdoba, dejándose arrastrar por las innumerables mareas de pensamiento que, por aquel entonces, confluían en la capital de al-Ándalus. Cada piedra de nuestra ciudad rezumaba medicina, astronomía, matemáticas, poesía y filosofía. Aunque el eco de Alhakén II iba perdiendo fuerza, no podemos olvidar que Córdoba era una inmensa biblioteca viviente, un punto de encuentro para científicos, artistas, literatos y pensadores.

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Se cree que Maimónides, desde un primer momento, se interesó principalmente por materias de carácter teórico. Su vocación escoraba hacia ocupaciones más relacionadas con el pensamiento que con las manos; sin embargo, las circunstancias de la vida, y principalmente las necesidades económicas, lo llevaron a aplicar sus conocimientos al campo de la medicina, llegando a ser uno de los médicos más afamados de su época. No es fácil que un profesional sepa conjugar adecuadamente el binomio teoría-práctica, y, en este sentido, Maimónides demostró que las ideas, para tener algo de valor, tienen que servir.

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En 1148, a los trece años aproximadamente, su familia tuvo aparentar su conversión al Islam y emigrar como consecuencia de un brote de fanatismo almohade. Esta circunstancia los llevo a cambiar continuamente de residencia.

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Es un mal endémico de los habitantes de muchas ciudades y, en especial de la nuestra, no valorar de forma adecuada su patrimonio histórico, no saber presumir de lo que tenemos, de lo que somos. Es muy propio de nuestra tierra acostumbrarse a lo bueno y dejar que la rutina extienda su pátina de polvo gris sobre las maravillas de las que deberíamos sentirnos más que orgullosos. Envidiamos al vecino sin querer darnos cuenta de lo que tenemos… Hasta que se pierde.

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Pensamos que la intensa relación de Maimónides con nuestra ciudad esta propiciada precisamente por esta circunstancia. De los cerca de setenta años que vivió sólo los trece primeros los pasó en Córdoba. Si a eso se le añade que no se suelen tener recuerdos de los tres primeros años de vida y que, hasta los cinco años, más que recuerdos se tienen sensaciones de haber recordado, es muy poco el tiempo que Maimónides pasó en nuestra ciudad, en su ciudad. Incluso hay quien defiende que nació en otro sitio, a pesar de de que todo indique lo contrario. Sin embargo, no podemos negar que confluyen una serie de factores que hacen de Maimónides un hombre muy influido por Córdoba.

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En primer lugar Maimónides jamás se fue del todo, casi con toda seguridad, al hacer las maletas para huir, se dejó una parte muy importante de sí mismo entre las murallas de la ciudad. Por otro lado, no es lo mismo irse que tener que irse, una cosa es la libertad de circulación y otra bien distinta la necesidad de circulación. Como en todos los exilios, lo importante no es adónde se va, sino de dónde se viene; y, en este sentido, Maimónides fue toda su vida un exiliado. A esta sensación indeleble de desarraigo, hay que sumar el hecho de que Maimónides siempre concibió Córdoba como el paraíso perdido, esa parte del tiempo y del espacio a la que ya no se puede volver.

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Maimónides estuvo poco tiempo en Córdoba, pero se pasó casi toda su existencia viviendo en la distancia, alejándose mientras el hilo del recuerdo se tensaba más y más con cada paso. Toledo, Almería, Marruecos, Egipto… todos sus destinos eran, muy probablemente, vórtices de ausencia, es decir, confirmaciones de que en realidad no estaba donde quería estar. Ya lo dijo Serrat: “nada más amado que lo que perdí”.

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Sin embargo, el lector no debe imaginara un fantasma errante y quejumbroso que vaga por el mundo arrastrando su pena. Los grandes hombres no se dejan doblegar por las circunstancias adversas: en Egipto, Maimónides fue médico del sultán Saladino, además de rabino y guía espiritual de comunidades judías.

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Ante un personaje de esta envergadura, lo más recomendable es echarse a un lado y dejar que se defienda solo, usar sus propias palabras para llegar a él por el camino más corto. A continuación, les exponemos una selección de sus máximas, sentencias o pensamientos en para que se hagan una idea de la elevada estatura intelectual de Maimónides.

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En el Tratado sobre el Asma (Cáp. XIII, 30, a), que dedicó a Saladino, Maimónides dice: “El médico no debe tratar la enfermedad sino al paciente que la sufre”.

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También dijo que “El médico debe procurar que el enfermo y el que goza de buena salud estén en alegre disposición; deben evitarse emociones que causen perturbaciones y desarreglos. Esto es esencial para la cura del paciente y especialmente para el cuidado de los casos mental como hipocondría, depresión y melancolía”. En definitiva “muchas enfermedades han desaparecido por el solo efecto de la alegría”. Ya ven que no exageramos cuando decimos que era un adelantado a su tiempo. Piensen que las enfermedades del siglo XXI son la ansiedad, la depresión, el desconsuelo, los nervios, la bulimia, la anorexia… Y casi todas se suelen combatir pasando por botica. Hasta hace relativamente poco tiempo se tiende a distinguir entre enfermedades que afectan al cuerpo y males que atacan a la mente. Maimónides supo ver, ya en sus días, que no hay una línea divisoria tan nítida como se nos ha querido hacer creer, sino que, muy al contrario, existen una serie de alambiques o vasos comunicantes que se encargan de desdibujar la frontera entre cuerpo y mente. En definitiva, un pellizco de alegría suele ser más beneficioso para la salud que un saco de aspirinas o que una bañera de jarabe. En sentido contrario, Maimónides defendía que las tormentas psicológicas no suelen llevarnos a buen puerto: “Cuando buscáis la venganza, probablemente no la tendréis y enfermaréis vuestro corazón con la prolongada espera… Haceos conscientes de que os sobrevendrá: odio, un corazón vengativo, confusión, pérdida de sueño, incapacidad de trabajo, etc.”. No se puede ser más práctico, más filosófico y más religioso al mismo tiempo.

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Fue autor de numerosas obras, pero nos interesa destacar su “Guía de Perplejos”, en la que vuelca todo su pensamiento filosófico. El peso de sus ideas es inmenso: se ha dicho que Maimónides es para la tradición judía lo que Santo Tomás para la cristiana… Y podría decirse más, ya que es sabido que Maimónides influyó en la filosofía de Santo Tomás. Hay un proverbio que reza: “de Moisés (el de las Tablas de la Ley) a Moisés (el filósofo), no hubo otro Moisés”. Esta comparación nos transmite una idea de la importancia de este gran hombre.

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Murió en El Cairo, el 13 de diciembre de 1204.

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