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La cosa fue como sigue: Mi buen amigo Juan Agustín Reina se presentó una noche en mi casa de Puente Genil dispuesto a tomar una copa de Pedro Ximénez en el porche, pero no vino solo. Le acompañaba una hoja xerocopiada, desnuda y sin preámbulo alguno. Me la entregó y me dijo:
\r\n"Me la envió desde Málaga mi hermano Ramón, quien, desde que se jubiló, frecuenta mucho la Biblioteca. Quiero que de esta hoja salga un artículo".
\r\nEl mandato fue imperativo, pues, mientras se realizaba, se oía el ruido del búho que nos acompaña todas las noches en el jardín, y que escuchó las palabras de Juan Agustín. Al búho, de ninguna manera le podemos decepcionar, pues se podría enfadar y abandonar el árbol cercano en el que habita y no volveríamos a saber nada de él.
\r\nNo tuve más remedio, pues, que hacerme cargo de la fotocopia que enviaba Moncho Reina. La miré. La leí. Era la página 460 de un libro titulado "De Etnología andaluza", de Julio Caro Baroja y consistía en la "Lista de las Comidas que celebró la Corporación El Imperio Romano en la Semana Santa de 1950". La lista incluía una exhaustiva relación de manjares y bebidas, con detalle de la cena o almuerzo a que correspondía. Y estaba impresa por Artes Gráficas LA IDEAL.
\r\nEn el inicio de la hojita en cuestión, aparece el final de un párrafo empezado en la página anterior. Reza así:
\r\n"...gala de la situación económica de que se disfruta y de manifestar esplendidez ante los forasteros. Como muestra de este espíritu ostentoso puede ponerse, por último, el adjunto impreso, que indica las comidas de la Corporación llamada del Imperio, que nos obsequió a George M. Foster y a mí durante la Semana Santa de 1950".
\r\nEn los menús, por cierto, se aprecia abundancia en el consumo de huevos y considerable variedad de modalidades en su preparación, ya que un día eran moles, otro a la flamenca y el Jueves Santo "como salgan". También se aprecia en el menú, la afición a la letra k que tenía el impresor, pues al entrecot le llama pomposamente "entrecok" y al filete lo bautiza como bisteck. Y se quedó tan feliz.
\r\nComo la página anterior no estaba a mi alcance (ni ninguna otra), el enigma se parecía al de un crucigrama al que le faltan las verticales y parte de las horizontales. No obstante, el asunto atrajo poderosamente mi atención. Julio Caro Baroja, el autor del libro, es sobradamente conocido. Fallecido hace pocos años y sobrino de Pío Baroja, fue antropólogo, etnólogo y compartía la sangre vasca, la italiana y la andaluza. Vivió algunos años en Málaga, donde prologó un espléndido libro de Manuel Blasco, extraordinario pintor, titulado "La Málaga de principios de siglo", compuesto de su obra pictórica sobre Málaga y de amenísimas observaciones sobre sus cuadros y sobre su ciudad.
\r\nSin embargo, lo que me interesó fue la identidad de su compañero. En una primera impresión pensé que el mencionado George M. Foster pudiera tratarse de un hermano de Edward Morgan Forster, uno de los escritores de más talento del siglo y uno de mis novelistas preferidos, inglés que vivió en la India, como Kipling, y autor de joyas de la literatura como "Pasaje a la India" o "Una habitación con vistas".
\r\nDe modo que, con estos mimbres, me vi comprometido en conocer algo más sobre las andanzas de estos señores en Puente Genil. Y a fe que no resultó fácil. Aquí encontré la ayuda de mi mujer, quien tras averiguar que resulta casi imposible encontrar un ejemplar de este libro en la actualidad, finalmente localizó uno en la Biblioteca Nacional, y fotocopió el capítulo en cuestión. Y ahora lo tengo frente a mí. Y para comenzar me entero de que George M. Foster fue un antropólogo norteamericano, director de un centro anejo a la Smithsonian Institution de Washington. Todo un personaje. Foster vino a España con la idea de efectuar un estudio comparado de la cultura popular en España y en la América española. En 1949 conoció en Madrid a Caro Baroja, y a partir de entonces hicieron juntos frecuentes viajes por nuestro país, especialmente por Andalucía, que era la región que suscitaba su mayor interés.
\r\nUno de esos viajes fue a Puente Genil y tuvo lugar, efectivamente, durante la Semana Santa de 1950, esto es, 11 años después del final de la guerra, y justo cuando agonizaba la primera mitad del siglo XX. En tal fecha, llegaron a aquel pueblo Julio Caro Baroja y George M. Foster, con el espíritu abierto y la curiosidad intacta.
\r\nCumplido mi compromiso con Juan Agustín Reina, el búho se dio por satisfecho, y allí continúa para mi alegría, oculto en la fronda del vecino eucalipto, con su continuo murmullo, noche tras noche.
\r\nCuando Julio Caro Baroja y George M. Foster descargaban su equipaje en el Hotel España, era también una noche de primavera, fresca y ventosa, en plena Semana Santa de 1950, en aquella España en gris y negro, de lutos y procesiones, tañida del sonar de las campanas, transida por el dolor de los recuerdos y esparcida a la búsqueda de la esperanza.
\r\nPor aquel entonces Caro no vivía aún en Andalucía, aunque resulta evidente que estaba deslumbrado por ella. Sobre todo, porque descubre una Andalucía ajena al tópico y muy distinta de la caricatura que, aún hoy, le acompaña. Para empezar, ironiza sobre la supuesta presencia de lo árabe en lo andaluz. No lo ve por ninguna parte. Sí en cambio lo romano, así como la enorme influencia del siglo XVIII en esta tierra sureña y cordial. Además, coincide con otros autores en que Andalucía es la región más medularmente española, lo cual explica la frecuente identificación de lo andaluz con lo español fuera de nuestras fronteras.
\r\nLa mirada de Caro lo captó enseguida. En el cuartel de la Judea se celebraba el almuerzo del Jueves Santo y un invitado de mediana edad penetró en el cuartel con su caminar cadencioso, los brazos se movían en armonioso compás con el resto del cuerpo, en un estudiado movimiento casi teatral. A este indiano llamado Manuel Gil, la socarronería pontanesa lo bautizó como "el dulce meneo", tan volátil era su caminar como el de las bailarinas del Vals de las olas. Se desconocía en el pueblo si aquella forma de andar la adquirió en las ramblas de Santiago de Chile, donde hizo mediana fortuna, o en los salones refinados de los vapores que surcaban el Océano Atlántico. Aquel dandy de dos orillas terminó sus días viviendo solitario su mundo de recuerdos en un pisito con balconada a la plaza del Obispo, en Málaga, con vista directa a la torre inconclusa de su catedral y a las tonsuras de los canónigos que por allí pasaban a diario.
\r\nEn la mesa común, los dos forasteros se sientan junto a Ricardo Molina, a quien el alcalde encomendó el trabajo de cicerone. También estaba presente Agustín Aguilar, un nieto de Aguilar y Cano, que puso a disposición de los estudiosos las obras de su abuelo. Durante su estancia frecuentaron también las corporaciones de los Romanos y de las Tres Marías, y el cuartel de las Cien Luces.
\r\nEn las calles y plazuelas, en los vivas y en los itinerarios oficiales de las procesiones, los viajeros miran respetuosamente y escuchan en silencio. El mundo fantástico y alegórico que observan les llena de curiosidad. Anotan minuciosamente el desfile inacabable de figuras y martirios, de pasos y nazarenos, contemplan a los alpatanas, al portador de la campanita, al que llaman "el campano"... Observan a la multitud emocionada en la amanecida del viernes y la protección oficial que se otorga a las procesiones, cuyo orden garantiza la autoridad. Se detienen a escuchar nuestro miserere, al que encuentran "bastante enfático". Del miserere de Puente Genil destaca Caro Baroja que lo debió de componer algún músico del XIX de la escuela de don Hilarión Eslava. También al Stabat Mater lo encuentra especial.
\r\nPor Julio Caro me entero de que en aquellos años, tan llenos de vacíos, el Imperio Romano desfilaba con plumeros blancos en la noche del viernes, tan en contra de la tradición, pues resultaba imposible abastecerse de penachos negros, que no se encontraban. También nos llama la atención sobre la influencia sevillana en el uso del capirucho en Puente Genil, y da su opinión, contraria a otra muy arraigada, de considerar improbable que nuestras figuras provengan directamente de las que salían en los autos sacramentales. Cree que son más modernas.
\r\nTodas aquellas observaciones y andanzas se plasmaron en el capítulo llamado "Semana Santa de Puente Genil (1950)" que Caro Baroja incluye en el citado libro "De Etnología andaluza". Los libros de antropología no son amenos de leer. Este tampoco. Coincido con el prologuista en que el capítulo dedicado a nuestra Semana Santa es un informe detallado y bastante plúmbeo. Sin embargo, su lectura me ha acercado, una vez más, a vislumbrar aquel pueblo de ayer. Y de algún modo, a entender el de hoy.
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