El Inca Garcilaso

No es de extrañar que digan que abril de 1616 fuese el mes más triste de la Literatura. Ese mes, con tan sólo unos días de diferencia (hay quien afirma que el mismo día) murieron Cervantes y Shakespeare. Al inglés la Parca vino a llevárselo mientras disfrutaba de una merecida tranquilidad en Stratford, su villa natal. El español, por su parte, fallecióen Madrid, el día 23, en su casa de la calle del León, esquina a la de Francos, acompañado seguramente de su esposa y su sobrina.

Pues bien, cuando Cervantes y Shakespeare llegaron al la barca de Caronte para pagar el peaje que los llevase “al otro lado”, el inca Garcilaso de la Vega llevaba varias horas —no muchas—esperando allí sentado. Sin duda, si en la historia de la Literatura hay un día de los difuntos, es ése.

La altura del inca Garcilaso no puede equipararse a la de los dos autores más importantes de la Literatura universal, pero sin duda su importancia es bastante mayor de la que la posteridad parece haberle reconocido. Por poner un ejemplo, muy pocos saben que el inca Garcilaso fue el primer autor de Sudamérica, fue él quien dio el pistoletazo de salida de la literatura hispanoamericana.

Nació el 12 de abril de 1539 en Cuzco (Perú). Fue bautizado como Gómez Suárez de Figueroa. Su padre, el capitán español Sebastián Garcilaso de la Vega, arribó unos años antes en aquellas tierras, junto a Francisco Pizarro. Por desgracia, no disponemos de espacio para relatar los avatares que acontecieron en aquellas fechas. Si el lector desconoce esta parte de la historia y decide documentarse, acabará probablemente escandalizado. Digamos sólo que el choque de culturas fue brutal y que hubo masacres difíciles de imaginar.

Su madre fue una princesa incaica: Chimpo Ocllo, bautizada con el nombre de Isabel. En 1583, Sebastián Garcilaso de la Vega la abandonó para casarse con Luisa Martel de los Ríos.

La formación del inca Garcilaso fue exquisita y esmerada, pues se educó junto a los hijos de Francisco y Gonzalo Pizarro. Además, su imaginación fue alimentada por las batallas bélicas que narraban en la mesa los invitados de su padre y por las leyendas fantásticas que su madre le contaba sobre las tradiciones de su pueblo materno. La casa en la que se crió, como diría más tarde el Inca, "tenía un corredorcillo largo y angosto, donde acudían los señores principales de la ciudad a ver las fiestas de sortija, toros y juegos de cañas...".

Seguiremos empleando palabras del propio inca Garcilaso para que se hagan una idea de hasta qué punto confluían en su persona estas influencias: "A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en indias, y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena y me honro con él."

Se conserva el manuscrito en el que el propio Garcilaso desglosa y reivindica su ilustre genealogía española y, con orgullo, la incaica.

Estamos ante una figura excepcional, un hombre que supo armonizar sus aparentes contradicciones y acrisolarlas para poder lucirlas como el mejor de los tesoros, un hombre que supo sentirse orgulloso de lo que era: un mestizo. Para ello, tuvo que hacer una pirueta de fe y de ingenuidad, además de un alarde de imaginación desmesurada. No es casualidad que las grandes personalidades se forjen, como las mejores espadas, en la fragua de un juego de contrarios. Es decir, la contradicción nos hace mejores. Cuantos más matices haya en nuestras vidas, cuanto más mundo hayamos visto, cuantos más libros hayamos leído, cuanto más hayamos amado y —porqué no decirlo— odiado, más sabios seremos. La diversidad no sólo no es mala, sino que es absolutamente deseable para que el alma crezca. Vivir, al fin y al cabo, es eso.

Si el lenguaje tiene una importancia notoria en la formación de un ser humano, ya que sentimos y pensamos con él, no podemos obviar que el inca Garcilaso aprendió el quechua, su lengua materna, hasta los diez años, y el español, desde 1554 hasta 1560, fecha el la que fallece su padre y decide viajar a España por se beneficiario de una cuantiosa herencia. A lo largo de su vida, intentó reivindicar su cultura y sus tradiciones.

Aprovecha sus primeros meses en España para conocer familiares, visitando lugares como Sevilla y Badajoz, hasta que desemboca en Montilla para conocer a su tío Alonso de Vargas que se convierte en su protector. Ese mismo año, decide desplazarse hasta la Corte con la intención de reivindicar ciertos privilegios de su padre que fianlmente no le son reconocidos.

A los veintiún años, se alista en el ejército con el grado de capitán y combate en Granada y en Italia, donde tuvo la oportunidad de conocer al filósofo León Hebreo. Imaginamos que el pensador italiano llegó a causarle una honda impresión porque su primer trabajo literario consistió en la traducción de sus “Diálogos de amor”. El título, muy al uso de la época era el siguiente: “La traducción del Indio de los Tres Diálogos de Amor de León Hebreo, hecha de Italiano en Español por Garcilaso Inca de la Vega, natural de la gran ciudad del Cuzco, cabeza de los Reinos y Provincias del Perú”.

Los diálogos de León Hebreo tienen una importancia superlativa en el peregrinaje intelectual del Inca Garcilaso, ya que se apoya en ellos, especialmente en el tercero, para explicar de forma armónica y equilibrada su mestizaje, defendiendo una relación idílica entre el Nuevo Mundo y el Antiguo, algo así como un matrimonio bien avenido que estuvo predestinado desde siempre. Al final de su obra, sin embargo, nada le impido reconocer que la Conquista del Nuevo Mundo fue en realidad una tragedia.

En 1590, considera que ya tiene merecido el descanso del guerrero y deja las armas para refugiarse en Montilla. Algunos historiadores insinúan que acabó desengañado como consecuencia del trato que recibió en el ejército por su condición de mestizo.

Como consecuencia del fallecimiento de su tío, hereda numerosos privilegios y disfruta de una posición económica desahogada que le permite dedicarse a una de sus aficiones más queridas: leer. Fue un lector inagotable.

Dieciocho años más tarde decide fijar su residencia en Córdoba, llegando a entrar en órdenes menores al servicio de la Iglesia. Destacamos, sobre todo, el ambiente que encontró en la capital y el acceso que tuvo a los círculos literarios y culturales del humanismo cordobés. Recordemos que el Inca Garcilaso fue coetáneo de uno de los cordobeses más importantes de la historia de las letras: don Luís de Góngora. A pesar de que podemos definir a Garcilaso como un renacentista tardío y que, culturalmente, estemos ya inmersos en el barroco, las influencias que encontró en Córdoba fueron decisivas para la confección de su obra más importante: los “Comentarios Reales”. A título póstumo, en 1617, apareció la segunda parte: “Historia General del Perú”.

Sin duda fue un personaje de una erudición sin parangón. Llegó a reunir una biblioteca inmensa que desapareció tras su muerte.

En 1612, adquirió la capilla de las ánimas de la Catedral de Córdoba, con la intención de ser enterrado en ella. Sus albaceas hicieron grabar esta lápida:

“El Inca Garcilaso de la Vega, varón insigne, digno de perpetua memoria. Ilustre en sangre. Perito en letras. Valiente en armas. Hijo de Garcilaso de la Vega. De las Casas de los duques de Feria e Infantado y de Elisabeth Palla, hermana de Huayna Capac, último emperador de las Indias. Comentó La Florida. Tradujo a León Hebreo y compuso los Comentarios reales. Vivió en Córdoba con mucha religión. Murió ejemplar: dotó esta capilla. Enterróse en ella. Vinculó sus bienes al sufragio de las ánimas del purgatorio. Son patronos perpetuos los señores deán y Cabildo de esta santa iglesia. Falleció a 22 de abril de MDCXVI.”