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FEBRERO 2007  /  TAUROMAQUIA

Manolete y México

01-02-2007 10:58 a.m.

Jamás ha habido un español que haya sido admirado tanto en el extranjero como lo fue Manolete en México

Filiberto Mira en su fundamental obra “Vida y tragedia de Manolete” viene a concluir que jamás ha habido un español que haya sido admirado tanto en el extranjero como lo fue Manolete en México. Con estas líneas voy a tratar de corroborar esta afirmación con el doble propósito de rendir, por un lado, un pequeño homenaje al autor de esta obra y de otras más fundamentales en la literatura taurina, y por otro, sobre todo dejar constancia entre sus paisanos de la dimensión que tuvo la figura Manuel Rodríguez Sánchez.

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Lo primero que hay constatar es la importancia que tiene la Tauromaquia en el país azteca, casi tan fundamental como en nuestra España; se dice que el gran Hernán Cortés creó allí la ganadería más antigua del mundo con reses de casta navarra, petición expresa del extremeño a nuestro Emperador Carlos V. Con el tiempo, al igual que en nuestra tierra, en el siglo XVIII el toreo echa pie a tierra, comenzando a surgir nombres de diestros famosos al mismo tiempo que llegan allí los españoles influenciándolos. Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita” y Carlos Arruza son los tres nombres que sirven para ilustrar la tauromaquia mexicana, un trío fundamental para entender la Historia de los Toros.

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Con los avatares históricos que van forjando una nación, nos situamos en el año 1945 cuando se pone fin al pleito que desde 1936 impedía a los toreros españoles torear en México y viceversa. El 9 de diciembre de ese año se produce un acontecimiento que iba a cambiar la Historia, y no solo la taurina, del país americano, cuando Manolete confirma la alternativa en el viejo coso de El toreo de la Condesa de la capital azteca que se había quedado a todas luces insuficiente para la expectación que ha levantado el acontecimiento, “¡Un entradón inconcebible!” es calificado por los cronistas de la época; desde dos horas antes no cabía un espectador más y el Monstruo que rompe el tópico de corrida de expectación corrida de decepción, realizando una de las faenas más memorables que han visto los tiempos, oreja y rabo (no se otorgaba la segunda) y para el recuerdo las viejas imágenes donde se ve a la gente en los tendidos literalmente dando saltos ante cada pase del cordobés. Para completar la tarde, su padrino Silverio Pérez, al que apodaban “El faraón de Texcoso” destapó el tarro de las esencias y completó una de las mejores faenas de su vida.

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El toro que colaboró en el acontecimiento era un saltillo de la ganadería de Torrecilla llamado “Gitano” cuya cabeza ha llegado recientemente a Córdoba al ser adquirida por nuestro paisano José Ángel Ramírez al mítico gestor taurino mexicano, el doctor Adolfo Gaona, luciendo el preciado recuerdo en el museo privado de este empresario cordobés.

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A raíz de este acontecimiento Manuel Rodríguez Sánchez se iba a convertir en un ídolo del pueblo mexicano, que sufrió el impacto del toreo de Manolete de pronto, no poco a poco como lo había ido asimilando la afición española, siendo la consecuencia más evidente de ello la construcción del coso taurino más grande que existe, puesto que en sus posteriores actuaciones en El Toreo el aforo se había quedado más que insuficiente; nos estamos refiriendo al coso de Insurgentes, la Monumental “México”, que con un aforo de 46.815 espectadores fue inaugurado el 5 de febrero de 1946 con seis toros de San Mateo por El Soldado, Manolete y Luis Procuna, cortando el de Córdoba al segundo de la tarde la primera oreja que se concedió en la que es hoy la plaza más importante del mundo después de Las Ventas y con permiso de la Maestranza, aunque el momento importante llegó en el quinto al que según los cronistas realizó un impresionante faenón que no rubricó con la espada, cosa poco común en la trayectoria manoletista, ya que como sabemos, fue un certero estoqueador. La “México” es el monumento más grande que se ha erigido jamás a una persona.

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Manolete, convertido en un dios para la afición mexicana y liberado de la presión que sufría en España donde empezaba a pagar el precio de la fama, se queda por aquellas tierras desarrollando la temporada en aquel país (las autoridades tuvieron que suspender alguna corrida ante el exceso de ellas en días laborables), además de en Venezuela, Colombia y Perú; es este último país torea una decena de tardes en otra de las grandes plazas americanas, la de Acho de Lima, donde había debutado el 10 de marzo junto a Juanito Belmonte y Carlos Arruza cortando dos orejas. El grueso de la temporada española se queda descansando y realiza una escapada a Nueva York, interrumpiendo este reposo para torear la única corrida en España gratis, a beneficio del Hospital General de Madrid en las Ventas junto a su amigo Álvaro Domecq, Gitanillo de Triana y Antonio Bienvenida, añadiéndose al final un cuarto espada, Luis Miguel Dominguín, que empezaba a buscar su hueco en la gloria. Quede aquí constancia de otro de los aspectos en que Manolete fue un Monstruo, la generosidad. La temporada de 1947, la última de Manolete, la inicia también en México donde torea por ultima vez, sin saberlo, el 9 de febrero en Mérida de Yucatán ya que se vuelven a romper las relaciones taurinas hispano-mexicanas, habiendo toreado por última vez en su Monumental el 19 de enero sufriendo una voltereta que le produjo una fuerte conmoción y cortando de nuevo un rabo. Retorna a España para ya no volver nunca más al país donde fue feliz y donde era, y es, venerado como un auténtico ídolo, en toda la extensión de la palabra. Inicia su postrer temporada en su feudo barcelonés el 22 de junio.

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Estas letras sobre Manolete y México no quedarían completas si no incluyéramos, aunque sea en forma de esbozo, la relación del cordobés con el gran torero mexicano que fue Carlos Arruza. En un principio la relación entre ambos no era buena, no se conocían personalmente y la competencia en los ruedos hacía que estuvieran picados, esta situación duró hasta que se produjo la que se conoció como la paella de la concordia; al día siguiente de que en la plaza de Valencia los dos toreros junto a Parrita se repartieran doce orejas, seis rabos y tres patas, una auténtica apoteosis con toros de Galache, la empresa che organizó una paella para los toreros en los corrales de la plaza, a la que asistieron ambos, allí se rompió el hielo y dio comienzo una entrañable amistad que llegó más allá de la muerte de Manuel pues, como no debemos olvidar nunca, el monumento del torero cordobés mira hoy a Santa Marina ya que el mexicano fue el promotor del magno festival del que se obtuvieron los fondos para que fuera erigido. Junto a Carlos Arruza pasó Manolete muchos de sus mejores momentos fuera de los ruedos, como en aquella sevillana feria de abril del año 47 en la que ninguno de los dos se anunció en los Carteles aunque si lo hicieron por el Real de la feria donde juntos se divirtieron hasta altas horas de la madrugada.

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Taurinamente mucho se podía escribir en referencia a ambos diestros (ver número 2 de la Revista Córdoba Eterna), aquí me gustaría sacar a relucir la mítica faena que Manolete le realizó al “pintobarreiro” en la Corrida de la Prensa de 1944 en el coso de las Ventas, el triunfo más importante de su triunfal vida torera, de la que fue testigo Arruza desde el tendido. Después de aquella eclosión en la Tauromaquia manoletista el diestro mexicano comentó a sus allegados: “después de ver esto no tendremos más remedio que ponernos en el sitio que él se pone” . Eso es lo que comenzó a hacer “El Ciclón Mexicano”, y fue a partir de entonces cuando se convirtió en máxima figura del toreo.

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Carlos Arruza murió entre las astas traidoras de ese toro cárdeno que es la carretera, cuando el vehículo en el que viajaba se estrelló contra un camión en una carretera mexicana, era el 20 de mayo de 1966; hacía casi veinte años que su “hermano Manuel”, como siempre lo recordaba, se había ido a los ruedos eternos del Supremo Hacedor. Durante ese tiempo afirmó: “Le lloré y le lloraré siempre, porque con él no murió solamente un torero en toda la extensión de la palabra, sino que murió lo más hermoso y más noble que hay en la fiesta de toros, entre los toreros: el compañerismo”.

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Con estas líneas espero haber llevado hasta ustedes una idea de lo que supuso Manolete en México. Como indicaba al principio, tal vez nunca habrá un español que haya sido tan admirado en el extranjero; que haya sido y que es, porque según cuentan testigos, todavía en muchos hogares de aquel país, el lugar preferente está reservado para una imagen de la Virgen de Guadalupe y una fotografía del torero de la cordobesa plaza de La Lagunilla.

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