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FEBRERO 2008  /  HISTORIA

La relación del hombre con el objeto artístico

01-02-2008 12:30 p.m.

Del coleccionismo al museo.

La pasión del hombre por venerar el pasado es universal. Este sentimiento queda materializado principalmente en el gusto por las antigüedades, como manera singular de conversación y diálogo con un tiempo y épocas pretéritas, a través de los propios objetos y de la información que transmiten. Sin embargo, el concepto actual de museo es relativamente nuevo, por lo se hace necesario un esbozo histórico de las distintas formas de relación que ha tenido el hombre con la posesión de objetos artísticos para comprender mejor la creación y evolución de los museos en nuestra ciudad.

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Desde la Antigüedad los objetos artísticos, rarezas y antigüedades han sido sinónimo de riqueza para quienes las poseían. En su origen, la principal vía de adquisición de piezas extraordinarias serán los botines de guerra que, apropiados como tesoros, pronto se convirtieron en indicadores del poder y prestigio de sus nuevos dueños. Estas piezas, destinadas al disfrute privado, se almacenaban arbitrariamente en templos y palacios, siendo su destino final, en la mayoría de los casos, los ajuares funerarios reales o las ofrendas a las divinidades.

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Tendremos que esperar a la dinastía Atálida de Pérgamo, durante el período helenístico, para encontrar un almacenamiento de estas piezas desde una perspectiva estética, considerando el valor intrínseco del objeto en sí, más allá de criterios económicos o de utilidad. Será también en este momento cuando se centre la atención hacia los vestigios de la Grecia Clásica, considerada como una civilización superior y modelo a imitar. Este mismo concepto lo encontramos en Roma, donde la demanda cultural, trajo consigo la realización de copias de gran cantidad de obras de arte, lo que nos ha posibilitado en la actualidad el conocimiento de los perdidos originales griegos. Asimismo, el imperio romano difundirá los modelos griegos al sacar de los templos y palacios, a los jardines, foros y teatros parte de su patrimonio escultórico, si bien no hay que olvidar que esta medida escondía, en la mayoría de las ocasiones, una propaganda del sistema político.

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A partir de la Edad Media, el cristianismo asimilará estos elementos clásicos, pasando a convertirse la Iglesia Romana en uno de los mayores coleccionistas de antigüedades. Poco a poco los principales estamentos siguieron el modelo de atesorar, no sólo elementos de marcado carácter religioso, sino también piezas exóticas y rarezas de carácter profano, antecedente de las cámaras de las maravillas renacentistas.

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Pero será durante el Renacimiento cuando se establezca una especialización del coleccionismo artístico, tomando protagonismo el mecenazgo, principalmente en la adquisición de pinturas y esculturas. Es en este momento cuando los objetos artísticos comienzan a ser valorados como testimonios históricos y vehículos para el conocimiento del pasado. En una sociedad tan jerarquizada como la de la España moderna, el gusto por coleccionar en los monarcas fue imitado, especialmente por la nobleza como un medio más de representación social. Todo ello, unido a la difusión del humanismo como referente cultural, trajo consigo un florecimiento de las artes, ampliándose las antiguas colecciones medievales de azulejos y tapices con nuevos elementos decorativos como tapizados de guadamecí, vidrios, porcelanas, libros, artefactos científicos, curiosidades y piezas exóticas, tomando mayor protagonismo ya en este período la pintura a caballete.

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La élite cordobesa no permanecerá ajena a esta práctica coleccionista, que será alentada y enriquecida por el contacto con eruditos humanistas, principales impulsores del coleccionismo local. Para un mejor conocimiento de estas nuevas prácticas en nuestra ciudad son de consulta imprescindible los escritos de los humanistas cordobeses, Ambrosio de Morales y Pedro Díaz de Rivas. Durante este período destacarán las colecciones cordobesas del pintor Pablo de Céspedes, las del doctor Agustín de Oliva, la de retratos propiedad del deán don Juan de Córdoba, las del obispo de córdoba Francisco de Reinoso, así como la colección de doce cuadros de las sibilas y once de la Casa de Austria perteneciente a Francisco Lope de los Ríos, entre otras.

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A partir del siglo XVII las prácticas coleccionistas, hasta ese momento reservadas a las élites nobiliarias y religiosas, se abrirán a otros estamentos sociales deseosos de distinción social. Una evolución que también se reflejará en la propia concepción de las colecciones, donde se observa una mayor especialización de las mismas, más cercana a nuestro concepto actual. En este sentido, la influencia regia por el gusto hacia la pintura será decisiva como foco de imitación.

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El siglo de las luces traerá consigo la creación de nuevos modelos de renovación social, nacidos a partir de las ideas ilustradas, que proporcionarán un relativo acercamiento de la cultura a la sociedad. Es la época dorada de las sociedades filantrópicas y otros círculos de estudios, si bien en el panorama cordobés cobran escasa presencia, destacando las figuras como la de Pérez Pavía, Basabrú y otros que inspirarán la fundación en 1779 de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Córdoba. Asimismo, la figura del obispo Caballero y Góngora, y su interés por la enseñanza de las bellas artes en nuestra ciudad, constituirá un leve impulso para el desarrollo de las manifestaciones artísticas en nuestra capital. Tendremos que esperar una centuria para ver un verdadero desarrollo de agrupaciones culturales en torno a la capital cordobesa, que coincidirá con el nacimiento del museo como actualmente lo conocemos, en un proceso de secularización de la cultura, donde el Estado será el encargado de modelar la gestión de la política cultural. En este período los museos dejarán de ser almacenes de objetos artísticos y antiguos, destinados a un exclusivo número de privilegiados, para convertirse en verdaderos indicadores de la cultura de la sociedad, una cultura que a partir de este momento se convertiría en patente de ascenso social.

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Centraremos nuestra atención en la creación y evolución del Museo de Bellas Artes como mejor exponente en nuestra ciudad del proceso de una nueva concepción en las prácticas museológicas. El Museo de Bellas Artes de Córdoba, como el resto de museos estatales españoles, debe su creación al proceso desamortizador decimonónico que tuvo lugar en España en 1835 y 1868. Para una mejor organización de los bienes artísticos expropiados a la Iglesia se crearon las Comisiones Artísticas y Científicas, que en nuestra capital estuvo compuesta en un principio por Ramón Aguilar Fernández de Córdoba, Luis María de las Casas-Deza y Diego Monroy Aguilera. De este modo, en 1843 queda constituido el museo de Bellas Artes que, tras un largo período sin sede definitiva, se ubicará en 1862 en la Plaza del Potro, donde permanece en la actualidad.

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Tras una primera etapa de desconcierto y falta de medidas efectivas, que facilitaron numerosas ventas clandestinas de los bienes desamortizados, la llegada de Rafael Romero Barros, como conservador y posterior director del museo, marcará un período de profesionalización en la labor museística cordobesa. El principal núcleo que conforma el museo proveniente de los fondos eclesiásticos desamortizados, se verá incrementado con diferentes compras y depósitos del Museo del Prado, del Ayuntamiento y de la Diputación Provincia, así como por las donaciones de colecciones de particulares como la de la condesa de Cabriñana, la del marqués de Bellamar, la del senador Ángel Avilés o la de José Camacho Padilla. Estas donaciones son el mejor ejemplo del cambio conceptual de la relación del hombre con el objeto artístico. Lo que en origen fue motivado por un gusto y disfrute personal evolucionaría hacia una abierta difusión cultural.

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A lo largo del siglo XX, este modelo de museo público se ha visto incrementado con la creación del Museo Arqueológico, el Museo Julio Romero de Torres así como el Museo Taurino, que unidos a la iniciativa de otros de titularidad privada como el Museo Diocesano y el Palacio de Viana, amplían la oferta cultural cordobesa. Durante este período se ha producido una apertura de la cultura a todos los sectores sociales, si bien uno de los principales retos que tiene la museología en los inicios del siglo XXI radica en la constitución de una oferta suficientemente diversa, profesional y amena que constituya al propio museo como centro y referente cultural total. En este sentido, el desarrollo de nuevas actividades pedagógicas y renovadas prácticas, que actúan como nuevo reclamo para un público más diverso, conforman un concepto más dinamizador del museo, alejado de la idea de mausoleo de fetiches que tuvo en épocas pasadas.

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