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FEBRERO 2008  /  OPINIÓN

El rincón del Genil

01-02-2008 12:20 p.m.

Parejo y Cañero.

Antonio Parejo y Cañero nació en Puente Genil en 1807, es decir, en el ocaso del triste reinado de Carlos IV y del gobierno de Godoy, ya bajo la amenaza militar de Napoleón que habría de desembocar poco después en la Guerra de la Independencia. En un tiempo, al fin, en el que el viejo régimen se enfrenta contra las nuevas ideas de la Ilustración y el liberalismo que nos llegan de Europa.

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Era el menor de una familia distinguida. Su padre fue caballero maestrante de la Real de Ronda, y su hermana mayor, Encarnación Parejo y Cañero, esposa de Francisco Fernández de Padilla, sería años más tarde la primera condesa de Casa Padilla, título que le concedió la Reina de España y concesión en la que probablemente influyó el prestigio de su hermano Antonio en la corte.

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Muy joven, y ya huérfano, se trasladó a Madrid donde manifestó una decidida vocación política, alineándose en el partido liberal.

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Sus ideas le llevaron al filo mismo de la muerte, de la que se salvó por una milagrosa casualidad con ocasión del fusilamiento de Torrijos y sus hombres en Málaga. El general Torrijos, hombre del partido de Riego, se distinguió como uno de los luchadores más resueltos contra el régimen de Fernando VII, y tuvo que refugiarse en Gibraltar para salvar la vida. En 1.831, fue víctima de una encerrona que lo llevó a desembarcar en Málaga, donde fue preso y fusilado junto con su grupo de leales. Entre ese grupo de ajusticiados no estuvo Parejo y Cañero por puro azar, pues, contra su voluntad, tuvo que permanecer aquel día en Gibraltar.

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Esa vocación política y militar le inclinaba a entrar en la Guardia de Corps, pero tuvo que esperar varios años, hasta la muerte de Fernando VII con el consiguiente cambio político, para conseguir ingresar en este cuerpo de élite. En 1.833, una vez muerto el rey, y gracias a la nueva atmósfera política, consigue Parejo entrar en este cuerpo, un grupo que tenía a su cargo la escolta y seguridad de la Reina regente, doña María Cristina, viuda del rey Fernando y madre de la que sería Isabel II.

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En la Guardia de Corps, Parejo y Cañero hace una amistad que iba a ser decisiva en su futuro, pues intima con don Agustín Fernando Muñoz, futuro duque de Riánsares, y quien, en absoluto secreto, se acababa de casar con la Reina María Cristina. Parejo, gracias a su amistad con el marido de la Reina, se convierte súbitamente en un hombre de la situación, influyente y respetado en los centros de poder.

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Y sin embargo, no mucho más tarde, da un giro radical a su existencia y un día desembarca en la Habana, donde se establece como hombre de negocios, poniendo fin a su vida política y militar. Es muy posible que el ambiente irrespirable de la vida pública española en los años posteriores a la muerte de Fernando VII, lleno de conspiraciones, luchas dinásticas, golpes palaciegos y guerra civil, desengañase a un hombre de ideales como fue nuestro paisano y quisiese alejarse de todo aquello e iniciar una nueva etapa.

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En cualquier caso, Parejo y Cañero aparece un buen día en La Habana, de donde no regresaría jamás. Cuba, que se mantuvo fiel a la corona española a pesar de la emancipación de las nuevas repúblicas americanas tras la sublevación que encabezó Bolívar, era una pieza clave de nuestra política exterior y de nuestro comercio de ultramar.

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Antonio Parejo y Cañero desembarcó en el puerto de La Habana, probablemente a finales de los años treinta del siglo XIX. Como un contrapunto al Madrid borbónico, en Cuba encuentra Parejo una sociedad muy alejada de los afanes de la política europea, y en cambio muy volcada en el comercio y en el tráfico mercantil. La razón última de que la isla no se hubiese sumado al movimiento emancipador que había segregado de la corona a las nuevas repúblicas americanas, no fue sino el clima de prosperidad de que disfrutaba.

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La importancia de su comercio marítimo, gracias a su ideal situación geográfica, y el cultivo del azúcar y del tabaco, hacían de Cuba un territorio propicio para el éxito de los emprendedores. Además, la considerable autonomía económica de que disfrutaba desde los años de las Cortes de Cádiz había templado las tendencias separatistas que triunfaron en otros países.

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Parejo y Cañero encajó en aquel ambiente propicio para espíritus emprendedores y en poco tiempo se convirtió en uno de los grandes empresarios de la isla, en la que dirigió éxito numerosas empresas y negocios.

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Además, Parejo conoció a una dama cubana de enorme riqueza con la que contrajo matrimonio. Se llamaba esta mujer Susana Benítez. De ella sabemos que era de carácter fuerte y de corazón generoso. Unidos ambos patrimonios, el resultante era una de las mayores fortunas de la isla.

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Mientras tanto, la situación política en España continuaba deteriorándose y las guerras carlistas y los constantes cambios de rumbo en la dirección del país hacen muy poco atractivo para el matrimonio el regreso a Madrid, cuando en Cuba gozan de prestigio y bienestar.

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Pero, años más tarde, la limitación legal del comercio de esclavos que impuso el gobierno, comercio que aun no existiendo en la península había sido tolerado en los territorios de ultramar, alentó en Cuba un movimiento secesionista promovido por las clases acomodadas y apoyado por los estados sudistas de Norteamérica, que sostenían los mismos principios esclavistas que los terratenientes cubanos. Consiguientemente, el sentimiento antiespañol se acrecienta y el movimiento emancipador crece, así como las simpatías pro-norteamericanas.

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En Enero de 1.856, con solo cuarenta y nueve años, fallece en La Habana Antonio Parejo y Cañero, en un momento en el que las revueltas contra el gobierno central, por otra parte debilitado por las luchas internas y el inacabable conflicto dinástico, son cada vez más frecuentes, lo que origina angustia e incertidumbre en la clase dirigente de la isla, favorable a la permanencia de la soberanía española.

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No es por tanto extraño que la joven viuda, Susana Benítez, aunque nacida y criada en Cuba, decida establecerse en España, fijando residencia en Sevilla, muy cerca de la tierra de su marido. Los restos de Parejo y Cañero son más tarde enviados desde la isla a Sevilla, donde aún hoy permanecen enterrados, así como los de su hijo Manuel.

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Y es así como Puente Genil se encuentra inesperadamente con su gran mecenas. Susana Benítez se acerca a conocer el pueblo de su marido, a sus familiares y a sus paisanos. Y en su memoria, se inclinó a favorecer a su pueblo con ayudas económicas muy considerables que se aplicaron a obras de asistencia social y al culto.

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Puente Genil, que entonces comenzaba el desarrollo urbano de la Matallana, correspondió a su generosidad bautizando a dos de sus calles principales con los nombres de los esposos, ambas vías confluyentes en el paseo del Romeral.

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