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JULIO AGOSTO 2006  /  COLABORACIONES

Los Jardines de la Victoria y del Duque de Rivas

03-07-2006 1:48 p.m.

No anda Córdoba muy sobrada de sombras frescas en las que refugiarse en los largos meses de verano. Cuando el aire quema y el asfalto parece derretirse como lava volcánica, penetrar en la quietud y el frescor de un jardín, es como recuperar el paraíso perdido. Los árboles, estoicos y recios, resisten el duro estío regalándonos la brisa que mueven sus hojas, la humedad fresca que atesoran, el aroma de sus flores y frutos, la sombra que proyectan sus altas y densas copas.

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El ser humano, a pesar de su vocación urbana, necesita el contacto con la naturaleza para crecer y recuperar el equilibrio. Los parques y jardines representan la naturaleza más cercana a nosotros, son una isla en medio del asfalto, del ruido, del tráfico, del estrés y de la prisa. Nos invitan a detenernos, a sentarnos a la sombra de sus árboles, a mirar y a ver de otra manera.

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Todas las culturas y civilizaciones han valorado la importancia estética del árbol. Basta recordar los jardines colgantes de Babilonia, hace casi 2.600 años, o la importancia del arbolado y del agua de nuestra cultura andalusí, patente en nuestros jardines hispanoárabes. Pero no es hasta bien entrado el siglo XVIII cuando el árbol se integra en la estructura urbana, formando parte de calles y plazas.

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Las primeras noticias que se tienen de los Jardines de la Victoria y del Duque de Rivas, datan de 1.776, cuando el corregidor de la ciudad, D. Francisco Carvajal y Mendoza, inicia el arreglo de una zona externa a la muralla, conocida como “Campo de la Victoria”, aproximadamente en las inmediaciones de Puerta de Gallegos. En lo que ahora sería la confluencia entre Ronda de los Tejares y el Paseo de la Victoria, se delimitó un área circular donde se plantaron tres anillos concéntricos de álamos y se levantó una fuente cuadrada en el centro. Ramírez de Arellano lo relata en su obra “Paseos por Córdoba”:

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“En 1.776, era Corregidor D. Francisco Carvajal y Mendoza, quien luchando con la oposición (...), hizo en donde hoy está el salón, una plantación de árboles formando tres círculos y dos calles, una en dirección a la puerta de Gallegos y la otra á los Tejares, colocando en el centro de aquellos una gran fuente cuadrada... Más los fondos con que contaba no le permitieron hacer otra cosa, y así quedó hasta 1.793, que el Corregidor José Eguiluz, uno de los que más han mejorado la población y sus contornos, allanó el terreno y puso asientos entre los árboles y uno corrido por delante de la última fila.” (Paseos por Córdoba, p.320)

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En 1.811, durante la ocupación francesa, se construyen dos calles aproximadamente paralelas hacia el Norte -las actuales avenidas de Cervantes y Mozárabes- y otra que las une transversalmente –un tramo de la actual avenida de América-, delimitando entre ellas el denominado Paseo de la Agricultura. El proyecto de convertir ese espacio en los actuales Jardines de la Agricultura –popularmente conocidos como “Los Patos”, se vería concluido en 1.866.

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Entre 1.852 y 1.905, se procede a demoler la mayor parte de las murallas de Córdoba. Perdida su utilidad defensiva, sólo suponían una barrera a la expansión urbanística. En su lugar, se construirán rondas, vías de tráfico rápido que rodean el extenso casco histórico de la ciudad, muchas de las cuales aún conservan su nombre, como Ronda de los Tejares, Ronda de los Mártires o Ronda del Marrubial. En torno a ellas, se realizarán jardines, como los de la Victoria.

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En 1.853 el Ayuntamiento acomete la remodelación del primer Paseo de la Victoria de trazado circular, para transformarlo en un paseo de salón, según el proyecto del arquitecto D. Pedro Nolasco Meléndez. Pero este paseo durará poco, pues en 1.868 se destruye con el fin de ganar espacio para la Feria de Ntra. Sra. De la Salud, que desde 1.820 venía celebrándose en este lugar. Es demolido también, el antiguo convento de La Victoria, situado al final del paseo y al que éste debe su nombre. Este convento, propiedad del Ayuntamiento tras la desamortización de Mendizábal, fue también sacrificado y todo el paseo quedó convertido en una explanada polvorienta.

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A finales del siglo XIX, el Paseo de la Victoria sufrirá una serie de transformaciones que le harán alcanzar su configuración definitiva.

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“Es en este parque donde más elementos del jardín paisajista encontramos: la distribución irregular del arbolado dentro de parcelas de geometría irregular, definidas por caminos ondulantes que huyen de la línea recta y a los que el albero les aporta un evidente sabor local, andaluz.” Manuel de la Torre Francia. Evaluación del arbolado urbano. Estudio de los Jardines de la Agricultura, del Duque de Rivas y del Paseo de la Victoria. (2.002)

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En 1.927 se construyen los Jardines del Duque de Rivas. Se decide erigir una estatua al insigne poeta, que iría colocada en la rotonda central del palmeral de la Victoria. Con anterioridad, se convocó un concurso que ganó el escultor cordobés Mateo Inurria, pero el proyecto no llegó a realizarse. En 1.925, el alcalde José Cruz Conde encarga el proyecto a Mariano Benlliure, y se construye una pérgola para proporcionar un fondo adecuado al monumento. En un principio, la pérgola se destinaba a ser sede de una biblioteca que reuniría las obras del Duque de Rivas, pero esta biblioteca nunca llegó a ubicarse allí. Esta edificación, de estilo neoclásico, ha sido objeto en los últimos años de una profunda rehabilitación. La actuación realizada se ha centrado en dos aspectos básicos: rehabilitar y poner en valor el edificio, y adaptarlo a nuevos usos. Así, el pabellón central es en la actualidad un bar-cafetería, y los pabellones laterales se destinan a Sala de Exposiciones, conciertos y otros eventos culturales.

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También están siendo objeto de rehabilitación el Kiosco de la Música y la Caseta de feria del Círculo de la Amistad, ambos en los Jardines de la Victoria. Lástima que tanto esfuerzo humano y presupuestario se vea oscurecido por la espantosa edificación que se está levantando justo detrás de la Caseta del Círculo, al parecer destinada a albergar un restaurante. Este edificio, con aspecto de búnker, produce un impacto visual absolutamente negativo, carece de toda posibilidad de integración con el entorno vegetal y paisajístico de los jardines, constituye un fondo compacto y mamotrético al estilo transparente y ligero de la caseta, rompiendo totalmente la armonía de ésta y de los Jardines. ¿A qué cabeza pensante se le ha ocurrido semejante barbaridad? A lo mejor a la misma que, cada fin de semana, permite y promueve que miles de jóvenes celebren el botellón en estos Jardines. Al final resultará que lo que no lograron los cascos de los caballos de la Feria de Mayo, lo consigan los cascos de las litronas y sus usuarios: deteriorar, ensuciar y maltratar este patrimonio natural de nuestra ciudad que ha necesitado más de dos siglos para ser lo que hoy es. Necesitamos espacios de paseo, juego, paz y convivencia. Mantener vivos y sanos nuestros parques y jardines es tarea de todos. Como afirma un proverbio indio, “la Tierra no la hemos heredado de nuestros padres. Nos la han prestado nuestros hijos.” Por ellos tenemos el deber de conservarlos.

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