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JULIO AGOSTO 2006  /  PERFILES

Ali Ibn Hazm

03-07-2006 2:13 p.m.

El año 1000, en contra de lo que vaticinaban los cristianos más pesimistas, no supuso el fin del mundo; pero, paradójicamente, mientras el orbe cristiano creía oír el galope de los cuatro jinetes del Apocalipsis, los árabes empezaron a ver cómo su imperio se desmoronaba. Años más tarde el jarrón del califato acabó rompiéndose en veintitrés trozos, veintitrés “taifas”, veintitrés reinos o repúblicas oligárquicos.

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Sin embargo, no hay mal que por bien no venga. Los artistas, los literatos trabajan mejor con material de derribo. La prosperidad y la estabilidad son muy malas musas. Cuando se es feliz, no suele haber sitio para nada más; la tristeza y la desolación, en cambio, dejan demasiados huecos… y ahí es donde entra en juego la literatura, la música, la filosofía. Ya se sabe que los grandes genios aparecen cuando la realidad se resquebraja.

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En Córdoba, la madrugada del 7 de noviembre del año 994 de nuestra era, nace Abu Muhammad Ali Ibn Hazm. Su padre era un alto funcionario al servicio Almanzor en los años en que éste fue visir de Haken II y de su sucesor Hixan II. La elevada posición social de su familia nos lleva a pensar que la infancia de ibn Hazm transcurrió entre lujosas alfombras, pebeteros y blandones de seda; entre intrigas palaciegas, urdidas en susurros tras densos cortinajes; y entre galanteos y escarceos amorosos propios de un harén. De hecho, es muy probable que descorriera el velo de los misterios de la vida sexual demasiado pronto. No es de extrañar que, en “El collar de la paloma”, su obra más conocida, se jactara de conocer el amor desde todos sus ángulos. La vida en el harén, además de la experiencia sensual, le proporcionó una inquietud poética: se sabe que fue en aquella época cuando aprendió el Alcorán y los primeros versos que ocuparon su imaginación.

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Solía pasear por las inmediaciones del alcázar de al-Zahira y es posible que tuviera la oportunidad de conocer en persona a Almanzor, ya que es bien conocida la predilección que el visir tenía por los niños (en el buen sentido).

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A los ocho años, aproximadamente, ibn Hazm se abre al mundo con abrumadora inquietud. Además del apetito de sus instintos, que solía saciar con las esclavas de su casa y de su familia, demostró tener un hambre insaciable de conocimiento. Leía sin parar todo lo que cayese en sus manos. Se convirtió en un lector voraz y anárquico.

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Asistía a todos los acontecimientos culturales que se celebraban en la capital del Califato de Oriente, de manera que no tardó en trabar amistad con un grupo de jóvenes que compartían su pasión. Se trataba de una minoría de la alta sociedad. De ellos, se dijo que iban “vestidos de blanco, conversando entre los pórticos blancos de Córdoba, aficionados a los cisnes y enamorados de mujeres rubias”. Hoy, para definirlos, se les habría llamado pijos, niños de papá. Estaban obsesionados en ponerse al día de todas las novedades literarias; especialmente, las que llegaban de Bagdad. Su ideal era aprender todas las normas para después romperlas. Defendían el arabismo, sin que ello implicase una sumisión a Oriente.

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Como hemos comentado, la formación de ibn Hazm hasta esta época era muy poco sistemática. Se limitaba a dejarse llevar por su curiosidad y según le soplase el viento de la inspiración. No obstante, a partir de los veintiséis años, se encomendó con cierta seriedad a los estudios jurídicos. No nos equivocaremos mucho si afirmamos que su labor literaria de estos años se reduce a poemas y a breves composiciones en prosa. Quizás aprovechó todo este material para la posterior elaboración de “El collar de la paloma”; si no fue así, desde luego le sirvió de entrenamiento.

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La revolución cordobesa y el desencadenamiento de la guerra civil, enturbiaron el estanque en el que ibn Hazm y sus amigos jugaba a buscar reflejos. Las condiciones dejaros de ser las propicias para un grupo de estetas. A partir de ahí, todo es historia: se produce el declive, la Capital del Califato se rinde a los bereberes y la casa de ibn Hazm en el barrio de Balat Mugit queda completamente arruinada. Ibn Hazm tuvo que abandonar Córdoba. A continuación, transcribimos un extenso párrafo en el que el propio ibn Hazm trata este tema haciendo alarde de su pluma más afilada.

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"Uno de los que han venido hace poco de Córdoba, a quien yo pedí noticias de ella, me contó cómo había visto nuestras casas de Balat Mugit, a la parte de poniente de la ciudad. Sus huellas se han borrado, sus vestigios han desaparecido, y apenas se sabe dónde están. La ruina lo ha trastocado todo. La prosperidad se ha cambiado en estéril desierto; la sociedad, en soledad espantosa; la belleza, en desparramados escombros; la tranquilidad, en encrucijadas aterradoras. Ahora son asilo de los lobos, juguete de los ogros, diversión de los genios y cubil de las fieras los parajes que habitaron hombres como leones y vírgenes como estatuas de marfil, que vivían entre delicias sin cuento. Su reunión ha quedado deshecha, y ellos esparcidos en mil direcciones. Aquellas salas llenas de letreros, aquellos adornados gabinetes, que brillaban como el sol y que con la sola contemplación de su hermosura ahuyentaban la tristeza, ahora invadidos por la desolación y cubiertos de ruina son como abiertas fauces de bestias feroces que anuncian lo caedizo que es este mundo; te hacen ver el fin que aguarda a sus moradores; te hacen saber a dónde va a parar todo lo que en él ves, y te hacen desistir de desearlo, después de haberte hecho desistir durante mucho tiempo de abandonarlo. Todo esto me ha hecho recordar los días que pasé en aquellas casas, los placeres que gocé en ellas y los meses de mi mocedad que allí transcurrieron entre jóvenes vírgenes como aquellas a que se inclinan los hombres magnánimos. Me he imaginado en mi interior cómo estarán estas vírgenes debajo de tierra, o en posadas lejanas y comarcas remotas desde que las separó la mano del destierro y las dispersó el brazo de la distancia. Se ha presentado ante mis ojos la ruina de aquella alcazaba, cuya belleza y ornato conocí en tiempos, pues en ella me crié en medio de sólidas instituciones, y la soledad de aquellos patios que eran antes angostos para contener tanta gente como por ellos discurría. Me ha parecido oír en ellos el canto del búho y de la lechuza, cuando antes no se oía más que el movimiento de aquellas muchedumbres entre las cuales me crié dentro de sus muros. Antes la noche era en ellos prolongación del día por el trasiego de sus habitantes y el ir y venir de sus inquilinos; pero ahora el día es en ellos prolongación de la noche en silencio y abandono. Mis ojos han llorado, mi corazón se ha dolorido, mis entrañas han sido lastimadas por estas piedras, mi alma ha aumentado en angustia...”

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Sin duda, Ibn Hazm es uno de los grandes poetas de todos los tiempos. Su capacidad para hacer versos sólo rivaliza con su capacidad para discutir, para polemizar, para enzarzarse en las batallas dialécticas. Su acidez sólo era comparable con la virulencia de su verbo. Embestía contra todo y contra todos sin ningún tipo de reparos.

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No nos resistimos a dejar que el propio ibn Hazm se explique y justifique su actitud: “En cuanto a la acusación que contra mí lanzan mis enemigos, diciendo que cuando yo tengo una cosa por verdadera no me importa el ponerme enfrente de cualesquiera, aunque estos cualesquiera sean todos los hombres que ocupan la superficie de la tierra, y que tampoco me cuido de acomodarme a muchos de los usos y costumbres adoptados sin causa razonable por mis compatriotas, esta cualidad de que me acusan es para mí una de mis mayores virtudes, que no sufre comparación con ninguna otra de mis cualidades(...)”.

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Ocupó parte de sus desvelos en una de las actividades más ingratas que existen: la política. Sus labores en este campo, unidas a su capacidad para encontrar batalla y provocar al prójimo, lo llevaron a sufrir prisión más de una vez. “El collar de la paloma” es su obra más famosa y la recomendamos encarecidamente. Es una verdadera delicia que se puede encontrar en cualquier librería al alcance de cualquier bolsillo. Sin embargo, creemos que en sus escritos “polémicos”, mucho más inaccesibles, será más fácil encontrar el alma del autor.

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Fue filósofo, teólogo y jurista. Escribió ochenta mil páginas que componían cuatrocientos volúmenes. Sus obras fueron públicamente quemadas y desgarradas por el reyezuelo sevillano al-Mutadid. Se dijo que sus escritos no llegaban siquiera a traspasar el umbral de su casa, sin embargo, esta circunstancia, lejos de desanimarlo, le alentó a seguir escribiendo para combatir la conjura de los necios hasta el final de sus días. Esta fue su reacción:

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Aunque el papel queméis,

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no quemaréis lo que el papel encierra;

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que dentro de mi espíritu,

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a pesar de vosotros, se conserva

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y conmigo camina

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a dondequiera que mis pies me llevan.

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