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JULIO AGOSTO 2007  /  LITERATURA

San Juan de la Cruz

02-07-2007 4 p.m.

Una llama de amor eterna

San Juan de la Cruz visitó Córdoba, en la voz de la compañía teatral Trápala Teatro, hace algunas semanas bajo el embrujo de unas noches culturales que cada año recalan en el Patio de los Naranjos de la Mezquita Catedral. Bajo el título “Pura llama de amor”, la obra nos relataba su vida a través de una selección antológica de sus versos. La contundencia de su poesía mística inundó cada rincón del histórico lugar donde el verano llamaba ya a la puerta. El aplauso fue sin duda el justo premio de un público entregado al entorno, la cuidada escenografía, el buen hacer de los actores y al sentido religioso del mensaje del carmelita. Pero este idilio con la ciudad ya comenzó en vida. San Juan de la Cruz realizó multitud de viajes que lo trajeron a nuestra ciudad. La calle del Buen Pastor, en plena Judería, fue lugar donde descansaría en cada visita, concretamente, cuando fundó la sede cordobesa de los Carmelitas el 18 de mayo de 1586. Además, le cercanía con la localidad jienense que vio su muerte en 1591, Úbeda, le hizo recorrer en viaje pastoral todas las provincias de Andalucía, recalando en varias ocasiones en Córdoba. Esta vida volcada con Andalucía nació de la necesidad más que de la vocación, lo que benefició al cuidado espiritual de una comunidad perdida en temas de fe. Y es que tras su encarcelación por los carmelitas simplemente por su visión más pura de la religión recaló en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) para luego proseguir su viaje perpetuo por tierras andaluzas, comenzando por Córdoba. De todos modos, no se recogen episodios sobresalientes, además de la fundación del convento, que le acaecieran en nuestra ciudad. Es más su obra y su mensaje la que ha calado en la cultura local. Por ejemplo, muchos de nuestros escritores se han inspirado en su obra para realizar algunas propias. Destaca entre muchos Pablo García Baena, lector desde muy joven de los poemas de San Juan de la Cruz y que los plasmaría en una obra teatral basada en cuatro de ellos.

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San Juan de la Cruz o Juan de Yepes Álvarez nació en el pueblo abulense de Fontiveros en el seno de una familia hidalga. Desde ese momento su vida interior empieza a florecer desembocando en la Universidad de Salamanca donde realiza estudios de Filosofía. Allí coincidió con Santa teresa de Jesús, quien también acudió multitud de veces a Córdoba y según reza una leyenda, donde no quiso volver por el calor. Ese momento relatado es vital ya que coincide con el momento de creación de su obra mística además de su “revolución” en la orden religiosa a la que pertenecía. No fue un poeta usual. A diferencia de sus contemporáneos, gustaba de relatar y añadir notas didácticas a sus poemas, lo que facilita su estudio. Prueba de ello es el manuscrito de “Cántico espiritual”, donde cabalga entre la lira y el romance en octosílabo. Sus contenidos teológicos indican el amor sincero y cercano que tomó por ejemplo para seguir la obra de Dios. Y fue de tal importancia que la acomodada iglesia de la época le dio la espalda hasta que inmediatamente tras su muerte, se le reconoció la profundidad de sus versos y su importancia en la divulgación de la fe cristiana. De este modo su cuerpo fue despojado y se inician los pleitos entre Úbeda y Segovia por la posesión de sus restos. En 1593 sus restos, mutilados, son trasladados clandestinamente a Segovia donde reposan actualmente.

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El proceso de beatificación y canonización se inició en 1627 y finalizó en 1630. Fue beatificado en 1657 por Clemente X y canonizado por Benedicto XIII en 1726. Posteriormente, en 1926 Pío XI lo proclama Doctor de la Iglesia Universal y en 1952 es declarado patrono de los poetas españoles. Estos méritos fueron buscados solo el ansia de descansar junto a Dios, como nos dejó en muchos de sus inolvidables versos.

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Vivo sin vivir en mí

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y de tal manera espero,

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que muero porque no muero.

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En mí yo no vivo ya,

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y sin Dios vivir no puedo;

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pues sin él y sin mí quedo,

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este vivir ¿qué será?

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Mil muertes se me hará,

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pues mi misma vida espero,

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muriendo porque no muero.

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Esta vida que yo vivo

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es privación de vivir;

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y así, es continuo morir

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hasta que viva contigo.

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Oye, mi Dios, lo que digo,

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que esta vida no la quiero;

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que muero porque no muero.

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