El rincón del Genil

Un caminante visitó nuestra tierra. De talla imponente y gesto socarrón, un gallego de Iria Flavia, en las afueras de Padrón, caminó nuestros caminos, olió nuestros olores y conversó con nuestras gentes. Se acogió a la caridad de algunos, paladeó el montilla, comió nuestros guisos, se lavó en el Genil y se deslumbró con la luz de esta tierra bética y mora. Leyó a nuestros poetas y durmió bajo nuestros luceros.

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Estas y otras vivencias en el albor de los sesenta, las cuenta en un libro delicioso que un día llegó a mis manos: “Primer viaje andaluz”. No me consta que haya habido un segundo viaje, aunque fuese en un descapotable conducido por la negrita Teliña.

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El vagabundo se llamaba Camilo José Cela y Trulock. Debió de avistar Puente Genil desde la cuesta de Málaga, procedente de Jauja, donde tuvo el siguiente recuerdo de su admirado José Pelagio Hinojosa, llamado José María el Tempranillo:

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“Va la partía,

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por la Sierra Morena

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va la partía.

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Va la partía

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y al capitán le llaman

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José María.

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No será preso,

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mientras su jaca torda

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tenga pescueso.”

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Al divisar la Puente, con el barrio de Miragenil al otro lado de las aguas, lo primero que hace es evocar a Manuel Machado, cuya musa voló, “cantando como el pájaro flauta, por el cielo de Puente Genil.”

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De celeste y blanco,

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viste el pueblecillo...,

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de blanco y celeste.

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Y es viejo a lo noble,

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joven a lo alegre,

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con sus dos colores

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de blanco y celeste.

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Y el viajero continúa con la siguiente reflexión:

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“Por Puente Genil crece el árbol del amor, con sus flores de color heliotropo”.

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Cela, que ya se ha pateado las calles de Priego y Lucena, atravesado los parajes de Rute y Carcabuey, y ha dormido a la intemperie frente al castillo de Gómez Arias, en Benamejí, siempre entre los cursos del Genil y del Cabra, descubre súbitamente nuestro paisaje: “Puente Genil es villa de membrillar y olivar”.

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Frente a la vega del Genil tiene el siguiente recuerdo: “El dulce de membrillo de Puente Genil tenía – y por fortuna, aún tiene – marcas sonoras y misteriosas que al vagabundo siempre le parecieron muy bien buscadas: El Progreso, La Fama, San Lorenzo, Chacón y Compañía... De aquellas cajas con un castillo pintado, o un barco velero, o una señorita que sonreía con un clavel en la boca, ¿qué se hizo? El vagabundo, al mirar atrás y ver lo que el tiempo barrió de su alma para posarlo, con tanta cruel inclemencia como inútil fijeza, en el doloroso e incansable venero de su memoria, se siente estremecer, desfallecer y envejecer: tres pecados de los que se arrepiente de todo corazón.”

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El caminante, en su camino hacia Moriles y Cabra, hace noche en una casa de labor junto al Anzur, cerca del castillo, por la hospitalidad de un labrador y su familia. No tuvo suerte con la cena, como nos cuenta él mismo: “El salmorejo es como un gazpacho que no lleva pimientos ni tomates. El salmorejo se hace sobando y resobando molla de pan con ajos bien majados, sal y aceite; después se le echa el agua y el vinagre. El salmorejo, según piensa el vagabundo, debe tener muy recónditas e insospechadas virtudes alimenticias. También pudiera ser que el campesino andaluz fuera hombre de aguantes tan acreditados como sus paciencias”.

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Cela, don Camilo, de estirpe tan gallega como inglesa, afincado en la Alcarria, celebrado en los cinco pedazos del globo, se emocionó con nuestro pueblo un día de verano de hace cuarenta años. Hoy nos toca a nosotros conmovernos con él. Leedlo.

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Nota: “Primer Viaje andaluz” se puede encontrar en el Tomo VI de la “Obra Completa de C.J.C.” de Ediciones Destino. Este Tomo VI se titula “Viajes por España, 3”, e incluye también el “Viaje al Pirineo de Lérida”. Los citados pasajes se hallan en el Capítulo Quinto.