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JUNIO 2006  /  EDUCACIÓN

Educar en positivo

01-06-2006 6:30 p.m.

Fernando Corominas, en un libro del mismo título que este artículo, y en otros muchos que ha escrito, da una serie de pautas muy prácticas para el difícil arte de educar.

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A lo largo del mismo va comparando la educación tradicional con la educación en positivo. Y es que vamos a comentar ahora: educación tradicional vs. educación en positivo.

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Educamos de forma tradicional cuando usamos de modo habitual la amenaza del castigo, cuando se lo imponemos, y nos limitamos a reprimir conductas y no a reconducirlas y encauzarlas. Con ello conseguimos que al hablarle el chico o la chica no quieran escuchar, y muco menos hablarnos.

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En muchas ocasiones, nuestro modo de educar se limita a decir: “no hagas…”, “no digas…”, “no seas…”, y se corre el riesgo de transformar la moral en un conjunto de prohibiciones arbitrarias, sin fundamento. Nuestro continuo soniquete es un repetir una y otra vez las mismas órdenes, en diferentes tonos de voz para que obedezca. En esa entonación ascendente llegaremos al punto de que lo único que haremos será gritar, y quizá en dura pugna con nuestro hijo, ya que probablemente el nos responda intentando mostrar que tiene un chorro de voz más caudaloso que nosotros. En esta situación ellos se ponen a la defensiva, y siempre estarán enfadados, reaccionado con aspavientos a la más mínima indicación.

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Quizá esto venga provocado porque corregimos justo después de que haga algo mal. Corregimos actos y no actitudes. Y, además, al ser nuestra corrección consecuencia de una mala actuación, probablemente lo hagamos enojados, llevados por el sofoco que nos produce lo que hemos contemplado.

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Para educar en positivo hemos de reconocer las acciones bien hechas. Ver también lo bueno que hacen los hijos, y ponderárselo. Que comprueben que somos capaces tanto de corregirles si han obrado mal, como de felicitarles cuando hacen las cosas bien, demostrándoles nuestra ecuanimidad, logrando que sientan que somos justos tanto cuando reprendemos, como cuando agradecemos el buen hacer.

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Hemos de conocer y aprovechar los períodos sensitivos de nuestros hijos, “lapsos de tiempo” que predisponen a una acción en una determinada etapa de la vida. Son momentos en la vida de los niños en los que el aprendizaje se realiza de forma natural, como si todo su ser se viera estimulado a actuar en un determinado sentido. Momentos en los cuales es más fácil y natural educar ciertos hábitos, ya que los niños se encuentran especialmente predispuestos. Se habla de períodos porque corresponden a una determinada etapa de la vida, y sensitivos porque son independientes de la voluntad. Durante estos períodos se obtienen resultados altos con un nivel bajo de esfuerzo.

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Con ello conseguiremos ir por delante y prevenir, i para ello hemos de formarnos, conocer las nuevas pedagogías, hacer de la educación una labor de equipo, poner cariño, respeto, comprensión, autoridad, ayuda, consejo, especialmente esfuerzo, ejemplo, porque no se puede dar lo que no se tiene. El conocimiento de estos períodos permite a los padres actuar de forma anticipada en la formación integral de los hijos, pudiendo potenciar las capacidades de estudio, habilidades deportivas, buenos hábitos, desarrollando virtudes como el orden, responsabilidad, etc.

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Desde el primer momento hemos de aprovechar también los “instintos guía”, impulsos o estímulos interiores que poseen todas las personas, esos conocimientos primarios que permiten el desarrollo de los conocimientos adquiridos, y ambos constituyen la base del saber humano. Los instintos guía ordenan las acciones primarias de todos los seres vivos. En los seres humanos, esta información, de carácter innato, interviene en el desarrollo de las personas en sus tres facetas: en la corporal, adiestrando los sentidos; en la intelectual, buscando la verdad; y en la voluntad, haciendo el bien.

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Hay que generar sinergia positiva. Que nos vean como aliados de su desarrollo como persona y no como enemigos de su libertad (mal entendida muchas veces). Y aprovechando la necesidad que tienen de ser buenos, de sentirse reconocidos y queridos, les motivamos a actuar bien porque quieren, no por temor al castigo, ni porque ejerzamos sobre ellos un labor de vigilancia continua. Aunque nunca bajo la guardia, porque como ya sabemos, es mejor prevenir.

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Cuando vamos formando su conciencia, cuando van asumiendo la necesidad de que el bien ha de ser natural en su actuar, notaremos que está alegre, siendo la alegría de hacer actos buenos.

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De este modo potenciaremos sus puntos fuertes, conociendo bien a nuestro hijo, para ello hay que dedicarle mucho tiempo, podremos ir asentando su desarrollo en esas capacidades que posee y que le darán seguridad para ir adquiriendo otras. Ello hará que crezca su autoestima.

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El marco que recoge todas estas actuaciones es el proyecto educativo que tenemos para cada uno de nuestros hijos, que será más eficaz, si le damos solidez con la cimentación de nuestro esfuerzo y nuestro propio afán por ser mejores.

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