Santa María de Gracia

En el capítulo relativo a la iglesia de San Andrés, nuestro recorrido quedó detenido en la misma, dejando a la espera el poder adentrarnos en el barrio. En este artículo nos vamos a centrar en una de las zonas de la ciudad donde más recuerdos de juventud tengo, ya que gran parte de mis paseos se desarrollaron por ella. Me refiero al camino que va desde esta iglesia hacia la calle Santa María de Gracia.

Partiendo desde el templo de San Andrés, encaminamos nuestros pasos por la calle Santa María de Gracia donde confluyen pequeñas callejuelas que, junto con la estrechez de la principal, crean un ambiente que envuelve al visitante. El nombre de la calle Santa María de Gracia tiene su origen en lo que antaño fue un convento de monjas dominicas. Su situación originaria estaba en la actual plaza de Juan Bernier, uno de los espacios abiertos con menos sentido estético de la ciudad, quedando dicho lugar para pequeños escenarios en los que se representan auténticas mamarrachadas carnavalescas, y mostrando sólo la portada del convento, como único recuerdo de lo que un día fue.

Este convento fue fundado por don Pedro Ruiz de Cárdenas, alcalde mayor y veinticuatro de Córdoba, quien casó con doña María Fernández de Arenillas. La falta de descendencia de esta unión hizo que el matrimonio dejara su capital para la fundación de un colegio de doce mujeres honestas. El 23 de febrero de 1488, la “Hermana Mayor”, doña Elvira Fernández de Cárdenas, sobrina de don Pedro, toma posesión del mismo, convirtiéndose después en beaterio. El convento de Santa María de Gracia quedó constituido como tal por Bula del Papa Alejandro VI, expedida el 21 de Junio de 1498, ejecutando dicha Bula el sábado 27 de octubre del mismo año el Venerable fray Álvaro del Castillo, abad del Monasterio de los Santos Mártires San Acisclo y Santa Victoria, de la orden del Cister. En 1610 don Diego Cabrera y Sotomayor funda un Patronato a la memoria de doña Ana de Cabrera y Córdoba, fijando en su mayorazgo la dotación para las monjas con 1.600 ducados, 600 para el convento y el resto a disponer a la voluntad.

Esta idea de los beaterios surge en la segunda mitad del siglo XV a consecuencia de la proliferación de los conventos de monjas, basándose en la espiritualidad y el recogimiento, sin unas reglas concretas para formar comunidades de mujeres presididas por una “Hermana Mayor”, transformándose con el tiempo en una orden religiosa. De ahí que, siguiendo la costumbre de la época, el beaterio se transformase en un monasterio de Dominicas, aumentando el número de casa que esta orden poseía en la ciudad, como son el de San Pablo, Scala Coeli y Corpus Christi.

La iglesia del desaparecido convento, que según cuentan, tuvo que ser derribada la cúpula con varias grúas, mostraba un aspecto singular debido a las numerosas reformas sufridas a lo largo del tiempo. En 1601 fue cuando se construyó la iglesia con su coro alto y bajo. En el altar mayor se conservaba un magnífico retablo con pinturas de Luis Zambrano, que constaba de tres calles, banco, cuerpo central y ático.

El tema de la Encarnación figuraba en el cuerpo central, cuadro que actualmente se conserva en el convento jiennense de la Purísima, mientras las calles laterales aparecían decoradas con lienzos que representaban a San Pedro de Verona y a Santo Domingo de Guzmán, junto con imágenes de San Francisco y San Raimundo, rematándose en el ático con un Crucificado. A lo largo de la iglesia se encontraban otra serie de retablos y altares dedicados a Santo Domingo y a Santa Catalina de Siena, a la Virgen del Rosario, donde se mostraba un cuadro realizado por Antonio Monroy, así como la capilla del Descendimiento, con un cuadro de San Andrés obra de Antonio del Castillo. La belleza de estas piezas sacras se veía aumentada por el claustro del convento, donde destacaban los capiteles de avispero y sus basas.

Rafael Ramírez de Arellano nos cuenta en su Inventario histórico-artístico de Córdoba parte de lo que allí se encontraba, como la Virgen de barro sin niño de mediados del XV ubicada en el coro alto, la escultura de la Concepción realizada en madera tallada obra del XV o las pinturas, a parte de las ya comentadas anteriormente, de San Pablo y Santo Tomás de Aquino, obra de Pablo de Céspedes o la Virgen con el Niño, situada en las escaleras del convento.

A esta comunidad de dominicas se unieron varias religiosas del desaparecido convento de Jesús Crucificado, pasando todas ellas en la década de los 60 al antiguo convento del Corpus Christi, quedando el convento de Santa María de Gracia completamente destruido en 1970. En la actualidad, las religiosas se encuentran en el nuevo recinto conventual de Santa María de Gracia, cercano a la ciudad sanitaria de Córdoba. Gran parte de los objetos de valor que en él se encontraban, pasaron a ser propiedad del Obispado de Córdoba, quedando a disposición del espectador en el museo Diocesano, mientras otros llegaron a formar parte de los objetos vendidos por los anticuarios de la ciudad. Por culpa de la dejadez de las autoridades de la época, este convento desapareció de nuestro patrimonio, dejando que edificios de épocas pasadas se perdiesen de nuestras calles, como tantos otros tantos que han desaparecido ante la impasibilidad de esta ciudad. La única oposición a su destrucción, junto a un reducido número de vecinos y amantes de Córdoba, fue la de los herederos de los patronos del convento, los descendientes de los condes de Villanueva de Cárdenas y de los de Prado Castellano, quienes durante varios años pleitearon para reivindicar su propiedad sobre los enterramientos de sus ascendentes.

Es una pena, y desde aquí lo denunciamos, que desaparezcan históricos edificios de nuestra ciudad irrecuperables para el espectador. Sólo con el esfuerzo común de los cordobeses se podrá volver a disfrutar de lo que antaño fue una ciudad llena de Arte.