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JUNIO 2006  /  PERFILES

Pablo de Céspedes

01-06-2006 6:06 p.m.

“Los grandes arquitectos, famosos escultores, valientes pintores, insignes poetas i todos los varones doctos pueden onrarse con Pablo de Céspedes […] pues en todas estas facultades dio raras muestras” Francisco Pacheco, Libro de descripción de verdaderos retratos.

Es inevitable sentir una pesarosa tristeza al comprobar que personajes de la talla del que hoy nos ocupa permanecen en polvorientas vitrinas sin que nadie haga lo necesario para despertarlos del sueño de los justos, para salvarlos de esa brumosa región donde habita el olvido. Sus vidas, sus obras y su ejemplo forman parte de nuestro patrimonio cultural y hay que poner un poco más de atención en preservarlo. Desde estas páginas, creemos que nuestra ciudad tiene que reconocer la existencia de una deuda impagable con los protagonistas de su historia. Seguramente, las autoridades y la mayoría de los cordobeses pensarán que, ante una deuda impagable, lo mejor es no pagarla. Aquí va, sin embargo, nuestro pequeño granito de arena.

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Una de las calles que desemboca en el muro septentrional de la Mezquita es la calle Céspedes. En los primeros años del siglo XIX, era más conocida como calle del Baño de Santa María o calle del Baño Bajo. En la actualidad, se conoce como calle “Céspedes”, y no para honrar los aledaños de las piscinas, sino para rendir tributo a Pablo de Céspedes, que fue, entre otras miles de cosas, racionero de la Catedral de Córdoba.

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La figura de Pablo de Céspedes es comparable a la de Leonardo da Vinci, tanto en sus virtudes como en sus defectos. En la Historia, muy de vez en cuando, aparecen genios capaces de culminar con éxito cualquier empresa que se propongan; sin embargo, y tal vez por esa misma razón, estos genios adolecen de una sempiterna inconstancia que les impide terminar la mayoría de los proyectos en los que se embarcan.

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Para hacerse una idea de la versatilidad del genio de Pablo de Céspedes, basta leer el título de una monografía que Rafael Ramírez de Arellano escribió para el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones (Madrid): “Pablo de Céspedes: pintor, escultor, arquitecto, literato insigne y ¿músico?”.

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Se asombrarían si les hiciéramos partícipes de la cantidad de conjeturas y discusiones que giran entorno a la vida de Pablo de Céspedes. Son tantos los interrogantes que suscita la biografía del racionero que, si quisiéramos empezar por su nacimiento, tendríamos que admitir que no estamos seguros ni de la fecha exacta ni del lugar del mismo. En cuanto a la fecha, Pacheco sostiene nació en 1548; pero la mayoría de sus biógrafos entiende que, considerando sus peripecias vitales, lo más lógico es pensar que nació en 1538. Siempre se ha creído que nació en Córdoba, incluso se ha llegado a precisar que nació en la casa de Francisco López Aponte, por aquel entonces, racionero de la catedral y tío abuelo suyo; sin embargo, investigaciones recientes abren la posibilidad de que naciera en Alcolea de Toronte (Toledo). Aunque sólo sea por mero chovinismo, preferimos desechar esta última hipótesis.

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Su infancia y adolescencia transcurrieron en la casa paterna, donde empezó a adquirir sus primeros conocimientos de humanidades. A los dieciocho años, fue enviado por sus deudos a Alcalá de Henares. Allí residía su tío Pedro de Céspedes, que era, por aquellas fechas, prior de la casa de los Vélez y capellán real.

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La elección de Alcalá de Henares para completar su formación se explica por el parentesco que algunos de sus antepasados tenían con Cisneros y, además, por figurar entre los catedráticos de la Complutense un gran amigo de la familia: Ambrosio de Morales.

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Pablo de Céspedes llegó a destacar tanto en sus estudios que Ambrosio de Morales le confió su cátedra en distintas ocasiones. No le bastó graduarse con brillantez en Teología y Artes; sino que aprendió griego y hebreo, además de perfeccionar sus conocimientos de latín.

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Se sabe a ciencia cierta que residió en Roma, al menos en dos ocasiones. La segunda visita está más documentada; en cuanto a la primera, sólo podemos aventurar más conjeturas y aburrir al lector con posibles combinaciones de fechas. Diremos, eso sí, que cabe la posibilidad de que conociera a Miguel Ángel, ya que el Florentino murió en 1564; sin embargo, creemos que de haber sido así, Céspedes lo habría mencionado en sus escritos.

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Mientras llevaba a cabo un encargo del Arzobispo Carranza, en la Ciudad Eterna se relacionó con la flor y nata del Arte. Es innegable su admiración por Miguel Ángel, Rafael y Correggio; por otro lado, mantuvo una estrecha amistad con otro gran pintor de su tiempo: Federico Zuccaro.

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Entre sus obras pictóricas, podemos resaltar, entre otras: “La Natividad” (ubicada en la Capilla Bonfili), “Dios padre reprendiendo a Adán y Eva” (tienen que ver la cara del “pobre Adán), “La última cena” (en la Catedral de Córdoba) o los frescos de los zócalos del segundo cuerpo de la sala capitular de la Catedral de Sevilla.

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Dicen que los grandes genios surgen de las grandes contradicciones. Pablo de Céspedes vivó entre dos culturas (la italiana y la española), entre dos siglos (el XVI y el XVII), entre dos movimientos (el Renacimiento y el Barroco), entre dos mentalidades (la de antes y la de después del Concilio de Trento).

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El 7 de septiembre de 1577, fue nombrado racionero de la catedral de Córdoba. Desde entonces, también es conocido como el racionero. Fue gran amigo de Pacheco (su primer biógrafo) y de Herrera, el poeta sevillano.

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Entre 1600 y 1608, realiza la mayor parte de sus escritos. Esto se debe a que, en sus últimos años de vida, estaba aquejado de una enfermedad que le impedía pintar y viajar; de manera que se dedicó escribir y a profundizar en sus investigaciones teóricas. Sus inquietudes no tenían coto. Basta leer “Escritos de Pablo de Céspedes”, publicado en 1998 por la Diputación de Córdoba, para comprobar que sus conocimientos abarcan la arqueología, las bellas artes, la poesía, la lingüística…

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Citaremos a título anecdótico uno de los escritos que componen este volumen; en concreto, el titulado “Tratado sobre el topónimo de Córdoba y otros lugares cercanos y sobre hijos ilustres cordobeses”. En él, el autor, en un intento de ensalzar su ciudad, se remonta a los tiempos de Noé para datar su origen: “Assí que accudiendo a la fuente desta antiquísima lengua, este nombre CORDOVA es él mui antiguo, impuesto a esta nobilísima ciudad por los primeros fundadores de ella, que según mi opinión fue fundada por aquellos que primeramente después del diluvio vinieron a España”.

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Entre sus escritos podemos destacar: “La antigüedad de la Catedral de Córdoba”, “Cartas sobre las antigüedades de la bética”, “Estudios comparando la pintura antigua y la moderna”, “Tratado de perspectiva”, “Carta a Francisco Pacheco sobre la pintura” y, por último, su obra más citada “Poema de la Pintura”, Este último, también conocido como “Zoográfica”, sostiene que la pintura debe imitar la Naturaleza, por ser ésta la obra de Dios. Se trata de una serie de octavas reales, tal vez influidas por “La fábula de Polifemo” de su amigo Luis de Góngora.

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Disfrutaba creando y jamás se preocupó en recibir una remuneración por su labor artística.

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Murió el 26 de julio de 1608. Podemos encontrar su lápida en la Mezquita Catedral de Córdoba, frente a la capilla de San Pablo. Pintor, escultor, arquitecto, literato insigne, ¿músico?, teórico de las artes, racionero de la catedral… Es difícil imaginar que una vida pueda dar para tanto. ¿Cuál sería su secreto? ¿De dónde sacaría el tiempo? Tal vez tenga algo que ver el hecho de que, a pesar de su cargo eclesiástico, jamás dijo una misa.

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