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JUNIO 2006  /  TAUROMAQUIA

El más sabio que en esto ha exixtido

01-06-2006 6:06 p.m.

A finales del pasado mes de abril fallecía Manuel Flores Cubero, Manolo Camará en el mundo taurino, hijo de uno de esos personajes que caminan por las páginas de la leyenda en esto que llamamos Los Toros y que, si los españoles de hoy no fuéramos tan ignorantes de nosotros mismos, serían nuestro máximo orgullo, lo cual elevaría a su verdadera dimensión a una serie de hombres que llenaron de sabiduría su paso por esta vida, entre los que sin duda se encuentra José Flores González, cordobés de nacimiento y de comportamiento, al que con motivo del óbito de su vástago recordamos desde las páginas de esta revista paisana suya.

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José Flores Camará nació en Córdoba cuando expiraba el siglo XIX, la sangre torera que corría por sus venas (ser sobrino de Machaquito era su orgullo) le llevó a dedicarse a la profesión que mejor expresaba la esencia de ese Campo de la Merced hoy tan distinto; destacó como novillero y tomó la alternativa en Madrid el 21 de marzo de 1918 nada menos que de manos del torero al que más admiró en su vida, el eterno José Gómez Gallito, con Saleri II de testigo de hecho. A pesar del buen cartel con el que tomó la alternativa y de las casi sesenta corridas que toreó ese primer año como matador, pasó de puntillas por esta historia; le tocó vivir la época más dorada que han visto los tiempos de manos de su padrino y de Juan Belmonte, por lo que deja de torear en 1926 volviendo a dedicarse al negocio familiar relacionado con la carne, otra de las esencias del viejo barrio antes mencionado.

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Hasta aquí es una biografía más de las muchas de los cordobeses de aquellos años, sin embargo algo especial albergaba dentro este Pepe Camará que a juicio de algunos que le conocieron, reputados taurinos, es el hombre que más sabía de toros y toreros, el más sabio que en esto ha existido. A ello hay que unir, fundamental en la actividad que iba a emprender, la de ser un gran aficionado.

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El destino, que cuando se trata de grandes hombres no suele quedarse quieto, lleva a Camará en 1936 hasta la vecina Écija donde actuó en un festival, quizá barruntaba la idea de la reaparición; allí coincidió y habló un rato con un joven novillero llamado Manuel Rodríguez Sánchez que bajo sus auspicios empresariales ya había actuado en algún festejo menor en el viejo coso de los Tejares (Camará también mataba su ardor taurino organizando modestos eventos). Aquella conversación resultó ser decisiva ya que en ella captó el futuro Califa cual era el inmenso pozo de sabiduría que albergaba el retirado matador, porque no fue José Flores el que descubrió a Manolete, fue Manuel Rodríguez el que descubrió a Camará; el entonces novillero, por mediación de su cuñado Federico Soria, le pide al protagonista de estas líneas que se ocupe de sus asuntos profesionales. Acababa de producirse un hecho decisivo en la Historia de la Tauromaquia.

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Hasta ese momento no existía la figura del apoderado tal como hoy la conocemos, en todo caso había lo que podríamos denominar secretarios personales, Belmonte y Gallito los tuvieron en las figuras de Juan Soto y Manuel Pineda respectivamente; también es cierto que no podemos omitir en este asunto a dos figuras que deambulan a la altura del cordobés; por un lado Domingo González Dominguín que fue más que apoderado descubridor de toreros (el irrepetible Domingo Ortega es la gran prueba de lo que digo) y Manuel Mejías Rapela por otro lado, pero el Papa Negro en su inmensa sapiencia fue ante todo el forjador de la dinastía torera más grande que alumbró la Fiesta.

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Ninguno iba a llegar al punto de compenetración que se iba a dar entre estos dos seres irrepetibles, compenetración que iba a tener una base sólida y fundamental, la honradez. Esta cualidad, tan marcada por su carencia hoy en día, va a ser la base de esta pareja taurina que muy bien se puede definir como la unión de dos hombres en uno; honradez de Manolete para dar lo máximo en la plaza que contratara sus servicios a su apoderado y honradez de Camará para buscar el máximo beneficio, en todos los sentidos, del hombre que había depositado su absoluta confianza en él.

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No es cuestión de extenderse mucho en esta relación única entre Manuel Rodríguez Manolete y José Flores Camará; mucho se ha escrito sobre ello y no es el objeto único de estas líneas, pero obviamente es capítulo básico en la biografía del hombre al que nos acercamos hoy y, al que por cierto, el diestro jamás tuteo, costumbre ésta muy cordobesa y evidentemente perdida en un tiempo en que ya se tutea hasta al clero.

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Otro dato que me gustaría añadir al hilo de esta relación, es que en la única plaza donde jamás toreo Manolete fue la de Talavera, lo que es la prueba más evidente de la gran admiración que Pepe Camará sentía por Gallito y que contrastaba con la que por su parte sentía el Califa por Juan Belmonte; imaginen las conversaciones que al hilo de esto surgirían por esas carreteras de la España de entonces, camino de la siguiente plaza en la que la soberbia figura del apoderado iba a contemplar desde el callejón tras su gafas negras, como su poderdante engrandecía el arte que inmortalizó a los dos sevillanos.

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Tras la tragedia de Linares se apartó, lógicamente, de las labores de apoderamiento y que retomó al tiempo, no se podía desperdiciar tanto conocimiento, llevando las carreras taurinas de diestros de la talla de Julio Aparicio, Miguel Báez Litri, Antonio Ordóñez, Curro Romero o Francisco Rivera Paquirri además de la del rejoneador Álvaro Domecq Romero, hijo de don Álvaro con el que le unía haber perdido a su gran amigo en aquella tarde agosteña.

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El 25 de febrero de 1978 fallecía en una clínica madrileña José Flores González, sus restos fueron trasladados a Córdoba para que reposaran en el panteón familiar del cementerio de Nuestra Señora de la Salud, el mismo que hace poco ha recibido a su hijo Manuel. Este, junto a otro de los siete hermanos, José, se dedicó a la actividad que inventó su padre y que le dio el contenido que ha tenido después de que Manolete se cruzara en su camino; apoderados que cuidaban de su torero ante las empresas y que, como tantas cosas en la vida, ha degenerado en mercaderes de la exclusiva o del escándalo que carecen de lo que a este hombre le sobraba: afición y sabiduría.

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