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JUNIO 2007  /  OPINIÓN

Las cartas que nunca envié

01-06-2007 2:18 p.m.

Carta a Córdoba

Cuando esta carta, parodiando a las golondrinas precursoras de la primavera anide en tus manos, si eres hombre de recursos, y de geografías distintas a la andaluza, cuando la tengas en tus manos por que un amigo o el azar la ponen ante ti, embébete de su contenido y cuando todo él haya predispuesto tu espíritu por vías de la simpatía hacia lo cordobés, no lo dudes, decídete y ven unos días a la patria de San Eulogio y Osio, de los Califas Omeyas Abderramanes, de Séneca y Góngora, de Fernández de Córdoba y Blanco Belmonte, de Mateo Inurria y Romero de Torres, de Manolete y Lagartijo, por no seguir enumerando el amplio censo de preclaras figuras que esta tierra alumbrara, por que esta tierra, mi tierra, mi ciudad de Córdoba ha parido miles de hijos, mujeres y hombres de gran nobleza, grandes poetas y pintores sublimes, sabios y toreros, y todos sus hijos son al mismo tiempo dignos y rebeldes, modestos y orgullosos, de todos los que cito y muchos mas observarás extasiado, claras muestras de su talento: vestigios maravillosos del paso de todos ellos por Córdoba.

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Cuando leas esto, repito, la ciudad, mi ciudad de Córdoba te estará esperando remozada, engalanada con la pulcritud y elegancia con que se acicala la novia que aguarda a su galán, y las mocitas cordobesas, en los patios de vecindad, formando alegres grupos ensayan el vito, las soleares, las serranas y todo un sinfín de actos para que el no cordobés que permanece en la ciudad, pueda ocupar su tiempo en festejos o atracción de su afición o agrado.

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No te voy a describir lector, las multicolores facetas de mi tierra, ni es pintoresquismo y policromía en la tarde de la becerrada de convite que como homenaje a la mujer cordobesa y que por las fiestas de Mayo, Córdoba le da a sus mujeres. Tampoco te voy a describir el ambiente cordialísimo y familiar de toda esta tierra, mi tierra, mi ciudad de Córdoba, ni tan siquiera voy a hacer un cántico al noble sentir cordobés, y muchísimo menos me voy a referir a los “néctares” de los caldos montillanos, otras plumas de mas alto vuelos literario que la mía lo han hecho ya, solo voy a hablarte con brevedad de lo que mas me enorgullece, la ruta artística y monumental que te aconsejo recorras detenidamente antes de abandonar mi ciudad.

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Hazlo y hazlo bien, por que Córdoba, la perla de oriente, luz de occidente como se definió en tiempo de Abd al-Rahman III, “Señora de Andalucía” o La callada y sola” como la llamó el poeta, mi ciudad de Córdoba lo interpretaría como un desaire, el que no fijases tu atención en la riqueza monumental y en el inmenso tipismo de que esta jalonada esa ruta.

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Hay ciudades nacidas para la luz del sol, y otras, como Córdoba que solo desvelan su secreto a la luna.

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Córdoba, mi ciudad de Córdoba es blanca y soñadora por naturaleza, es coqueta y femenina, exquisita, sentimental y apasionada, su perfume preferido es el olor a azahar y jazmines, mi ciudad de Córdoba es vanidosa y le gusta ver su cara reflejada en el río que la baña, y en sus noches despejadas se cubre con el manto de estrellas que la adornan.

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A Córdoba conviene abarcarla panorámicamente, primero en la plenitud del día, bajo un cielo andaluz, Córdoba brilla sofocada, y situándote sobre el puente romano dando la cara al oriente, a la derecha contemplaras la ruda fortaleza de La Calahorra, y a la izquierda los muros envejecidos de la Mezquita con su patina de siglos y como en un rico collar que la adornan de entre los ópalos que lo componen los inestimables de la Judería, el Potro, el Triunfo, la Corredera, Capuchinos y la Fonseca, las Ermitas y la Torre de la Mal-muerta, pende cual portentoso camafeo, la gran Aljama de Occidente, la Mezquita de Córdoba, única y de universal renombre, y la mas grande del mundo después de la Meca.

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Cuando en la Mezquita Catedral pasees por entre su bosque de columnas, observa en la Capilla del Sagrario la decoración que Cesar Arbasia hiciera en el 1586, fija tu atención en el crucero y el retablo mayor, inmensa mole de mármol rojo de Carcabuey y no olvides de reparar en la suntuosa sillería del coro a la cual Pedro Duque Cornejo le imprimió un puro barroquismo, sosiega tu animo y prepárate a admirar la belleza indescriptible del Mihrab, la parte morisca mas principal de la Mezquita, cuyos primores arquitectónicos son de una elegancia y arte prodigioso.

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Fuera ya del primer monumento cordobés , adéntrate en el laberinto tortuoso del barrio judío; continúa con el embrujo espiritual en la contemplación de la capilla mudéjar de San Bartolomé, visita el zoco, admira el mesón del Potro donde en su época de alcabalero se hospedó Miguel de Cervantes; continua por el Rastro y traspasa la Puerta de Sevilla, embelésate de noche en las murallas, pierde tus pasos en el nocturno Cordobés, con su misterio impenetrable, y a solas en el largo silencio de la callejuelas cordobesas iluminadas por la luna, párate a beber en sus fuentes, escudriña en la oscuridad de un patio, rota por un suspiro, casi inaudible del verdadero cante jondo; acércate a rezar ante la Virgen que Romero de Torres inmortalizó con sus pinceles y que hoy como ayer ocho faroles con voluntad de flor remedian la pálida luz de los candiles, deambula por la plazoleta de las bulas donde cuentan que Góngora jugó de niño, ve y cata el sabor de la Plaza del Potro, pasea por los callejones de Averroes, de la Comedia, de las Flores y de Judas Levi, sube por la calle de las Cabezas de los siete Infantes, recrea tus ojos y sentidos en el colorido y fragancia de los jardines del Alcázar; pasa por delante del Triunfo de San Rafael y no tengas miedo, porque tiene abiertas el abanico de sus alas protectoras que a todos cubren, llégate a la fortaleza de La Calahorra, labrada por árabes y reformada en tiempos de Enrique II, y como en un sueño deambula por Santa Marina, San Lorenzo, San Pedro, San Miguel y San Nicolás, encamina tus pasos hacia la Plaza de Los Capuchinos, párate y admira la majestuosidad del Cristo de la Misericordia y los Desamparados, El Cristo de los Faroles, ilumínate de la luz mortecina de sus cuatro faroles, escucha el último latido de un espíritu que se agarra, para no acabar de morir. Piérdete en la hondura sin fondo de la noche cordobesa, que es un placer que pocas veces otorga una ciudad a un viajero.

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Por último y para no cansarte más entra en el oasis de paz y espiritualidad que en los templos cordobeses, de San Agustín, La Mercé, los Dolores, San Hipólito y San Cayetano y aprecia cuanta riqueza imaginéra existe en Córdoba, mi ciudad de Córdoba. No te marches pues, amigo mío que a Córdoba te propones venir, sin hacer una visita a estos lugares y cuando nos abandones, te llevarás en tu retina, indeleble la exacta visión de una ciudad andaluza, que nunca imaginaste tan bella, tan noble.

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Si esto es así, yo daré por bien empleado el tiempo invertido en describirte torpemente, humildemente algunas de sus maravillas, y tu no lo dudo, darás también por nunca mejor empleado el que consagraste a conocerla, vivirla y amarla, por que la nostalgia de Córdoba es como una espina que te llevarás clavadas en el corazón, en la cual esta latente el esplendor de nuestro ayer de gloria, y que no te puedes extraer hasta que no vuelvas de nuevo.

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Sinceramente y recibe un abrazo.

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