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JUNIO 2007  /  PERFILES

Ziryab

01-06-2007 2:27 p.m.

La influencia que pasa inadvervida

Córdoba es, qué duda cabe, una de esas pocas ciudades en las que, sin necesidad de consumir sustancias psicotrópicas o estupefacientes, uno puede doblar una esquina y sentir que ha sido trasladado a otra época, que ha viajado a través de la historia. Aún quedan rincones, fachadas, esquinas por los que el ajetreo de la modernidad parece no transcurrir, trocitos de realidad que subsisten haciéndose su hueco a las espaldas del tiempo.

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No deja de ser un ejercicio curioso pensar, cuando merodeamos por los alrededores de la Mezquita o vagamos por la judería, que esas mismas calles, tiempo atrás, las frecuentó Góngora o que el mismo alminar que se recorta contra un cielo limpio y diáfano, fue contemplado desde la Calle de las Flores, no hace mucho, por Ricardo Molina.

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A veces, la mirada nos permite descubrir estos hilos sueltos en la red del tiempo y encontrar por unos instantes una puerta hacia el pasado…

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Sin embargo, hay herencias más sutiles. Hay influencias que pasan más inadvertidas, que no son tan fáciles de descubrir como un resto de muralla o una reja carcelera. Quién sabe si, por poner un ejemplo, la voz del cantaor flamenco David Pino no tiene entre sus pliegues un arañazo árabe o un pellizco sefardí. De vez en cuando deberíamos mirar la Historia como un juego de influencias, más que como una lucha de contrarios.

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Este mes queremos hacer un hueco entre nuestras páginas al poeta, músico y cantante Abu l-Hasan Ali ibn Nafi` (en árabe, أبو الحسن علي ابن نافع), más conocido como Ziryab. Nuestra pena es que la grandeza de este personaje es difícilmente trasladable al papel. Llegan hasta nuestros oídos sus hazañas y, sin embargo, al igual que pasa con el cantaor Silverio, por poner otro ejemplo, las ondas sonoras de su voz se ha diluido en el éter sin que nadie fuese capaz de enlatarlas o de asirlas de algún modo. No obstante, la grandeza de este personaje fue tal que sus proezas musicales llegan (quizá exageradas) hasta nuestros días, transformando lo que parecía estar destinado a ser materia prima del olvido en una leyenda.

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Nació en Irak, en el año 789 y murió en Córdoba en el año 857. Su sobrenombre, con el que fue conocido en su época y con el que pasó a las páginas de la Historia, significa «Mirlo». Lo llamaban así por su la belleza de su voz y por la negrura de su piel… Por esta circunstancia, si bien se piensa que era de origen kurdo, hay quien sostiene que sus ascendientes eran de raza negra. Ostentaba una palabra fluida y un carácter en extremo edulcorado.

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Su infancia transcurrió en Bagdad y tuvo la inmensa suerte de ser discípulo del gran músico Ishaq al-Mawsili (767-850). Quien no tuvo tanta suerte fue su maestro que vio cómo el joven Ziryab empezaba a hacerle sombra antes de haber dado siquiera el estirón. Causó una gran impresión al Califa Harun al-Rashid, ante el que tuvo la fortuna y el honor de actuar, causándole una indeleble y grata impresión. Ésta fue, sin embargo, la gota que colmó el vaso de los celos de su maestro. Se cuenta que su maestro le pidió que se exiliara a cambio de una cuantiosa suma, advirtiéndole que si rechazaba su generosa oferta, no le auguraba nada bueno. Parece ser que, al notar su ausencia, el califa se interesó por él y su maestro se limitó a decir que era un muchacho de naturaleza loca y trastornada, consiguiendo con ello que, en Oriente, las nieblas del olvido se ciñeran entorno a la figura de Ziryab.

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Deambuló por el norte de África, impregnándose de los diferentes estilos musicales; concretamente, aprovechando su estancia en Kairouan, antigua capital de Túnez, estudió en profundidad la música tunecina y ahondó profundamente en las raíces de lo popular. Cansado de deambular, escribió al emir de Córdoba, Al-Hakam I, ofreciendo sus servicios. Éste aceptó sin pensarlo. Sin embargo, al desembarcar en Algeciras, descubrió que el Emir había fallecido, pero lo que podría haber sido un duro revés para su contratación no supuso un problema sino todo lo contrario, ya que Abderramán II, el sucesor de Al-Hakam, le ofreció un palacio, una renta mensual de doscientos dinares y otra serie de favores nada desdeñables, como por ejemplo ser el jefe de los cantores de palacio; lo cual tiene un enorme mérito si tenemos en cuenta que el nuevo emir ni siquiera lo había oído cantar. No obstante, hay que reconocer que Abderramán II era un reconocido melómano: disponía en su palacio de salas exclusivamente dedicadas a cantoras procedentes de la escuela de Medina.

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A su llegada a Córdoba fue tratado con exquisita deferencia, alojado en lujosas mansiones y distinguido con el honor de ser comensal del mismísimo Abderramán.

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La importancia de Ziryab en la música arábigo-andaluza no tiene parangón. Su llegada a Córdoba supuso un punto de inflexión vertiginoso, un cambio radical en las concepciones y una incorporación de las innovadoras tendencias que imperaban en Bagdad. Si dijésemos que hay un antes y un después de Ziryab, estaríamos quedándonos cortos.

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Entre las numerosísimas innovaciones que se le pueden atribuir, una de las más reconocidas es la de añadir una quinta cuerda al laúd. Mª Feliciana Árgueda Carmona, en su estudio sobre la educación musical en el califato de Córdoba dice: “El laúd antiguo sólo tenía cuatro cuerdas, las cuales según el simbolismo de los teóricos, correspondían a los humores del cuerpo humano, y son, según Julián Ribera, los siguientes: "La primera era amarilla, y simbolizaba la bilis; la segunda, teñida de rojo, simbolizaba la sangre; la tercera, blanca sin teñir, simbolizaba la flema, y el bordón estaba teñido de negro, color simbólico de la melancolía". La quinta cuerda añadida por Ziryab, representaba el alma, hasta entonces ausente en el laúd; estaba teñida de rojo, y colocada en el centro, entre la segunda y tercera. De este modo el instrumento adquirió grandes posibilidades y mayor delicadeza en la expresión. Julián Ribera narra también que dicho músico inventó el plectro de pluma de águila -costumbre que persiste en la actualidad-, en lugar del acostumbrado de madera.”

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Además, a Ziryab se le atribuye el haber creado el primer conservatorio de música de al-Ándalus.

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Por otro lado tenía un repertorio digno de entrar en “ese libro de excesos que hay en inglés”: conocía diez mil canciones. Además era experto artes tan dispares como perfumes y astronomía, peluquería y política, cocina y física. Tenía un trato delicado que le hizo convertirse en uno de los personajes más admirados e imitados de la nobleza arábigo-andaluza. Salvando las distancias, podría decirse que en cuestiones estéticas tenía “más tirón” que el mismísimo Beckham.

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Entre las diferentes modas que fue incorporando, podemos destacar, a título de anécdota, las siguientes: introdujo el peinado con flequillo, así como innumerables exquisiteces gastronómicas como comer espárragos, beber en copas de cristal, prescindiendo de las fabricadas en oro y plata, y el uso de manteles de cuero fino.

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La figura de Ziryab causó tal impacto en su época que cuesta trabajo descubrir cuánto de lo que tenemos se debe a su herencia, cuántas de aquellas “extravagancias” suyas han llegado hasta nuestros días como algo cotidiano, como parte de la rutina de nuestras vidas. Si eso es así con algo tan básico como beber en copas de cristal, cuánto no habrá de Ziryab en la música que actualmente nos enturbia o nos aclara el alma. Por desgracia, no tenemos la posibilidad de oírlo cantar, pero quién sabe cuánto de su arte ha llegado a nosotros descendiendo por los hilos de la historia sin que lo sepamos.

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