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JUNIO 2007  /  TAUROMAQUIA

Cosas que mirar en una Corrida de Toros

01-06-2007 2:33 p.m.

A estas alturas del año, cuando nos aproximamos a lo que podemos llamar “Temporada Alta” en el calendario taurino, la mayoría de los lectores habituales de estas páginas sobre nuestra tauromaquia habrán visto, o tendrán oportunidad de ver, alguna Corrida de Toros, y más teniendo en cuenta que las cámaras de televisión nos han dado la posibilidad de “ser abonados” en las dos ferias más trascendentales del orbe taurino, Sevilla y Madrid; aunque nunca sea lo mismo que presenciar el espectáculo en directo, pues como diría Curro Romero, poco amigo de que se televisaran sus siempre expectantes actuaciones: “el aroma no se puede televisar”. Esto me anima a plasmar una serie de reflexiones sobre una serie de aspectos que se deben tener en cuenta a la hora de presenciar una corrida, pues no es lo mismo ir a un sitio a estar que ir a un sitio a observar.

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Para no ser acusado de presuntuoso pues en esto, como en cualquier actividad rica en matices, cualquier cosa se presta a muchas interpretaciones, voy a recurrir a uno de los personajes más preclaros que han estado sentados en un tendido de una plaza de toros, don Gregorio Corrochano, ese toledano de Talavera de la Reina que desde el diario ABC elevó a la crónica taurina a las cotas más altas del periodismo, figura absoluta de la literatura taurómaca de imprescindible lectura para cualquier aficionado.

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“Las bocas de los tendidos parecen un manantial humano”, está a punto de empezar el festejo y comienza el paseillo: “Un poquito más de garbo en ese andar taurino. Que no parezca que eres torero a la fuerza”, desde el principio, como bien advierte don Gregorio, debe estar pendiente un aficionado; y debe estar pendiente el torero de ser torero, pues muchas veces se adivina a un torero bueno por como va haciendo el paseillo, y por el contrario, por como andan a cambiar la seda por el percal ya sabemos con que estilo brusco nos puede recompensar el diestro.

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“Sale el toro. El que quiera ver bien una corrida, que no pierda de vista al toro”, y remata Corrochano con una frase que se puede considerar como uno de los “Mandamientos” de la Tauromaquia y que inmortalizan a su autor: “Donde está el toro, está la corrida”. No hay mayor verdad, pues no “hay que distraerse en mirar a un torero. Siguiendo al toro, ya se encontrará el torero”. Estas palabras hablan por sí solas de la sabiduría de su autor y hace inválido cualquier comentario que se pudiera añadir.

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También nuestro autor nos ilustra sobre un arte que es fundamental cuando hay un toro bravo en el ruedo, la brega de los peones. “Fíjate como corre el peón al toro, porque no es lo mismo que el peón corra al toro, que el toro corra la peón”, aunque se puedan hacer muchas consideraciones sobre este particular, con esta frase tan elocuente sobran otros comentarios. Una reflexión particular en este sentido; como bien advierte Corrochano, cuando el toro se estrella en el burladero y se lastima “es que el toro corre al peón”, pues bien quiero advertir sobre la picaresca (eso tan español que está presente en cualquiera de nuestras actividades) que hoy en día se produce cuando el subalterno deja el pico del capote fuera para que el toro se estrelle y de esta forma mermar sus defensas que, sospechosamente, pierden parte de su materia. En plazas como Madrid esto no se suele hacer y si ocurre el pitón atraviesa la madera y sale intacto. Con esta probablemente mal expresada idea quiero sacar dos conclusiones, por un lado que cuando vean esto en una plaza lo reprueben y, por otro, que si el pitón no queda intacto tras el buscado impacto, sospechen que hay cierta probabilidad de que se hayan manipulado las astas, vamos, que huele a barbería.

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Volviendo a nuestro ilustre contertulio, nos deja también una pincelada maestra en lo referente al, hoy tan maltratado, Tercio de Varas, diciéndonos que una vez metido el palo, “aparta la vista del picador y mira al matador...No le pidas que quite el palo...Lo que tiene que hacer el matador es precipitar el quite”, vamos que hay que sacar al toro y no masacrarlo en un puyazo eterno, costumbre habitual hoy en día, pues “si quieres bien al toro, no te conformes con verle en dos puyazos de muerte, sino en varios puyazos de castigo”. Y denuncio yo la lamentable acción de dejar que el toro se estrelle contra el peto para después aniquilar al toro a placer. No olvidemos que un buen Tercio de Varas es uno de los mayores espectáculos que puede ofrecer la lidia.

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En el turno de las Banderillas también tenemos una aseveración muy a tener en cuenta de don Gregorio: “No pidáis que banderilleen los matadores. No saben ni los que parecen que saben”. En este punto al lector se le puede venir a la cabeza algún matador que banderillee bien y no esté, por tanto, de acuerdo con lo dicho; pues yo me reafirmo en lo que dice Corrochano apostillando que tal vez en realidad esos toreros sean en realidad buenos subalternos. Bueno, en realidad todo tiene su excepción.

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Sobre la muleta, Gregorio Corrochano hace un auténtico alarde de sabiduría que daría para varios artículos como este. Nos habla de las distancias y los terrenos que se le deben dar al toro, que evidentemente dependen del animal, y que es el aspecto en el que debe el torero demostrar su sabiduría pues es donde está la verdadera dificultad de esta profesión; saber darle al toro lo que pide y siempre quedando por encima de las condiciones del animal, ya que como dijimos al principio todo es en función del toro.

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Pero me gustaría ahondar de la mano de tan ilustre autor, que me da un plus de autoridad que por mi sólo no lograría, en dos aspectos que hoy en día destacan en las faenas de muleta que vemos en esas plazas de toros de Dios. En primer lugar hay que tener muy en cuenta la distancia a la que el torero se pasa el toro; “hay que mirar los pies del torero en el centro del pase cuando se está pasando al toro, la distancia a que le pasa, y la distancia a que se lo deja o remata el pase”, para después rematar con algo que se debe tener también muy presente debido a la gran cantidad de pegapases que nos tratan de engañar con un toreo superfluo y que actúan al año en gran número de festejos (omitimos nombres pero estén muy atentos a ellos pues lo que hacen no es torear y le quitan el sitio a otros que sí lo harían): “Esa distancia, despegada o ceñida, y la quietud de pies en ese instante es lo verdaderamente importante del pase...porque la quietud y la distancia en el centro de la suerte revelan que el toro va bien toreado, a su temple, muy embarcado en la muleta, que el que manda es el torero”.

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¡No se dejen engañar por los pegapases! Y nos da una pista más diciéndonos que no confundamos la distancia con las manchas de sangre en el vestido de torear. “La mancha se produce si no hay temple, si se codillea, si no va el toro toreado”, terminando de forma muy elocuente diciendo que “cuando se torea bien, todo es limpio y si hay sangre en el traje, no es del toro, es del torero”. El otro aspecto muleteril sobre el que me gustaría advertir es sobre el Pase de Pecho, pues de él se abusa hoy en día y se aplaude con mucha facilidad. “El toreo debe fluir con naturalidad, sin violencias y espontáneamente. Todo lo preparado es artificioso, incluso los pases preparados de pecho, que no deben porfiarse, sino ligarlos en los remates de los naturales, como una consecuencia, que es lo que son”. No abusemos del pase de pecho, eso de dar dos y hasta tres no tiene ningún sentido, solamente lo tiene el primero y como consecuencia, es decir ligado, de la tanda que rubrica.

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Todo lo reflejado en estas páginas fue escrito hace más de cincuenta años, lo que nos revela por un lado la mente preclara de don Gregorio Corrochano al que hoy, cuarenta y seis años después de su muerte, recordamos con admiración y, por otro lo eterno de este Arte que con sus modas, sus vicios y su lógica evolución, tiene una esencia que se transmite de generación en generación en la mente de los buenos aficionados, y mientras quede uno solo de ellos este milagro seguirá existiendo.

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