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MARZO 2007  /  OPINIÓN

La dignidad empieza por las formas

01-03-2007 1:08 p.m.

La urbanidad se refiere a la manera en que mostramos nuestra presencia y consideración que debemos a los demás

Es común leer u oír acerca de esposas y madres, alumnos y profesores, maltratados; observar la ausencia de respeto a los ancianos, la intolerancia a la disidencia; la agresividad incontrolable; la poca estima a la diversidad de opiniones; la destrucción inmisericorde del medio ambiente; el destrozo del mobiliario urbano y el poco respeto a la dignidad humana en general.

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Los modos para alcanzar la felicidad, siempre deseada, se apartan de las reglas y normas de conducta más elementales de convivencia colectiva que han acumulando las culturas y los pueblos a través de los siglos.

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El título de este artículo es una afirmación bastante cierta, porque la forma, no pocas veces arrastra el fondo. Como afirma A. Piettre “La vulgaridad de los modales hace vulgar el corazón”.

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Han sido necesarios muchos años para que la humanidad conquiste un código de conducta, que es una manifestación del respeto que nos merecen los demás. Es el esfuerzo por elevar al hombre más allá del instinto.

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En todas las épocas se han dado situaciones de rechazo a las normas existentes. Esta oposición a veces ha servido para superar convencionalismos y coacciones ridículas; pero no podemos olvidar que las formas implican atención y delicadeza respecto a los demás, expresan el sentido del otro. Matar las formas puede significar caer en las garras de la vulgaridad, que es más dura y brutal.

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El ser humano es por naturaleza social; esa dimensión social del hombre le lleva a entablar relaciones con los demás, en las que debe hacer un reconocimiento de la dignidad del otro: ese reconocimiento lleva consigo el respeto y justifica la existencia de unas normas de comportamiento que regulen y eleven esas relaciones –como refería antes- a la altura de la condición humana. Según el diccionario de la RAE esto es la urbanidad. La urbanidad se refiere a la manera en que mostramos nuestra presencia y consideración que debemos a los demás, expresión que hace posible la vida en sociedad. Esas normas de educación tienen su sentido y su valor, porque nos forjan como personas y nos hacen respetar a los demás porque lo son.

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Hay quien se empeña en defender que la “autenticidad” en el comportamiento es lo que debe primar en nuestra vida de relación: siendo “auténticos” -actuando con informalidad, con mera espontaneidad, todo vale. Nada de convencionalismos postizos. Lo contrario se considera encasillamiento, manía, falta de naturalidad y de libertad,... cosas de otros tiempos. Dejarse influir por normas de conducta, según este planteamiento, es no tener personalidad propia.

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El individuo que va por la calle con el pelo sucio y la ropa maloliente puede ser muy auténtico, pero no deja de ser desagradable. La persona que en lugar de sentarse se tumba en el autobús colocando sus pies en el asiento de enfrente, no deja de ser, cuando menos, insolidario. El que come con las manos, suelta tacos, emplea un lenguaje chabacano, se mete el dedo en la nariz, grita al hablar o –perdón por la expresión- eructa en público es, por lo menos un grosero... bastante lejos de lo que debe considerarse un auténtico ser humano. Por el contrario quien cede el asiento a otro –en atención a sus años, por ejemplo-, quien procura ir limpio y aseado todos los días, sabe dar las gracias y pedir las cosas “por favor”, sabe disculparse cuando se equivoca,... ese, aunque tenga 10 años de edad, es un auténtico… señor.

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Hay quienes carecen del necesario dominio de sí y son incapaces de comportarse con corrección; otros, no se comportan con educación porque simplemente no saben; también están aquellos que adoptan una actitud “vanguardista” que les lleva a presumir de mala educación. Todos tenemos en la mente conceptos como urbanidad, cortesía, protocolo y buena educación.

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Estos conceptos se refieren a la necesidad de usos sociales, de pautas de comportamiento asumidas por la mayoría que facilitan y hacen mucho más cómoda y agradable la relación con nuestros semejantes.

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Es fundamental recuperar los buenos modales, redescubrir la importancia de comportarse con corrección, de saber respetar, de escuchar, de observar las normas que nos ayudarán a crecer como personas, en libertad solidaria, a ser útiles a los demás y a la sociedad. Es vital conducirnos civilizadamente, vivir y hacer vivir estas normas sin las que ninguna sociedad podría preciarse de serlo.

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Lo más indigno que le puede suceder al hombre es convertirse en animal; me viene a la cabeza el cuento de Pinocho, creo que ejemplifica muy bien qué ocurre cuando mandan los sentimientos, cuando uno se deja arrastrar por lo que le brota de dentro, por lo que le apetece, cuando no se ponen los medios para superar los impulsos inmediatos. Pinocho acaba convirtiéndose en un asno. Deja de ser persona, porque se aleja de una conducta virtuosa, ya que ponerla en práctica y luchar por vivirla cada día es cosa propia sólo del hombre. Sólo el ser humano puede tener domino de sí y ser capaz de alcanzar lo más alto.

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La virtud, palabra absolutamente en desuso, se proyecta hacia fuera con formas externas observables. Habitualmente detrás de una persona educada hay virtudes y del mismo modo, bajo los malos modales suelen esconderse vicios. (Otra palabra infrecuente en el vocabulario de políticos y personajes públicos más o menos famosos, pero no que por eso deja de designar una realidad cada día más evidente).

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Termino repitiendo que el cuidado de las formas es un modo de defender el fondo, porque expresan la dignidad del hombre. Propongo que aprendemos a sentir y desear aquello que, como seres humanos, realmente nos conviene. No olvidemos que un paquete precioso sin nada dentro es una desilusión, pero uno magnífico, envuelto en uno sucio, feo y arrugado, cuando menos, es desconcertante. Todavía más, nadie envuelve la basura, sino para tirarla.

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