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La grandeza de las cosas, en cualquiera de los ámbitos de la vida en que nos queramos mover, no sólo se sustenta en la magnificencia de los grandes nombres que nominan una actividad o en las gestas que forjan leyendas; hay también páginas con menos profusión de letras e ilustraciones pero que igualmente contribuyen a dar grosor al tomo del libro de la historia que hayamos decidido abrir. En estas páginas de la Revista Córdoba Eterna, abrimos cada mes el volumen de la Historia de la Tauromaquia mirada desde la óptica cordobesa, con la mayor o menor fortuna que las limitaciones de mi escritura imponen; con estas premisas, quizá innecesarias, justificamos que en este mes de marzo del año 2007 nos acordemos un poco de la figura de un torero cordobés prematuramente desaparecido (en los ruedos y en la vida): Manuel Calero Cantero “Calerito”.
\r\nEl 19 de enero de 1927 nace en la serrana Villaviciosa de Córdoba y trece años después, tras el óbito paterno, toma rumbo con su familia hacia tierras valencianas en busca de una mejora en el nivel de vida, aunque el joven Manuel lo que se va a encontrar es con su destino pues aquellos taurinos lares despiertan en él el firme propósito de hacerse torero. Tras demostrar su valor por cualquier tentadero en el que se presentaba la oportunidad y asimilando la técnica necesaria, pues el valor a secas no sirve para otra cosa que para acabar visitando el hule de la enfermería, ve su nombre anunciado como sobresaliente en el histórico coso valenciano de la calle Játiva, debiendo gustar ya que una semana después, 5 de agosto de 1945, es contratado para una novillada en el mismo recinto, cortando dos orejas y rabo. Esto le abrió las puertas de las plazas de la zona levantina, durante ese año y el siguiente, para acabar dando el primer paso importante de una carrera taurina, debutar con caballos el 14 de septiembre de 1947 en el que fue su primer gran feudo, la plaza de Valencia.
\r\nNo fueron del todo bien las cosas tras el debut por lo que decidió desandar el camino andado cuando aun era un niño y regresar a Córdoba, donde va a encontrarse con una persona clave en su vida, un joven aficionado cordobés llamado Diego Martínez García, con el que va a iniciar su carrera para convertirse en matador de toros. Por otra parte hay que significar que también para Diego Martínez iba a ser fundamental esta unión ya que posteriormente se iba a dedicar, y con éxito, a los negocios taurinos, lo que antes de conocer a Calerito no entraba en sus planes. Lo cierto es que se juntaron dos personalidades que se complementaron a la perfección, llevando a Manuel a convertirse en una pieza clave en lo que a los novilleros se refiere pues en 1949 torea, y con importantes éxitos, la nada desdeñable cifra de 49 novilladas.
\r\nHay que hacer una precisión en este apartado novilleril de la biografía de Calerito, que pondrá más en valor su importancia debido a lo peculiar que fue ese año en el segundo de los escalafones. Esa temporada del 49 se da la circunstancia peculiar de que se celebran más novilladas que corridas de toros, siendo el torero cordobés el cuarto en el escalafón, encontrando la explicación en los tres nombres que se situaron por encima de él. Dominó la novillería Miguel Báez “Litri”, que había irrumpido con tal fuerza que había toreado la impresionante cifra de 115 novilladas, yéndole a la zaga Julio Aparicio con más de setenta actuaciones; pero es que el tercero en ese curioso año, con 15 novilladas más que nuestro paisano, fue nada más y nada menos que Antonio Ordóñez.
\r\nCon estos datos aportados resulta estéril añadir que Calerito se presenta con fuerza en la temporada de 1950 para tomar la alternativa, lo que acontece el 26 de mayo en el Coso de los Tejares, siendo su padrino Agustín Parra Parrita y testigo, su amigo y tantas veces compañero, José María Martorell, con toros de la viuda de Francisco Galache; “Noquerillo” se llamaba el negro zaino con que se doctoró. Según José Luis de Córdoba, tanto Parrita como el toricantano hubieran triunfado fuertemente si no llega a ser por la espada, a pesar de las dificultades que dieron los toros salmantinos. Veintiuna corridas toreó la temporada de la alternativa.
\r\nEn la temporada siguiente, primera completa como matador de toros, sumó veinticinco corridas, entre ellas la que José María Martorell da la alternativa en Montoro a Rafael Soria Molina Lagartijo (cartel cordobés que se había repetido desde que los tres eran novilleros) y en 1952 lo hizo en treinta y seis ocasiones, siendo una la confirmación en Madrid, 29 de junio, con Fermín Rivera y Antonio Caro en el cartel. Todavía en 1953 mantiene su buen cartel, pero a partir del año 54 va descendiendo el número de actuaciones hasta llegar al 27 de mayo de 1957 que sería, sin que él lo supiera, la última vez que se vistió de luces; fue en su plaza de Córdoba con un cartel de postín: Ángel Peralta rejoneando y ocho toros de Concha y Sierra (otro tesoro que se nos va perdiendo irremisiblemente, perdón por el inciso torista) para Rafael Ortega, nuestro Calerito, Joaquín Bernardó y Juan Antonio Romero.
\r\nEn 1958 Manuel Calero tiene otra ocupación más importante fuera de las plazas, acometer la cruel enfermedad que le es detectada, mientras se dedica a la honrada administración de los bienes que se había ganado por los ruedos de España. Aunque en 1960, coincidiendo con la mejoría experimentada en los primeros meses de ese año, se prepara para volver a la profesión (tomó parte en algunos festivales y en tentaderos), a pesar de su optimismo y buena preparación física, el 13 de noviembre fallece en Córdoba entre el dolor y la admiración de sus paisanos. Dejando hablar a José Luis de Córdoba, Calerito fue “un torero profesionalmente honrado, valiente, pundonoroso, capeador y muletero fácil y matador seguro, que alcanzó muy estimables éxitos, no sólo en España, sino también en las dos ocasiones que firmó contratos para actuar en plazas americanas.”
\r\nEn lo personal gozó del cariño de todos los que lo trataron; su amigo José María Martorell organizó un festival para erigirle el mausoleo donde hoy reposan sus restos en el cementerio de San Rafael. Entre otros se anunciaron Antonio Ordóñez, Manolo Vázquez y Mondeño. Su memoria queda inmortalizada todos los meses de mayo cuando el club que lleva su nombre otorga la “oreja de oro” al novillero que más trofeos corta en la Feria de Nuestra Señora de la Salud; es el premio con más solera de los que se conceden en nuestra tierra después del prestigioso “Manolete”, trofeo este que, por cierto, él consiguió en la feria de 1952.
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