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MARZO - ABRIL 2008  /  LITERATURA

Ricardo Molina

03-03-2008 10:55 a.m.

“Y tú preguntarás a los espejos/ y ellos no acertarán a responderte,/ y yo estaré muy lejos ya, tan lejos,/ que habré cruzado el muro de la muerte”. Ricardo Molina

A veces, nos cuesta creer en las profecías de nuestros vecinos y, por aquello de que nadie es profeta en su tierra, infravaloramos lo autóctono. Sin embargo, con esa actitud, dejamos de ver muchas de las estrellas fugaces que arañan el cielo de nuestra Literatura. Los escaparates de las librerías se llenan de traducciones de poetas contemporáneos italianos –por poner un ejemplo- que nada nos dicen. Sin embargo, quien quiera adquirir las obras completas de Góngora o Campoamor, sin duda, deberá armarse de paciencia y terminar buceando por las páginas web especializadas en libros descatalogados.

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Entendemos que, desde las instituciones públicas, se debería hacer un esfuerzo por ir cubriendo las lagunas editoriales. Son muchos los escritores que forman parte de nuestra historia literaria y acaban, en el mejor de los casos, coleccionando ácaros y humedad en cualquier estantería.

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Ricardo Molina Tenor es, sin duda, uno de los poetas españoles más importantes del siglo XX y nació en Puente Genil, Córdoba. Hasta hace poco, era prácticamente imposible adquirir su obra. Recientemente, la editorial Visor ha reunido en dos volúmenes toda su producción poética. Quisiéramos recomendarla encarecidamente.

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En su poesía, se entrevén temas como la naturaleza y el amor. Describe los paisajes con tal sutileza que todo lector acaba llegando a la conclusión de que la naturaleza en su obra tiene más que ver con su mundo interior que con lo que contemplan sus ojos.

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Aficionado al flamenco, llegó a escribir, junto a Antonio Mairena " Mundo y Formas del Cante Flamenco ", una de las obras que más han dado que hablar sobre este tema y que, pese a la polémica que levanta, no deja de figurar en los anaqueles de todo buen flamencólogo que se precie.

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De su amistad con Pablo García Baena, surgió la creación de la revista literaria “Cántico”. A este proyecto se sumaron otros nombres ilustres como el de Juan Bernier, Mario López o Julio Aumente. Entre todos, urdieron las mimbres de uno de los movimientos literarios más importantes de su tiempo.

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Desde joven, era asiduo de numerosas tertulias, siendo sus preferidas aquellas en las que, acompañado de los poetas cordobeses de su generación, paseaba descubriendo los rincones de nuestra ciudad y declamando versos en sordina cuando la ocasión lo aconsejaba.

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Una de las facetas menos exploradas de Ricardo Molina es su afición a la Semana Santa de Puente Genil. Cuentan que llegó a escribir el primer pregón que se hizo, siendo uno de los más bellos que jamás se han escrito. En el archivo de la corporación bíblica “Judith y la Degollación de San Juan el Bautista”, más conocido como El Degüello, uno de los más emblemáticos de Puente Genil, se guarda como oro en paño una copia de dicho pregón. Sin embargo, parece ser que sobre el texto del pregón Ricardo Molina fue improvisando, de manera que buena parte del mismo se perdió en el aire.

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Cuando llegan estas fechas, huele a cuaresma. Para los aficionados a la Semana Santa de Puente Genil, algo flota en el aire, una sutil fragancia que escapa por las grietas del lenguaje, que no llega siquiera a acariciar las pituitarias, que roza el alma vadeando los sentidos. Es una sensación inenarrable. El cielo azulea con matices distintos, el viento acaricia las cosas sin apenas tocarlas, se incendian las nubes con el sol de la tarde y el corazón parece acompasar su latido al ritmo de la vida. Cuando se hace de noche, la luna se derrama por todas sus orillas y el vino cobra resplandor de estrella en las copas que intercambian los hermanos de los cuarteles que siguen, lentamente, la estela de los Romanos. Una marea humana lame las calles que suben hasta la Ermita de Jesús el Nazareno. No estar ahí para disfrutarlo es un suplicio. Quien lo probó, lo sabe. A nadie extraña que Ricardo Molina fundara un cuartel en Córdoba, para quitarse el resabio de la distancia, del desarraigo. Una embajada pontanense para acercarse más al pueblo sin moverse de su querida Córdoba.

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Ricardo Molina lleva sus versos más allá de sus límites, tanto que casi podría decirse que están al otro lado de las cosas y no dejan de crecer. Sus versos tienen la magia de lo natural, de lo que no puede ser de otra manera.

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Para despedirnos, para que al lector le quede un buen sabor de boca, para dotar a las palabras de este artículo del mejor de los ecos, terminaremos con un poema en el que Ricardo Molina se despide, pero se queda. De nosotros depende no dejar que se vaya del todo, haciéndole un hueco en nuestra memoria.

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NOCTURNO ROMÁNTICO

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Las torres quedarán y yo me iré.

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Me iré, me iré con la sombra y la luna.

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No me preguntes, amor mío, por qué.

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Yo no he de dar contestación ninguna.

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Mi fuego se helaría en el rocío,

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mi voz en el silencio interminable.

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Por eso, no preguntes, amor mío.

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Jamás esperes que suspire o hable.

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Se quedarán las calles con sus nombres,

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de la Rosa, del Sol, de los Arqueros.

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Se quedarán las cosas y los hombres

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y el otoño de parques plañideros.

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Y yo me iré cuando la Aurora ciña

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con cinturón rosado a las doncellas,

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cuando la alondra despierte la viña

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y los gallos ahuyenten las estrellas.

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Me iré, me iré cuando el mundo, amor mío,

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sea como un navío empavesado,

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cuando el pájaro vierta en dulce pío

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verdor de primavera sobre el prado.

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Y tú preguntarás a los espejos

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y ellos no acertarán a responderte,

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y yo estaré muy lejos ya, tan lejos,

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que habré cruzado el muro de la muerte.

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Y de la Vida la impasible fiesta

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ay, seguirá girando alrededor

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de tu vana pregunta sin respuesta,

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oh dulce y vano amor.

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