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MARZO - ABRIL 2008  /  TAUROMAQUIA

Carteles cordobeses

03-03-2008 11:06 a.m.

La Córdoba taurina está marcada, sin duda, por la enorme sombra de los rafaeles y manueles que ocupan su trono en eso que, en consonancia con la larga historia de la ciudad, ha acabado por denominarse califato taurino. El gran riesgo de este glorioso título, sujeto siempre a que cualquiera con un poco de afán de protagonismo, no siempre taurino, le meta su golletazo, está en saber delimitar quien debe estar en él, ya que propugnar como Califa a cualquier torero amiguete lo único que supone es el desprestigio para tan importante título y el sonrojo para cualquier buen aficionado cordobés sabedor de las carencias (también de algunas de las grandezas) del propuesto o promovido. Con esta apertura de capa quiero dejar constancia de que se puede ser un gran torero y ser de Córdoba sin necesidad de ser Califa del toreo; no hay desprestigio por ello y los nombres que van a llenar las próximas líneas van a demostrar esta afirmación.

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Tras Manolete hubo una serie de toreros que cargaron con la cruz del alto listón taurino que dejó el torero nacido en la calle Torres Cabrera, algunos de ellos ya han hecho el paseíllo por esta revista (José Mª Martorell o Calerito) quedando constancia en esta arena escrita de su importancia en la tauromaquia cordobesa; ahora vamos a componer unos carteles, intemporales e imposibles, donde van a aparecer otros nombres, grandes toreros cada uno en su estilo, que llevaron el nombre de Córdoba por el mundo y para los que nadie reclamó el califato, como ocurre en nuestros días en los que la mediocridad se ha hecho la dueña de las cosas. Ninguno, por ello, tiene deshonra taurina y todos pasean felices, ya lejanos sus tiempos de matadores, su torería por las calles de nuestra ciudad.

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Abre cartel, como tantas veces lo hizo en los que se anunciaba el “ciclón” de Palma del Río, José María Montilla Álvarez, que aunque nacido en la localidad sevillana de Gerena es considerado, por él mismo en primer lugar, como torero de Córdoba. Se presentó como novillero en Córdoba, con apenas 17 años, un 31 de mayo de 1957 con reses pedrajeñas de Isaías y Tulio Vázquez (ganadería de las muchas que echan de menos los buenos aficionados y de más los malos toreros), compartiendo cartel, por cierto, con otro niño llamado Francisco Camino Sánchez, de Camas, que iniciaba esa tarde su andadura hacia la conversión en uno de los más grandes toreros de la segunda mitad del siglo XX. Montilla torea en 1961 cuarenta y cinco novilladas, con destacado éxitos, por lo que llega con muy buen ambiente a su alternativa el 26 de mayo de 1962, siendo doctorado por Julio Aparicio que le cede el toro Avefría, de Mora Figueroa, atestiguándolo todo Jaime Ostos; los hermanos Peralta rejonearon por delante y al final el diestro cordobés cortó tres orejas y obtuvo el trofeo “Manolete”. Tan buen comienzo no tuvo un refrendo posterior y aunque toreó con asiduidad en las temporadas siguientes, fue testigo de como don Antonio Bienvenida le daba la alternativa a “El Cordobés”, en 1965 se retiró de los ruedos dejando para la incógnita taurina, esos misterios que nunca desentrañaremos, lo que por sus cualidades artísticas pudo haber llegado a ser, a decir de los que lo vieron torear. En la actualidad José Mª Montilla ejerce labores de periodismo taurino junto al gran escritor e investigador Rafael Sánchez González.

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Continuamos recordando a Gabriel de la Haba Vargas, “Zurito”, nacido en Córdoba en 1945 y miembro de una larga dinastía taurina fundada por su abuelo, el gran picador Manuel de la Haba “Zurito”. Gabriel tuvo un comienzo soñado: debut en Ronda, mejor marco imposible, ochenta y cuatro novilladas toreadas en 1963, incluida su presentación en Madrid, y expectante alternativa en Valencia de manos de Miguel Báez “Litri” con toros de Manuel Arranz (la mítica ganadería salmantina que poco después se traería para Córdoba Ramón Sánchez), Yeguero se llamaba el toro. A pesar de tan halagüeño inicio biográfico las cornadas truncaron una evolución, que por lo dicho y por las cualidades de su toreo, apuntaban a grandes cotas en la historia de la tauromaquia. Aún así hay que dejar constancia de que toreó bastantes corridas las temporadas posteriores a su doctorado (a pesar, no lo olvidemos, que fue castigado por los toros) y que al igual que su predecesor en este cartel, obtuvo el trofeo “Manolete” en 1968. En la temporada del año setenta, tras torear cinco corridas, se retiró de los ruedos dejando aún más latente la incógnita taurina de que con él se perdió una figura para la Historia.

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La gran figura del cartel que estamos componiendo es sin duda Manuel Cano Ruiz, “El Pireo”. Nacido en nuestra ciudad el 30 de junio de 1944 comienza sus primeros escarceos taurinos muy joven aún por los alrededores de Córdoba, corriéndose la voz por los mentideros de su excepcional clase con capote y muleta, presentándose en Los Tejares en septiembre de 1961 donde resultó herido de gravedad por el astado, lo que no fue óbice para, al comienzo de la temporada siguiente, repetir en una matinal obteniendo un sonado triunfo lo que le lleva a torear veinticinco novilladas sin picadores en esa misma temporada de 1962, en la que ya pasó a las montadas. Setenta y cuatro novilladas picadas precedieron en 1964 a su alternativa septembrina, tejareña y cordobesa, bendecida por don Antonio Bienvenida (sustituto del anunciado M. Benítez “El Cordobés”), con el citado “Zurito” de testigo y un toro de don Carlos Núñez, Fogarín de nombre, como refrendo.

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Las siguientes temporadas fueron de rotundos éxitos, tanto cualitativa como cuantitativamente, lo mismo en España como en América; por ejemplo en 1965 actuó setenta y cinco tardes en nuestro país y treinta en América. Esa misma temporada confirmó la alternativa en Madrid, el cartel habla por si solo de su importancia en el escalafón: Julio Aparicio padrino, Curro Romero testigo y ganado de Antonio Pérez-Angoso (uno de los hierros que creara el mítico Antonio Pérez de San Fernando, nada menos que con la compra de parte de la ganadería del más mítico aún Vicente Martínez, casta jijona, colmenareña y extinta prácticamente). Perdón por este paréntesis nostálgico torista.

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Tras un trienio triunfal, ratificado con la concesión de los trofeos “Manolete” en 1965, 1966 y 1967 desciende en 1968 el número de actuaciones de “El Pireo” que se retira de los ruedos al final de esa temporada. Reaparece en 1971 con una prueba de fuego, seis toros en solitario, apés para más seña, terno negro y oro y dos orejas que sirven para convencer a este gran torero de que su gran época había pasado. Una tarde agosteña en Olivenza (Badajoz) Manuel Cano pone punto y final a “El Pireo”, una historia corta pero triunfal, dando paso a una larga vida administrando su hacienda noblemente ganada en los ruedos del mundo. Fue, insisto, un excepcional torero, de enorme clase, rozando lo que algunos llaman “el pellizco”, y su nombre no debe dejarse de tener en cuenta en las gloriosas páginas de la tauromaquia cordobesa. Aunque no me guste la forma debo de terminar los datos de este torero recordando que fue intérprete de la última versión cinematográfica de la célebre novela de A. Pérez Lugín “Currito de la Cruz” (previamente habían interpretado el papel El Algabeño y Pepín Martín Vázquez)

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Rematamos el cartel con otro gran torero cordobés, Agustín Castellano Martínez “El Puri”, que aporta a la tauromaquia cordobesa algo que no es frecuente, ser más torero de pundonor que de arte; clarividente es el hecho de que su confirmación en Madrid fue con toros portugueses de Murteira Grave. Aunque tuvo una buena etapa novilleril, paralela a la de “Zurito” hasta la presentación en Córdoba, notó bastante el paso al escalafón superior, el doctorado se lo concedió “El Cordobés” siendo el primero que se otorgó en el recientemente inaugurado coso de los Califas, fue un 25 de mayo de 1965; además también le cabe el honor de haber participado en el último festejo celebrado de el viejo Coso de los Tejares, aún siendo un novillero. Fue descendiendo su número de actuaciones hasta que en 1970 se retira en la plaza de Montoro. Su enorme afición le empuja a convertirse en banderillero, a las órdenes de un dominante entonces Antonio José Galán, y volver a intentarlo como matador, ya en 1975, pero el destino ya le tenía preparado a Agustín Castellano el dedicarse a la gestión de un rentable negocio en la ciudad y el pasear su enorme afición a los Toros tocado por un sombrero cordobés.

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Completamos así un cartel con cuatro diestros que demuestran que se puede ser torero en Córdoba sin necesidad de tener que llegar al Califato. Todos atesoraban condiciones para haber llegado a más aunque cada uno cumplió con su sino y mientras fueron toreros lo fueron con toda la extensión de la palabra; hoy viven tranquilamente en nuestra ciudad, cada uno dedicado a lo suyo, y siempre le deberemos el haber contribuido con su granito de albero a engrandecer la tauromaquia cordobesa. La grandes páginas de la Historia, en cualquiera de sus vertientes, están escritas a base de grandes hitos, pero también de aportaciones menores, que muchas veces juntas suman más.

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