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MAYO 2007  /  OPINIÓN

El rincón del Genil

01-05-2007 9:45 p.m.

Los Amigos del cante

Los amigos del cante son doctores en sentimientos. "Los amigos del Cante" fue también el nombre de la taberna que Pedro Lavado montó en Santa Catalina, frente a la confitería de Teodorito y lindando con la casa del Niño Santos, donde éste y sus dos hijos manejaban la guitarra como nadie, y adiestraron en su arte a medio pueblo. Fue por tanto el caso, que el cante buscó a la guitarra y se acercó a ella.

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La taberna era lugar oscuro y humilde, con sabor flamenco, decorada en esparto, buen Moriles y una lista de tapas corta pero excelente. En la barra estaba Pedro, con su pelo rizado, su delantal blanco y el vespino aparcado en la puerta. Cantaba cuando le venía en gana, sin que la insistencia de su parroquia le afectase. También cuando le parecía, cerraba la taberna por tiempo indefinido, sin sorpresa para nadie: "Ya volverá", nos decíamos, y siempre volvía.

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El año 1932, republicano y convulso, fue para Puente Genil pródigo en talento: Nacieron a lo largo del mismo nada menos que Antonio Fernández Díaz, Fosforito, que dominó todos los cantes, y el mismo Pedro, un maestro de la serrana. Por aquel entonces, Juan García, el Niño Hierro, ya cultivaba su huerta del Tarajal de vuelta de sus giras por toda España, y su hermano Manuel y José Bedmar "el Seco" eran valores reconocidos.

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Frasquito es posterior, y el resto de la dinastía de los Lavado vendrían después. Por si fuese poco, desde Lucena se vino Ranchal y se hizo pontanés. Si en algo ha sido generoso nuestro pueblo con el mundo ha sido en cantaores. Porque había, y hay, muchos más, tantos como turroneros en Jijona. Eso sí, casi todos payos, yo no sé porqué. A mí me gustaba entrar en las tabernas del barrio de la Isla para escuchar a un hermano de "Sietemachos", cojo y rubio, que las frecuentaba y cantaba tan bien como el niño Gloria.

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Los amigos del cante tienen ¡qué duda cabe! su doctorado en sentimientos. Hay una señal auditiva que nace en las cuerdas vocales del cantaor y llega al cerebro del oyente. Pero además, hay otra onda invisible y desconocida que se dirige sin intermediarios de uno a otro corazón y de la que solo se conocen sus efectos: el vello se eriza, el cristalino se humedece, las entrañas se conmueven y la compasión se instala en el alma del que la recibe.

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Véase si no, cómo se expresa en forma de fandango, por Huelva, la desesperanza:

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"Por no tener donde sentarme

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yo me senté en una piedra,

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por no tener donde sentarme,

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la piedra al verme tan pobre

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se rompió por no aguantarme,

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pobre del hombre que es pobre"

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Cuando, en los sesenta, Antonio Rivas y Pascual García promovieron el Festival de Cante de Puente Genil en torno de la figura del maestro Fosforito, gran amigo de ellos, empieza por así decirlo el cante a salir de las tabernas y de los cuarteles y a hacerse más público. No es solo un fenómeno de nuestro pueblo, sino de toda España. La profusión de festivales y la comercialización del disco (del vinilo, diría un postmoderno) otorgan otra dimensión a un arte que hasta entonces era más bien privado. Aunque el cante venga de antiguo, su extensión actual es reciente.

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Hubo un pontanés que cultivó una amistad profunda y duradera con el cante, al que piropeó con gracia: se llamaba Ricardo Molina. Hubo, por supuesto, muchos más. En aquel pueblo de los sesenta, mi amigo Antonio Sierra y su panda, entre ellos Gómez de Cisneros y "el niño Jesús", merodeaban el Romeral las tardes de verano a la caída del crepúsculo para organizar el plan de acción de cada noche y encaminarse al festival de turno.

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Tiempo atrás, en época más difícil, el lunes de las Cien Luces de 1954, un joven Francisco Moyano convocó y reunió a algunos de nuestros mejores cantaores y a Matías Prats que hizo la narración, para grabar en una cinta que ha pasado a nuestra pequeña historia y a la del cante, nada menos que la Pasión según San Mateo en forma de saetas y cuarteleras.

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Como dijo el otro, los amigos del cante, son mis amigos.

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