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MAYO 2007  /  PERFILES

Don Antonio Cruz Conde

01-05-2007 10 p.m.

“La diferencia entre un político y un hombre de Estado es que mientras el primero piensa en las próximas elecciones, el segundo lo hace en la próxima generación”

Ante la proximidad de las elecciones locales, hemos querido rendir un humilde tributo a quien ha sido quizás el mejor alcalde que ha tenido nuestra ciudad: don Antonio Cruz Conde, un hombre que tuvo la virtud de darse a su terruño con una abnegación insólita, con una generosidad desbordada por el cariño y la ilusión de devolver a Córdoba una pequeña parte de lo que ésta le entregó. En honor a la verdad y a la justicia, hay que reconocer que don Antonio Cruz Conde supo saldar esta deuda con creces, hasta el punto de que en realidad es nuestra ciudad la que debe un sincero reconocimiento a quien tan desinteresadamente quiso dar su vida por esta ciudad.

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Trataremos de ofrecer un rápido bosquejo de su vida, trazos ligeros y torpes sin pretensión ninguna, así como un inventario incompleto y destartalado de los logros que fue alcanzando a lo largo de su actividad política, pero confesaremos que un par de páginas impresas no dan para mucho. La mejor manera de descubrir la grandeza de don Antonio Cruz Conde es salir a dar un paseo por las calles de nuestra ciudad y disfrutar contemplándola con ojos de niño, con una mirada nueva que redescubra rincones, murallas y patios deflagrándose en pétalos de flores. No exageramos un ápice si decimos que don Antonio Cruz Conde fue el escultor de la Córdoba actual. Ese porte de ciudad respetuosa con su pasado, ésa pinta de remanso en el que confluyen tres culturas, ese aire de rincón para perderse, para encerrarse en el paréntesis del tiempo, lo tiene nuestra ciudad gracias a la magnífica labor de don Antonio Cruz Conde.

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Para aquellos lectores que piensen que exageramos (no podemos reprochárselo), podemos citar algunas de las reformas que don Antonio acometió a lo largo de su vida política. Recuperó muchos de los monumentos más emblemáticos de esta ciudad; por citar sólo tres ejemplos, diremos que rehabilitó el Alcázar de los Reyes Cristianos; derribó el voluminoso edificio que desde finales del XIX agobiaba la Corredera, dándole la apariencia que tiene actualmente; y rehabilitó la Calleja de las Flores, uno de los rincones más representativos de nuestra ciudad. Le lavó la cara al Museo Arqueológico y creó el actual Museo Taurino. Construyó el puente de San Rafael, el Hospital Provincial, el parque Cruz Conde, la Universidad Laboral y el aeropuerto; además, para colocarnos en el escaparate del turismo, edificó el antiguo Hotel Meliá (recientemente derribado) y el Parador Nacional de la Arruzafa.

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Las avenidas de Carlos III, Conde de Vallellano y del Corregidor también se deben a su afán por dotar a Córdoba de una configuración más acorde a los tiempos que corrían. No deja de resultar cuanto menos curioso que la gran mayoría de las mejoras que don Antonio promovió en nuestra ciudad a mediados del siglo pasado sean difícilmente superadas por las que han ido aconteciendo sucesivamente.

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El 3 de abril de 1910, en el núm. 8 de la cordobesa calle Deanes, nació Antonio Cruz Conde y Conde. Sus padres se llamaban Rafael y Ángela, ambos pertenecían a familias vinculadas a la política.

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Sus primeras letras las fue aprendiendo en su ciudad natal; sin embargo, para continuar su formación, fue a Málaga, donde cursó el bachillerato en el Colegio de El Palo, de los jesuitas. Estudió la carrera de Derecho en las Universidades de Granada y de Sevilla, pero no llegó a terminarla, ya que tuvo que hacerse cargo de las bodegas familiares, circunstancia ésta que le impidió prestar la debida atención a las escasas asignaturas que le separaban de la obtención del título académico.

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En 1933, se afilió a la falange. Al estallar la guerra civil, alcanzando el grado de teniente por su labor en el frente, en la 31 División. El propio don Antonio, en uno de sus discursos, definió aquella época como “aquellos años crueles y terribles, cuando la vida y la hacienda eran un azar y un peligro para muchos”.

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En 1943, contrae matrimonio con doña Guadalupe Suárez de Tangil y Guzmán, hija de Fernando Suárez de Tangil, conde de Vallellano y alcalde de Madrid bajo la dictadura de Primo de Rivera. Esta circunstancia no es baladí, ya que don Antonio Cruz Conde encontró en su suegro a un verdadero padre político, que le mostró los senderos y atajos para llegar al poder central y le enseñó qué resortes accionar para que Córdoba pudiera beneficiarse del complicado engranaje administrativo del momento (no menos complicado que el de ahora). Estos “contactos” no sirvieron para que Córdoba recibiera un trato de favor, sino para que no fuera preterida en el reparto del pastel, en detrimento de otras capitales que sí estaban haciéndose ver y notar. Sin embargo, conviene precisar estas relaciones sólo supusieron una parte de la buena gestión que caracterizó a don Antonio Cruz Conde. Sus habilidades en el espinoso terreno de la política estaban potenciadas por el inmenso amor que sentía por su ciudad.

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En noviembre de 1951, tomó posesión del cargo de alcalde de Córdoba y en su discurso de investidura dijo: “Admito este honor con plena conciencia de que no se me entrega un privilegio, sino que acepto una responsabilidad (…) me entregaré al engrandecimiento de Córdoba con todas mis fuerzas. Inspiraré mis decisiones en el amor a mi ciudad y en la noble ambición de servirla”.

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Don Antonio Cruz Conde fue alcalde de Córdoba durante más de diez años, dejando su cargo en 1962. Ése mismo año, fue nombrado presidente de la diputación de Córdoba durante cinco años.

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No queremos enturbiar estas páginas con acontecimientos que deben quedar relegados a las páginas del olvido, sólo diremos que, a pesar de que don Antonio Cruz Conde tuvo que abandonar la política con un puñal en la espalda, su retirada fue dignísima, haciendo alarde de una clase y de una elegancia exquisitas. Su preocupación no residía en lo que acababa de pasarle, sino en qué pasaría con los asuntos de su ciudad que habían quedado a medias. Llegó a decir “al ser víctima de una torpe y sucia maniobra política, por la que me sentí obligado a abandonar mi puesto, sentí el temor de que pese a que la ejecución del programa estaba bien avanzada y todo suficientemente comprometido y garantizado, se pudiera malograr en gran parte, si la persona que me sucediese no estuviera identificada con la política seguida y con los criterios que la habían formulado”.

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Don Antonio falleció, rodeado de su familia, el 5 de diciembre de 2003, en su casa de la calle Conde de Torres Cabrera, a los 93 años de edad. A pesar de los homenajes que se la han organizado, creemos que la figura de don Antonio Cruz Conde no ocupa aún el lugar que se merece. Actualmente, hay publicada una obra de Juan José Primo Jurado que recoge las memorias de nuestro alcalde más emblemático, una obra absolutamente necesaria que tiene la virtud de acercarnos con amenidad y talento a la persona de don Antonio Cruz Conde. A partir de septiembre podrá adquirirse en las librerías, actualmente circula una edición no venal.

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Para terminar nos gustaría emplear las palabras del propio don Antonio Cruz Conde, con el deseo de transmitir a los lectores una parte de la ilusión y del cariño que éste ponía en todo aquello que tuviera que ver con su ciudad.

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"TODOS y cada uno de los cordobeses tienen una misión: Vivir de cara a la ciudad y no de espaldas a ella. Hacerla cada día más cuidada, más limpia, más culta. Pensar que nos toca la misión de cada hora y nuestro viejo río quiere ver reflejado en su ancho cauce el dinamismo de la generación del cincuenta y uno. Yo pido a todos su propio esfuerzo. Hagamos nuestra tarea, que todo aquello que sea superior a nuestra capacidad, debidamente canalizado lo elevaremos para su resolución al Gobierno y sin duda lo obtendremos, porque la ayuda estatal realiza el milagro del resurgir de nuestra Patria, en toda la anchura de nuestra España. Una Córdoba mejor hecha por los cordobeses. Tal puede ser nuestra divisa!"

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