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MAYO - JUNIO 2008  /  HISTORIA DEL ARTE

El saqueo que cambió el rumbo de la historia

01-05-2008 9:28 p.m.

Una mañana de julio de 1808 Dupont entregaba su espada...

Una mañana de julio de 1808 un reputado general francés llamado Pierre-Antoine Dupont, conocido como el León del Norte por sus destacadas intervenciones en los campos de batalla europeos, como el célebre de Marengo, entregaba su espada “vencedora en cien combates” a un general español llamado Francisco Javier Castaños, que tuvo la salida de contestarle: “Pues este de Bailén es el primero que yo gano”.

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Eso no importaba, lo realmente trascendente de aquella mañana jienense era que un ejército napoleónico había sido derrotado, cosa inédita hasta el momento, y un reguero de pólvora por el viejo continente fue este acontecimiento que tan bien reflejara en lienzo el pintor Casado del Alisal (esa Rendición de Breda decimonónica que guarda nuestro Museo del Prado).

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El mito de Napoleón saltaba por los aires y por ello, no es de extrañar, que el corzo montara en cólera y mandara a la península un inmenso ejército (250.000 hombres) para que al final con “las balas de los fanfarrones se hicieran las gaditanas tirabuzones”. Pero eso es lo que pasó después, ahora nos interesa hablar de lo que ocurrió antes de la famosa Batalla de Bailén pues de su trascendencia en la Historia, reflejada sucintamente, tuvo mucho que ver la ciudad de Córdoba, tanto en el aspecto moral como en el material. Veamos por qué.

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Empecemos por el aspecto moral, por decirlo de algún modo, teniendo en cuenta que este iba a ser fundamental dada la inmensa superioridad logística del gabacho. Debemos retornar en el tiempo hasta la no menos famosa Batalla de Trafalgar (donde éramos aliados de ellos, circunstancia esta que la historia se ha encargado siempre de demostrar que ha sido pernicioso para nuestro país), ya que la flota inglesa mantenía bloqueados aún algunos barcos franceses en la bahía de Cádiz, por lo que el citado Dupont atravesaba ufano la península rumbo al Atlántico para reconducir aquella circunstancia. Cuando se acerca a Córdoba la Junta Suprema de España ha reclutado por Andalucía, de forma algo precaria, a unos 3.000 hombres que hacen frente al ejército francés en el puente de Alcolea; aunque la superioridad era manifiesta, los españoles resisten más de lo debido, según consideraba el orgullo (bastante excelso por entonces) de las tropas francesas. Una vez superado el escollo, con toda la rabia caliente, la soldadesca gabacha se dedica durante nueve días a saquear a placer la vieja ciudad del Guadalquivir, cometiendo toda clase de fechorías, tanto en objetos y edificios como en personas. Esto acontecía entre el 7 y el 16 de junio de ese trascendente 1808, hace ahora justo 200 años.

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La crueldad con que se emplearon los franceses en Córdoba cundió por toda Andalucía, siendo la primera consecuencia el bombardeo y destrucción de la Armada francesa, en cuyo socorro acudía Dupont. Este, al haber perdido el motivo de su incursión y además escamado por las noticias cada vez más fehacientes de que Castaños estaba formando un ejército, decide regresar a Madrid en espera de refuerzos. No le faltaba razón al curtido militar francés ya que una semana después de abandonar, tras su saqueo, la ciudad de Córdoba llega a ella el general Castaños, y con él la guarnición militar del sur de España que se une a los restos del improvisado ejército, que había batallado en el Puente de Alcolea, para prepararles a los franceses lo que en justa medida se habían ganado por sus acciones, poco edificantes, en esta ciudad. Cuando Dupont iba hacia el norte, en Menjibar, se encuentra al general Reding que venía hacía el sur, comenzando las hostilidades que culminarían con la rendición en Bailén, la primera de un ejercito Imperial francés. La espita estaba abierta.

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Ha quedado medianamente demostrado la trascendencia moral que tuvo Córdoba en el rumbo de los acontecimientos que acabaron con la imbatibilidad (y el respeto) de Napoleón, pero no debemos desdeñar el material, esto se traduce en que los movimientos de las tropas francesas eran más lentos de lo que debieran ya que iban cargados hasta la pluma del gorro con todo lo que habían saqueado en palacios, iglesias y casas particulares cordobesas. Incluso una vez derrotados, cuando eran deportados a la isla de Cabrera, embarcando en el Puerto de Santa María aún se les encontraron muchos objetos sustraídos en el expolio de nuestra ciudad. Evidentemente es tarea imposible enumerar los objetos valiosos que se perdieron en este triste episodio, muchos de ellos de particulares, lo mismo que lo es con la obras de arte destruidas o saqueadas (no existía una disciplina de Historia del Arte, como tenemos ahora, que catalogara los tesoros que guardaban principalmente nuestras iglesias y conventos), lo único que podemos hacer es acercarnos a algunos de los edificios religiosos o civiles más significativos de la ciudad y someramente ver que fue de ellos.

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Aquí trascendemos al saqueo de 1808 pues los franceses volvieron a ocupar la ciudad meses después y aunque ya poco les quedaba para robar sí tuvieron tiempo para destrozar edificios dándoles usos indebidos. Tras profanar y dañar a la Virgen de la Fuensanta (a la que se encontraron vestida con el fajín de generala, lo que exacerbó sus, ya de por sí, poco calmados ánimos) y saquear el Santuario, al primer lugar al que debemos acercarnos es al Convento de Carmelitas Calzados de Puerta Nueva, por ser precisamente este el punto geográfico por el que irrumpieron las tropas napoleónicas que penetraron en la ciudad. Se dice que la ira francesa surgió por un disparo que realizó el juez de paz de la Santa Hermandad, Pedro Moreno, contra Dupont, que causó la muerte del caballo del General. Sea como fuere el edificio carmelita fue arrasado y su numerosa y valiosa biblioteca, joya del recinto, convertida en cartuchos para las municiones, mientras que sus retablos y muebles alimentaron la leña de los ranchos de la soldadesca (afortunadamente dejaron intacto el retablo pictórico de Valdés Leal) y no hace falta adivinarlo, apoderándose de toda la plata. No es de extrañar que el 14 de junio de 1814, expulsados sus nuevos y eventuales moradores, los carmelitas sacaran en procesión a la Virgen del Carmen, cuya efigie se había conservado en la Magdalena.

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Otro lugar donde fue especialmente perjudicial la invasión francesa fue nuestro querido San Agustín (que parece ahora empieza a ver la luz al final de un largo túnel de dejadez institucional) por entonces aún floreciente cenobio agustino. El convento fue convertido en el cuartel de la tropa y, lo más grave, su magnífica iglesia en cuadra, sirviendo el coro como granero y destrozándose varias pinturas al abrirse un gran agujero en el techo para subir y bajar la paja y el grano. Creo que sobran todos los comentarios, pero podemos traducir la inscripción en latín que sustituyó a una de las pinturas perdidas: “José Napoleón, invasor de las Españas, por un insensato decreto de 20 de octubre de 1809, disolvió exclaustrando en estos países, todas las órdenes monásticas ya anteriormente proscritas por los franceses innovadores”.

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El camino de desgracias que iba a transitar en los dos siglos siguientes esta magnífica iglesia, con la pérdida de la práctica totalidad de sus bienes muebles con sus bellos retablos y sus magníficas esculturas, había echado a andar. También sufrió el convento de los mercedarios cordobeses ya que los franceses lo utilizaron como Hospital y la iglesia fue la elegida para hacer las veces de enfermería, para ello arrancaron todos los retablos que en ella lucían salvo el Mayor que, eso sí, sufrió algunas mutilaciones (desgraciadamente esta gran obra, culmen del barroco cordobés y de su más señero autor A. Gómez de Sandoval, fue pasto de las llamas una aciaga mañana de enero de 1978).

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No debió de ser muy apto el recinto para el fin perseguido por los franceses puesto que una noche de abril de 1811 una treintena de presos españoles que se fingían (o no lo estaban lo suficiente) enfermos se fugaron del Convento de la Merced, hoy sede de la Diputación Provincial de Córdoba. Ni que decir tiene que los invasores se apoderaron de una nada desdeñable cantidad de alhajas que los frailes poseían. Tres ejemplos significativos (no únicos, por ejemplo San Pablo fue cuartel de la tropa) y clarividentes de la invasión francesa en la ciudad que son la punta del iceberg de todo un proceso de incautación de bienes que sufrieron los cordobeses, los particulares a modo de confiscaciones o tributos abusivos y las ordenes religiosas en sus alhajas de oro y plata (con el aderezo de la irreversible destrucción del patrimonio artístico); virulento, adjetivo que usamos para evitar el insulto directo, fue el saqueo en los conventos femeninos donde además del robo se produjeron las penosas acciones de abusos y violaciones.

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Y esas confiscaciones a particulares llegaron hasta la catalogación de robo, en lo más puro de su acepción, cuando llegaron “los ilustrados” a las grandes casas palaciegas que por entonces adornaban nuestra ciudad; se habla de cantidades astronómicas en el Palacio de Viana, el más significativo de estos recintos cordobeses. Después, los invasores napoleónicos fueron expulsados y lo que se pudo restituido a sus legítimos dueños, aunque ya era mucho el daño producido; unos años adelante llegaría otro iluminado llamado Mendizábal para darle la puntilla al patrimonio artístico español, que en nuestras iglesias y conventos conservaba un catálogo que pocos países podrían hoy comparar, pero ese es otro asunto. En estas líneas he querido recordar que hace 200 años los españoles lucharon por su independencia, siendo la única vez en la Historia que esta palabra había surgido en los libros de nuestro secular devenir, hasta que recientemente a unos cuantos periféricos les ha dado por rescribirlo todo, ¡maldito parné!.

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Y cuándo hablo de españoles que lucharon por la independencia de España me refiero también, y en ocasiones sobre todo, a catalanes y vascos, y si no lean a don Benito Pérez Galdós, él además de describírselo magníficamente vivió en un tiempo en que estos inventos no se le pasaban por la cabeza a ningún descerebrado, no crean que fue hace tanto.

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