Un clavel. Un rojo, rojo clavel

No hace ni tres semanas (hoy que escribo estas líneas) que te estaba poniendo un calvario de flores a tus pies para tu salida procesional en la “madrugá” y ya estamos de feria en feria.

Toda una noche con claveles rojo sangre entre las manos para que no fuera tan agreste ese monte Calvario y ya los entrelazamos en nuestros cabellos para adornarnos.

Hemos pasado, una vez más y sin darnos cuenta, de las túnicas oscuras y silentes a los colores alegres, los lunares y los volantes. Las mantillas negras se han tornado blancas. La cera, el incienso y el azahar anunciaban la explosión de rosas, margaritas y romero. Los golpes del llamador que dirigen tu paso son ahora clarines y timbales que anuncian la salida al ruedo de un astado, las dalmáticas de los acólitos son las libreas de los cocheros que recorren el Real como los ciriales te precedieron por las calles.

Peregrinamos a la Catedral para acompañarte con los sones de cornetas y tambores y marchamos ahora al son de la flauta, la guitarra y el tamboril, y son las sevillanas, las rumbas y las bulerías las que nos marcan el paso y el taconeo sobre la madera del tablao que antes fue trabajadera. El capirote se tornó peina o sombrero de ala ancha. De la Pasión hemos pasado a la Vida.

Se abre paso sin preguntar a nadie ni pedir permiso (así es mejor, vaya ser que alguien se lo niegue). Es primavera y la manzanilla, el rebujito y el fino corren de vaso en vaso cual río desbordado. De un sol radiante, de repente rompe a llover como si Noé no hubiera pasado por aquí hace ya algún tiempo. Y los cuerpos todos revolucionados y los ánimos todos alocados y los gestos y los guiños, todos locuelos.

Que ya de noche es aún de día y las terrazas están abarrotadas y nos descubrimos con otros colores y sonrisas renovadas y nos alegramos de vernos y algunos no lo saben. Y de feria en feria y aún recuerdo ese clavel que Tú elegiste para que fuera el suyo, que más bonito no lo hubo a tus pies. ¿Nos lo devolverá entre una caseta y otra? ¿Nos traerá otro espontáneamente, como si ni Tú ni yo supiéramos de dónde viene? ¿Te imaginas? Estaría bien. ¡Qué digo bien! ¡Sería genial!

Como ya sabrás, he estado escuchando músicas propias de la época en que estamos por aquello de ir entrando en ambiente antes de desembarcar en el primer Real que he visitado. Y todas las letras son una suerte de quereres con mala suerte y traiciones y dolores que no acompañan para nada en una tarde de domingo y así he decidido, que como yo quiero una buena Estrella, ya te estás apañando como Tú quieras, pero que este desarreglo me lo arreglas (si tienes a bien, claro), porque voy a disfrutar de la primavera, del verano y de lo que me pongas por delante sin penar por sonrisas que no sean para mí y por alegrías que sean para otros.

Así que ya sabes, que lo sabes todo, a organizarse y a sincronizar agendas, que con ese verlo todo que Tú tienes, los que tenemos visión limitada y absolutamente opaca del futuro (o sea, todos los demás), estamos bastante perdidillos. Al menos yo, desde luego. Porque me lo has borrado de mi vista y no de mi mente. Y eso no me satisface demasiado. La verdad. No es de recibo estar entre alamares, albero, farolillos y bailes y buscar entre las caras de la gente la que no debo. Que, como dice la copla, estoy cuidando un clavel que ya está “encendío” aunque aún no tengo gastadas las losas del puente (eso llegará cuando mayo esté por terminar, en nuestra feria), pero que de nuestro ir venir ya sabrán más de mis pasos de lo que saben ahora, y tal vez entonces sepan demasiado.

El caso es que tendrás que echarme un capote. Ya sé que José Tomás viene al coso de Los Califas, pero no es de ese capote del que te hablo. Aunque el maestro tampoco se maneja mal en el arte de Cúchares, pensaba más en unos quites de chicuelinas al paso que me serán más útiles en los lances que se aproximan que las verónicas y naturales en centro del ruedo. Aunque si se colaran de rondón alguna larga cambiada y algún que otro pase de pecho, podríamos ir salvando la lidia. Sí te pediría, ahora que estoy charlando contigo, que me librases este año de los cabestros, con todo mi respeto a las mulillas de arrastre, por supuesto. Pero de los cabestros, líbrame, anda, que entre estos y algún que otro clásico que desde el origen nunca se pensó que iba a ser lidiado en el ruedo,…, en fin, … que me das la feria.

Pero bueno, que recibiremos a Puerta Gayola lo que nos quieras mandar, así pues danos bravura y coraje y un enemigo noble y digno de respeto. Envía un buen corazón, porque, a pesar de lo que dicen algunos, la belleza no está sólo en el exterior (negar la belleza obvia, es una estupidez), ni siquiera en la cabeza. Lo más bonito, de verdad, es un buen y grande corazón. Me dejaste ver de refilón uno de esos. Y aprovecho para decirte que quiero más. La túnica ya está guardada esperando la siguiente luna de Nissan, y ya estoy preparando el traje de flamenca, el mantón y los zapatos de repuesto para la vuelta por la mañanita temprano (algo tan básico y tan importante como la flor en el pelo). Empieza la peregrinación de feria en feria y de plaza en plaza. Tú sabrás de las gestiones que tengas que hacer, pero esta primavera me la arreglas, ¿vale? Claro que sí. Pero ten en cuenta que te hablo de esta, ¿eh? Verás los altibajos en los que nos vemos envueltos con el subidón hormonal propio de la estación y la revolución de los colores. Ya te apañarás. Así que a ver qué emisario me mandas con el clavel. Vaya ser que “al verlo, cariño mío, se ponga tan “encendío” que acabe quemando mi piel”.