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MAYO - JUNIO 2008  /  PERFILES

Diego de Alvear y Ponce de León

01-05-2008 9:28 p.m.

Y aún hoy resuenan las medrosas olas al azotar de Cádiz la alta almena...

“Y aún hoy resuenan las medrosas olas/ al azotar de Cádiz la alta almena,/ de sus glorias a par las españolas./ Tintas en propia sangre y sangre ajena/ en la sañuda lid siempre miraron/ brillar su frente impávida y serena” Con estas palabras el poeta Espronceda recuerda las hazañas de uno de los personajes cordobeses, montillano por más señas, que tuvieron un destacado papel en el difícil período histórico que vivió nuestro país durante los años de la dominación francesa.

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La vida de Diego de Alvear y Ponce de León refleja la superación, el trabajo y el valor, de quien supo luchar sin descanso después de haberlo perdido todo. Hombre polifacético, con una gran cultura científica y lingüística (hablaba siete idiomas, entre ellos el guaraní y el tupí, aprendidos durante su estancia en América), a él le debemos importantes observaciones astronómicas así como las obras “Descripción de Buenos Aires” y “Demarcación de los territorios de España y Portugal”.

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Pero es, sin duda, su trayectoria político-militar la que le ha hecho merecedor de un lugar destacado en nuestra historia. Nieto del fundador de la conocidas bodegas Alvear, nació nuestro personaje en Montilla el 13 de noviembre de 1749. Su interés por el estudio le llevará, desde muy joven, a destacar entre sus compañeros de los colegios jesuitas de Montilla y Granada, hasta que en 1767, tras la expulsión de la Compañía de Jesús en nuestro país, regrese a su pueblo natal. Años después concluirá su formación académica con la calificación de “sobresaliente” durante su ingreso en la Real Armada. Sus méritos profesionales le llevarán a alcanzar los más altos grados militares desde que en 1770 sentase plaza de guardiamarina. En estos primeros años son numerosas las acciones llevadas a cabo por Diego de Alvear dignas de reseñar.

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En 1774, como alférez de fragata, participa en la expedición científica de la fragata “Rosalía” con la misión de experimentar los procedimientos que hasta la fecha se conocían de observación y cálculo de la longitud del mar. En noviembre de ese mismo año, y ya como segundo comandante de fragata, llega a Montevideo donde participará en el conflicto colonial entre España y Portugal por el control de la colonia de Sacramento (actual Uruguay). Tras la victoria española se crearía en 1776 el virreinato del Río de la Plata, por lo que un año después, según se había establecido en el Tratado de Límites, comenzarían las tareas de delimitación de las colonias españolas y portuguesas de la América meridional. Debido a su amplia formación científica y lingüística, Diego de Alvear será elegido miembro de la comisión encargada del estudio de la zona de los ríos Paraná y Paraguay. Durante dieciocho largos años de peligroso y duro trabajo por la selva (1782-1800) levantará planos topográficos, situará puntos por observaciones astronómicas, realizando importantes estudios botánicos así como la elaboración de completos informes sobre los habitantes de esas tierras, los indios tupí y guaranís. Pero en la vida de Diego de Alvear hay un antes y un después de una trágica fecha: el 5 de octubre de 1804.

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Meses antes había zarpado de Montevideo rumbo a España para comenzar una nueva vida con su familia –su mujer, Josefina Barbastro, y sus ochos hijos- para ello llevaba consigo las propiedades acumuladas durante décadas de trabajo en el continente americano. El viaje se había desarrollado con total tranquilidad hasta que, encontrándose la flotilla española -compuesta por las fragatas ”Medea”, “Mercedes”, “Fama” y “Santa Clara”- en las inmediaciones del Cabo de Santa María (Algarbe portugués), divisaron una división de nacionalidad británica al mando del comodoro Sir Graham Moore, quien requirió la rendición de los españoles. Buscando una aclaración de la situación, pues en ese momento ambos países no se encontraban en guerra, Diego de Alvear fue llamado, junto con su primogénito, al buque insignia “Medea” para servir como intérprete en las negociaciones, quedando el resto de la familia en la fragata “Mercedes”.

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El infortunio quiso que una maniobra de la embarcación hispana fuera interpretada como una fuga por los ingleses, quienes respondieron con el fuego de sus cañones. Uno de los cañonazos acertó en la santabárbara de la “Mercedes”, haciéndola saltar por los aires, siendo posteriormente apresadas el resto de la flotilla española. La batalla del Cabo de Santa María supuso para España el inicio de una guerra contra Inglaterra y para Alvear la pérdida de una parte de su vida. Su esposa y sus siete hijos –sólo se salvo el mayor- perecieron en el combate y con ellos todas sus pertenencias. A este trágico acontecimiento se unió su condición de prisionero en tierras del Reino Unido. Pero, si bien la pérdida de sus seres más queridos fue irreemplazable, el marino supo luchar para recuperar parte de sus bienes materiales, consiguiendo una indemnización del gobierno de la Gran Bretaña y su regreso a España. La vida le daría una nueva oportunidad cuando conoce a la que sería su segunda esposa, la irlandesa Luisa Ward, con la que también tendría una numerosa prole.

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En octubre de 1805, en su viaje de regreso a España, se verá inmerso en la famosa batalla de Trafalgar, donde las escuadras aliadas de Francia y España serán derrotadas por la armada inglesa al mando de Nelson. Después de Trafalgar se refugiaron en Cádiz los restos de las escuadras vencidas, manteniéndose la convivencia entre ambas hasta que Napoleón inicie la invasión española. Será precisamente en la Guerra de la Independencia cuando su figura va a tomar un papel determinante en la defensa gaditana contra el enemigo francés. Durante el combate del Portazgo, en el histórico puente Zuazo, al mando de Alvear se unirán a las fuerzas del ejército hispano un gran número de civiles, que lograrán rechazar los ataques del ejército napoleónico durante más de dos años. Su heroica actuación en la defensa de la plaza de Cádiz, le hará merecedor de la Gran Cruz de Hermenegildo y el enorme prestigio del que gozaba se refleja en las palabras que le dedicó el general Castaños: “Alvear, tiene usted más fama aquí que Pizarro en las Indias”.

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Sin embargo, el convulso y agitado siglo XIX español dará una nueva vuelta de tuerca a la fortuna de nuestro personaje durante el gobierno absolutista fernandino, al perder todos los honores y distinciones que tan merecidamente había acumulado en su larguísima carrera militar. Falleció en Madrid un quince de enero de 1830, sólo poco tiempo antes había podido recuperar, por segunda vez en su vida y ya octogenario, lo que sus acciones le habían hecho merecedor y los hombres le habían arrebatado. Ganó finalmente esta última batalla y la historia lo recordará siempre así, luchador y heroico, como lo inmortalizó el poeta “coronada su frente del laurel de la victoria”.

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