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MAYO - JUNIO 2008  /  TAUROMAQUIA

Goya, cabeza de cartel

01-05-2008 9:28 p.m.

Francisco de Goya y Lucientes, aragonés universal y testigo...

Ahora que estamos conmemorando el bicentenario de una serie de acontecimientos que colocaron a España a las puertas de la modernidad (aunque después llegara el Rey felón e interrumpiera el que parecía proceso irremediable), cuando el pueblo de Madrid se lanzó, de forma casi suicida, contra un poderoso ejército que campaba a sus anchas por Europa, en defensa de su Libertad, que estaba por encima de sus nefastos gobernantes, unos monarcas inútiles, sobre todo el padre, y traidores, sobre todo el hijo, debemos recordar a uno de los más grandes artistas patrios, Francisco de Goya y Lucientes, aragonés universal y testigo, por tanto también víctima, de aquellos hechos no por heroicos horrendos.

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Y es que los españoles de entonces, con todo su compuesto de ignominias, eran ante todo españoles y ningún chulo del norte de los pirineos iba a llegar aquí a decirnos como debíamos comportarnos. Y mira por donde que una de las mejores formas de expresar esa españolidad era la gran afición a los Toros que existía por entonces. Ya otros franceses más antiguos, como nuestros primeros Borbones, habían intentado acabar con la Fiesta de España, pero el pueblo había hecho caso omiso a aquello y el Toro seguía siendo, como desde tiempo de los iberos, el centro mágico-festivo de las celebraciones en la vieja Hispania.

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Cuando llegó al poder Felipe de Anjou cayó en desgracia la Afición (que era patrimonio del caballo y de la nobleza); al dejar de estar de moda los Nobles dejan de ejercer esta actividad, pero entonces es cuando el pueblo se apodera de la Fiesta y lo hace a pie; se había engendrado la Tauromaquia que, con la evolución propia de cualquier manifestación artística, conocemos hoy. Pero volvamos a los tiempos de nuestro pintor, concretamente al año 1814 cuando la Guerra de Independencia ha terminado.

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El hombre llamado Francisco de Goya, que empieza a abrazar ya la vejez, ha sido testigo de las horripilantes escenas de una cruenta contienda y ha sufrido previamente una terrible enfermedad de la que le ha salvado su robusta naturaleza pero que le ha dejado sordo; estos padecimientos, morales y físicos, se traducen en una creatividad sublime que lo pasaportan hacia el parnaso de los genios de la Pintura. Las primeras pruebas de esto que digo son sus dos obras más celebérrimas: La carga de los mamelucos y Los fusilamientos, es decir el 2 y el 3 de mayo de 1808 español.

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Es por ello que este hombre en plena tormenta interior recuerde tiempos mejores, su juventud en Zaragoza y los tiempos antes a su terrible enfermedad, plamados en su erudita afición a los Toros que desembocan en una de sus más famosas creaciones: los aguafuertes de “La Tauromaquia”. En los primeros once, según la numeración de los grabados de los cuarenta y cinco que llegó a publicar (aunque dibujó cincuenta preparatorios conservados en el Museo del Prado), hace alarde de esa erudición pues los dedica a las raíces de la fiesta desde los primitivos españoles, pasando por los moros y culminando con los caballeros cuando la fiesta se montaba a caballo; en los siguientes Goya vuelve a sus tiempos mozos en la plaza de toros de Zaragoza y recuerda que allí vio una Tauromaquia extinta, la pirenaico aragonesa, totalmente opuesta a la andaluza (bicéfala entre rondeña y sevillana), donde la fuerza se anteponía a la maña.

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Era otro tipo de toreo pero que también tenía sus ejecutores con nombres y apellidos; el ejemplo más claro es la lámina número XX “Ligereza y atrevimiento de Juanito Apañani en Madrid”, una de las obras maestras de la serie. Un inciso, estos títulos no son los originales de Goya fueron añadidos después por Ceán Bermúdez; el pintor era más escueto, esta de la que hablamos era “Saltar el toro con palo”. Ya en los últimos números de la serie recuerda a los matadores que han dominado la Fiesta en el último tercio del siglo dieciocho; allí aparecen sus toreros preferidos, entre ellos el mejor de todos desde el punto de vista objetivo, el rondeño Pedro Romero (el imbatido torero al que sólo pudieron los franceses, pues se negó a torear para ellos y se retiró) y otros donde el ingrediente subjetivo del autor sale a flote, este es el caso de aguafuertes en los que aparece el torero americano Mariano Cevallos al que dedica dos estampas, entre ellas la número XXIV que es la famosa en que aparece montado sobre un toro. Debió ser un buen amigo de Goya pues en sus postreras litografías taurinas, las conocidas como “Los toros de Burdeos”, aparece en una de ellas el citado torero, apodado “el Indio”. Entre este grupo se incluye una de especial valor histórico, es la número XXXIII que representa “la desgraciada muerte de Pepe-Hillo en la plaza de Madrid”, hecho acontecido el once de mayo de 1801 entre las astas del toro llamado Barbero que era de Raso del Portillo (una de las castas fundacionales), aquellos terribles marrajos castellanos a los que el diestro sevillano ya les había hecho la cruz. Otro inciso.

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En la serie no faltan los grabados que repasan la Suerte de Varas entonces tan importante como cruenta, lo del peto era ciencia-ficción. La violencia de estas escenas ha hecho que algún zopenco haya intentado manipular la historia (afición muy de moda) queriendo ver un componente antitaurino en la realización. La memez no se sostiene ya que por entonces aquellas escenas no herían la sensibilidad de los españoles, acostumbrados a tragedias mayores, y con ellas Goya solamente pretende retratar la realidad de la tauromaquia de entonces, donde obviamente no puede faltar la suerte de varas. No debemos dejarnos en los corrales otras dos magníficas obras de arte de índole taurino salidas de los pinceles del genio de Fuendetodos y que no difieren en el tiempo mucho con la ejecución de “La Tauromaquia”. Son dos oleos, uno lo tenemos en la actualidad bastante lejos, es el titulado “Corrida a plaza partida” (uso que se daba en con frecuencia por entonces) que se encuentra en el Metropolitano de Nueva York; el otro lo tenemos más cercano, nos referimos al magnífico “Corrida de Toros en un pueblo” de la madrileña Academia de San Fernando, que por cierto guarda importantes obras maestras del pintor aragonés.

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Por aquellos goyescos años Córdoba asistía al nacimiento torero de su primer matador de toros, pionero de una gloriosa nómina: Francisco González Díaz “Panchón” que tomaba la alternativa en nuestra ciudad un 22 de mayo de 1815. Unos años antes, en 1796, en la plaza de la Corredera se había celebrado una corrida de toros en honor a los reyes Carlos IV y Mª Luisa de Parma (honor inmerecido a los que poco después nos metieron en la Guerra y que además no eran muy aficionados a la Fiesta que amaba su pueblo), actuando en ella los hermanos Romero, Pedro y Antonio, y José Delgado “Pepe-Hillo”. Se vivirían escenas muy similares a las que Goya nos inmortalizó en su Tauromaquia. Hemos titulado el artículo como “Goya, cabeza de Cartel” y es que, sin duda, es el pintor “figura” a la hora de arrimar al alimón Toros y Pintura; de él hasta Pablo Ruiz Picasso, el otro plato fuerte de este artístico cartel, tenemos nombres de la talla de Ignacio Zuloaga, Joaquín Sorolla, Julio Romero de Torres, Daniel Vázquez Díaz o Salvador Dalí. Esto solo hablando de pintura, ya que de las demás Artes también tenemos para llenar varias veces la Monumental de México... el que quiera Cultura que se acerque al mundo de los Toros.

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