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NOVIEMBRE 2006  /  LITERATURA

Ortega y Gasset

01-11-2006 7:41 p.m.

Un profeta en las Ermitas de Córdoba

Meterse en la piel, o mejor dicho en la mente, de Ortega y Gasset tiene la peculiaridad del que habla de algo sin saber de nada, y encima nos hace creer que es un sabio en la materia. Es decir, somos analfabetos a su lado por mucho que pretendamos dar rienda suelta a nuestra palabrería para interpretar su complejidad cercana e imperdurable. Al menos, en su artículo “Las Ermitas de Córdoba” (1904) podemos vislumbrar algo sencillo y humilde, algo cercano que nos permite conocer como se fundaron las bases de su pensamiento. No hay que ir más lejos, es la convivencia con la cotidianidad de cada día, de diversos lugares, de diferentes personas la que nos impulsa a conocer las inquietudes que finalmente lo convertirían en el filósofo español más importante del siglo XX.

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De ahí su raciovitalismo derivado de una posterior formación interna e internacional que le permitió estar en contacto con los principales pensadores de su época. Esa visión aperturista y neokantiana, donde él era él y su circunstancia, le permitió lo que solo los genios consiguen, manifestar de un modo llano las ideas más incomprensibles, tomando como ejemplo la facilidad de Cervantes y su Quijote. Además, pocos son los que simplifican las cosas hasta ver el futuro con la claridad que el filósofo madrileño lo hizo. Ahí está su “España invertebrada”, donde ya nos avisa que una nación es una empresa con un fin común y que los españoles llevamos desde el siglo XVI destrozando esa teoría; o su “Rebelión de las masas” donde la deshumanización de la raza humana se advertía como profecía de la segunda Guerra Mundial.

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En este maremagnun, “Las Ermitas de Córdoba” son una gota en su océano, aunque eso sí, una gota clarificadora del por qué de sus actos. En el artículo, publicado en la recopilación de ensayos y artículos de 1916 “Personas, cosas y hechos” y posteriormente en “Mocedades” en la década de los 50, nos relata con exactitud uno de los parajes más formidables de nuestra geografía. Su descripción parece que la filtra a través de corazón. Relata e interpreta, observa y analiza hasta llegar a conclusiones sinceras y cercanas. Nos invita a pasear por los breves caminos empedrados, a observar el paisaje callado y tranquilo, nos invita a conocer a sus ocupantes de antaño para mostrarnos la generosidad de la soledad y el silencio.

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Como si mostrara una melancolía por un lugar que acababa de conocer, invita a olvidar las pasiones, el fragor de la carne, los violentos achaques de la vida para volcarnos con nosotros mismos en lugares como éste. Son momentos que el alma agradece, un paraíso donde el hombre se mezcla con la naturaleza y el sosiego para hallar la paz interior.

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No por ello, la vida de aquellos ermitaños debía estar consagrada, como nos dice, “¿Para qué dar a su aislamiento el matiz sombrío de una acción irremediable?”.

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La historia debe estar escrita en base al contexto y la objetividad. Es difícil entrever si Ortega y Gasset así lo hizo en este punto del artículo ya que su relación con los Jesuitas de El palo fue nefasta y su actitud, según los historiadores, casi revolucionaria ante las premisas y convicciones que se le ofrecía. No por ello el tono del artículo es negativo. Ensalza a sus ocupantes como buscadores de una verdad en aquella “fábrica de soledad”, dibuja el entorno como un lugar lleno de color y amplitud y desborda el texto de optimismo y pasión cuando nos habla de que las ermitas nos transportan a “la mansa región de las ideas generales”.

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