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Hace cien años, el 9 de julio de 1906, fallecía en Madrid uno de nuestros poetas más emblemáticos: el cordobés Antonio Fernández Grilo. Nuestra ciudad tendría que hacer todo cuanto estuviese en su mano para preservar la memoria de este personaje tan especial. Desde aquí, nos gustaría hacer una breve semblanza de este poeta que supo como nadie llegar al corazón de la gente.
\r\nAntes de nada, hay que agradecer a Joaquín Criado Costa la ingente labor que realizó para recuperar la figura de Grilo. Es una pena que su obra, publicada por la Real Academia de Córdoba en 1975, se halle descatalogada. Sería más que aconsejable una reedición de la misma.
\r\nAntonio Luis Arcadio Fernández Grilo nació en Córdoba el día 13 de enero de 1845, a las once de la noche, en el número 2 de la calle Arco Real; en la actualidad, conocida como la calle María Cristina. A pesar de su extenso nombre, muy al uso de la época, todos le conocían por el apellido genovés de su madre: Grilo.
\r\nSu infancia transcurre en Córdoba. Siendo todavía muy joven ganó un certamen poético escribiendo una oda al mar. A todos sorprendió la descripción que Grilo hizo del oleaje, de la espuma y de la arena de un mar que jamás había visto. Uno de los asistentes le costeó un viaje a Málaga para que fuese a comprobar con sus propios ojos lo acertada que estaba su imaginación. Suele pasar que los poetas son más exactos al describir las cosas que desconocen. Aquel joven modesto y simpático cautivó el corazón de todo el mundo. Ésta fue una de las grandes constantes en su vida: Grilo caía bien a la gente.
\r\nComo todo provinciano con vocación de escritor, soñaba con irse a Madrid a probar fortuna y así lo hizo. Grilo andaba sobrado de valentía y determinación, pero, sobre todo, de suerte, como todos los optimistas, como todos aquellos que prefieren ver sólo las cosas buenas de la vida, como todos aquellos que prefieren sonreir a fruncir el ceño. Encontró nombre, posición y amistades; fue redactor de El Contemporáneo, El Tiempo, La Libertad y El Debate. Sin embargo, esta inagotable dosis de buena suerte, no hay que buscarla en el azar, sino en su habilidad para hacer versos y en su ilimitado talento para recitarlos. Estas cualidades unidas a su don de gentes abrían cualquier puerta.
\r\nGrilo era asiduo en todas las tertulias literarias, en todas las veladas poéticas. Empleando una terminología más actual, se diría que Grilo era un verdadero “showman”, un acontecimiento social sin Grilo era como un baile sin música. El Conde de Torres Cabrera, entre otros, ejerció sobre Grilo una notoria labor de mecenazgo, editándole en 1869 una recopilación de sus poemas.
\r\nUtilicemos las palabras de Ricardo de Montis para describir su personalidad… qué mejor que un testimonio de primera mano:
\r\n“Hallábase dotado de un carácter bullicioso; había nacido para vivir en sociedad; tenía don de gentes. Profundo conocedor de las debilidades humanas, plenamente convencido de que el mundo es una comedia y dispuesto á pasar la vida todo lo mejor que le fuera posible, nunca mostrábase parco en el elogio, jamás rehusaba halagar las ajenas vanidades, siempre estaba en situación, como dicen los actores, al representar su papel en el teatro social, y procuraba cuidadosamente que la risa no asomara á sus labios cuando debía aparecer triste, ni que la expresión del dolor saliera á su otros cuando debía esta alegre.”
\r\nLa importancia de Grilo es incuestionable. Sus versos a Córdoba son parte del patrimonio más preciado de nuestra ciudad. Es justo hacer una especial mención a su poema dedicado a las Ermitas (que reproducimos en la sección de poesía de este número de la revista), sin pasar por alto otras composiciones como “La virgen de la Fuensanta”, “A Córdoba” y “Lejos de Córdoba”. Incluso en aquellas composiciones en las que, aparentemente, no había lugar para el recuerdo de nuestra ciudad, encontramos asideros, pellizcos y guiños cordobeses. Por ejemplo, su famoso poema “La cocina campera”, comienza del siguiente modo:
\r\n\r\n
Del Betis cristalino
\r\njunto a la orilla;
\r\nde Córdoba en los bellos
\r\nalrededores,
\r\nhay una casa blanca,
\r\npobre y sencilla
\r\nque siempre me recuerda
\r\ntiempos mejores.
\r\n\r\n
Pero sería injusto y desacertado considerar a Grilo un poeta local. No en vano era el poeta de la Corte, el poeta de cabecera de Isabel II. Ésta llegó a costear en París una lujosa edición de sus poemas, titulada “Ideales” y encabezada por una carta facsímil de la Reina.
\r\nSe movía en Madrid como si fuera el pez dueño de la pecera. “Siempre tenía una frase feliz para los hombre y un madrigal para las mujeres”, como llegó a escribir Ricardo de Montis.
\r\nLa magia de Grilo residía en una intuición natural que lo llevaba a descubrir atajos para llegar al corazón de la gente a través del oído. Se dejaba llevar por la música de las palabras, por la sensibilidad y por la ternura. Es difícil de creer que un poeta de esta magnitud fuese autodidacta, pero es cierto: apenas leía, no dedicaba tiempo a formarse… y eso que de todos es sabido que una de las principales obligaciones de un escritor es leer bastante más de lo que escribe.
\r\nObtuvo buenos destinos que nunca se preocupó en desempeñar, conservándolos merced a la enorme influencia de sus amigos. A Grilo se le podía encontrar en cualquier sitio menos en la oficina donde se supone que tenía que ganarse el suelo. No incurrimos en una exageración si afirmamos que sus compañeros de “trabajo” ni siquiera le conocían. Tanta era su aversión a la oficina que no pasaba por ella ni para cobrar. Le llevaban la nómina a su propio domicilio. En cierta ocasión, un superior jerárquico de mucha influencia se quejó a Alfonso XIII. Éste le dio audiencia para exponerle las quejas y Grilo se sorprendió, alegando que era mentira que él nunca fuese por el lugar de trabajo, que él iba a la oficina siempre y cuando hacía falta; es decir: dos veces al año: cuando esteraban y cuando deseteraban, ya que nadie iba en esos días y él sí acudía para resolver cualquier problema que pudiera acontecer. Al poco tiempo le concedieron una pensión de la Casa Real que disfrutó hasta su muerte.
\r\nEn lo que respecta a su estilo literario, en honor a la verdad, hay que reconocer que dejaba aspectos que desear. Leopoldo Alas Clarín, además de un excelente novelista, tenía fama de ser uno de los críticos más despiadados de la época. Usemos sus palabras para hacernos una idea. El textos es algo extenso, pero suponemos que el lector agradecerá fragmentos de buena prosa:
\r\n“Grilo acaba de publicar una colección de poesías escogidas, con el título Ideales. Si las palabras no significaran nada o significaran cualquier cosa, Grilo sería un excelente poeta. En efecto, tiene oído... para tararear endecasílabos y seguidillas. Pero las palabras propiedad del lenguaje no se han escrito para él. No es incorrecto, no; es... impropio. No dice lo que quiere decir, sino otra cosa que no tiene sentido, pero suena bien.
\r\n»Pero si Grilo es menos poeta que Manuel del Palacio, tiene en cambio mucha más correa. Palacio se me enfadó a mí porque le llamé 0,50 de poeta, y Grilo, después de haber yo puesto en solfa mil veces sus Ermitas y otras composiciones suyas, se llama sin empacho mi amigo y con la mayor cordialidad me trata y a mi lado toma café y hasta me honró una vez contribuyendo a cierto banquete con que me obsequiaron unos amigos. Y esto lo hace desinteresadamente, sin segunda, porque demasiado sabe él que yo no he de cambiar de juicio ni de gusto por muchas veces que tomemos café juntos.
\r\n»No, no le adularé. Quod scripsi, scripsi; pero sería ya quijotismo insistir ahora en buscarle dislates y ripios a un poeta la mayor parte de cuyos versos, ahora de nuevo coleccionados, han servido para mi crítica satírica hace mucho tiempo.
\r\n»Que a mí, en general, no me gustan los versos de Grilo, es cosa que por sabida se calla, o, por lo menos, no se repite; pero también es un hecho que el poeta cordobés tiene muchos sinceros admiradores y particularmente entre una clase de público muy digno de ser complacido: el de las mujeres guapas, jóvenes y elegantes. A D.ª Emilia Pardo Bazán es muy probable que no le entusiasmen los versos de Grilo, pero otras damas no menos distinguidas con la mayor buena fe creen, como parece creer Isabel II que lo escribe y lo firma, que Ideales es un monumento de gloria para la patria.”
\r\nEn defensa de Grilo, tenemos que añadir que nunca se preocupó de escribir obras serias y consolidadas. Disfrutaba más garabateando unos versos en el abanico de una señora que encerrado en un despacho polvoriento, rodeado de gramáticas y de diccionarios, pergeñando obras destinadas a sobrevivirlo y a ocupar un lugar de privilegio en las estanterías de la posteridad. Grilo prefería ruborizar a una señorita con la ternura de una metáfora o arrancar una sonrisa a un amigo con la sinceridad de verso.
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