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NOVIEMBRE 2006  /  REPORTAJE

Las Ermitas, un lugar para el descanso

01-11-2006 7:41 p.m.

Pueden verse en lo alto de la montaña. Desde la capital cordobesa, sólo con echar la vista al norte, se encuentran Las Ermitas de Córdoba. El Cerro de las Víboras–que así se llama el lugar- se halla a unos 500 metros de altura sobre el nivel del mar, en las faldas de Sierra Morena. La zona se ha convertido con el paso de los años en destino de oración, descanso y convivencia. Por la noche, este encalve tan emblemático, tiene su huella. La figura del Sagrado Corazón de Jesús se abre paso entre las sombras mientras custodia a la ciudad que le dio vida en 1929.

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Las Ermitas cordobesas se hayan entre los monumentos más significativos de la Córdoba histórica. El Sagrado Corazón, el Paseo de los Cipreses, la Calavera del Conde de Torres Cabrera, la ermita de la Magdalena, el antiguo cementerio o la iglesia de Nuestra Señora de Belén hacen del cerro un lugar especial para propios y extraños.

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En 1594, el Desierto de Nuestra Señora de Belén se convierte en lugar de retiro eremítico. Hasta la fecha, la zona estuvo regentada por anacoretas en búsqueda de descanso y meditación. El Obispo don Pedro Portocarrero los reunió a todos ellos para plantearles una vida religiosa en comunidad. Este hecho les obligó a tener ciertas reglas que antes no existían. Así nacieron Las Ermitas.

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Los anacoretas dejaron de vivir en cuevas. El primero de los oratorios se construyó en 1703. Comenzó una etapa urbanística en la que se edificaron once ermitas más, terminadas todas en 1709. En 1734 concluyeron las obras de la Ermita Mayor. Según el Hermano Julio, actual fraile del lugar, “el número que quedó fue un símbolo apostólico: doce más una”. Las ermitas se bautizaron así con el nombre de los doce apóstoles, denominación que aún conservan a día de hoy.

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Con el paso del tiempo, se llegó a construir una más, la de la Magdalena. Situada justo al lado de la Ermita Mayor, nunca llegó a pertenecer al grupo de las doce. Sólo sirvió de improvisada enfermería en atención a los hermanos con más edad de la comunidad.

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En aquellos años, el Desierto de Nuestra Señora de Belén se convirtió en convento de clausura. Allí, los ermitaños sólo compartían pequeños momentos del día con el resto de la comunidad.

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Amigos de las Ermitas

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La casa de retiro y oración la regentan los Carmelitas Descalzos desde el 28 de febrero de 1957. Desde entonces, la orden religiosa cuenta con el usufructo del cerro eremítico. Ellos desestimaron la clausura y centraron sus labores en la religiosidad y la atención al público. Las Ermitas fueron así, la primera casa de oración de la Orden de los Carmelitas Descalzos en Andalucía. Cuando se produjeron estos hechos, sólo uno de los ermitaños que habitaba el lugar pasó a ser carmelita. El resto se dispersó por otras provincias andaluzas, ingresando en diferentes órdenes religiosas.

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El Hermano Julio cuenta que el futuro de los Carmelitas en Las Ermitas de Córdoba “es incierto por la falta de vocaciones”. Por esta razón, un grupo de seglares se ha organizado en asociación con el fin de dar valor al monumento religioso. “Ellos serán los que se hagan cargo de la finca cuando los carmelitas no estemos aquí”, apunta Fray Julio. Mientras tanto, la comunidad –formada por cuatro religiosos, más un superior- vive de las limosnas de los fieles, de la enseñanza y de la oración.

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La Asociación de Amigos de Las Ermitas se encarga en la actualidad de la reforma de las ermitas derruidas en tiempos de la Guerra Civil Española. El objetivo que desean cumplir es que el visitante pueda contemplar las doce ermitas sin riesgo de pérdida. Para ello, está programado el diseño de un laberinto de senderos apto para el turismo. De esta forma, sería posible, disfrutar y revivir las sensaciones de los primeros ermitaños que habitaron el lugar allá por el siglo XVI.

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Vida eremítica

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Los cinco frailes pertenecientes a la comunidad carmelita eremítica viven para el cuidado de la finca. El Cerro de Las Víboras se encuentra en un lugar estratégico de la sierra cordobesa. Las doce ermitas, que están construidas con vistas a la ciudad, tienen su propio huerto. Hoy, sólo cinco se encuentran en pie. Éstas cuentan con una habitación o pieza, en la que hay una cama de tarima con estera. Anexo a este habitáculo, las ermitas cuentan con una pequeña cocina y varios utensilios para el aseo.

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Todas tienen agua procedente de un arroyo situado a cinco kilómetros de distancia. Los primeros ermitaños “se dieron el trabajo de construir tres kilómetros de tuberías de plomo bajo tierra para poder contar con agua corriente”, señala Fray Julio. Justo al lado del cementerio estaba el depósito, “gracias a este también contaban con un abrevadero para los animales y el agua necesaria para regar la huerta”, asegura el fraile.

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Cada ermitaño hacía vida independiente. Sólo se reunían en grupo para realizar trabajos de gran calibre. Por ejemplo, “si había que restaurar un tabique o arreglar un camino se congregaba la comunidad. Eso sí, por prescripción obispal, lo hacían en absoluto silencio”, comenta el Hermano Julio. Actualmente, las cosas han cambiado. El voto de silencio ha desaparecido de la vida eremítica. Los Carmelitas sólo cuentan con la obediencia, la pobreza y la castidad como normas de vida.

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Rayos y truenos

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En la década de los veinte, el Obispo Adolfo Pérez Muñoz, muy devoto del Sagrado Corazón, comienza una reforma que duraría varios años. Entonces, Las Ermitas comienzan a tener su aspecto actual. En 1929 se erigió en el Cerro de La Víbora la figura del Sagrado Corazón. La forma de la estatua hizo las veces de bendición a todos esos cordobeses que costearon su construcción.

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Sin embargo, la imagen que vemos a día de hoy no es la original. Dos rayos, uno en 1969 y otro en 1972, partieron en dos al Sagrado Corazón, decapitándolo en una de las ocasiones. El enorme coste de las obras, así como el miedo a otra tormenta, hicieron que la restauración se atrasase en el tiempo. Por este motivo, no fue hasta el año 1986, cuando el monumento se volvió a inaugurar gracias, de nuevo, a la ayuda de todos los cordobeses.

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A los pies del protector de Córdoba, se extiende actualmente una enorme explanada con increíbles vistas a la ciudad. A la derecha, el Sillón del Obispo preside el mirador. Se trata de un asiento de piedra con inscripciones. En él, un pequeño hueco oval situado en la parte trasera derecha hace las veces de boca de los deseos. Dice la tradición que si se introduce el dedo meñique y se pide una ilusión, ésta se cumple sin más. Una quimera que da encanto al lugar, pero que Fray Julio desmiente: “sólo se trata de un desagüe para evitar que el sillón se inunde en los días de lluvia”.

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Acelgas y calaveras

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El paseo central, custodiado por enormes cipreses, “lo preside la Tumba de la Calavera, cuyo cráneo pertenece a don Federico Martell Ibernuy, Conde de Torres Cabrera”, apunta Fray Julio. El que fuera el encargado de arreglar la entrada de Las Ermitas, recibe a los visitantes con la inscripción que dice: “Como me ves, yo me ví; como me ves, te verás; todo para en esto, aquí…; piénsalo, y no pecarás”.

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Estas palabras tenebrosas llevan al visitante hasta el cementerio, construido en la misma época. En él yacen los ermitaños que han pasado por el cerro a lo largo de la historia. A día de hoy, el camposanto no se encuentra cerrado. Con un permiso especial, personas allegadas a Las Ermitas pueden descansar en paz junto con los ancestrales habitantes del Desierto de Nuestra Señora de Belén.

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Debajo de este Paseo de los Cipreses se extiende la huerta y el jardín. El prior de la comunidad Carmelita es el encargado de sus cuidados, ya que “es un gran hortelano gracias a sus raíces rurales”, señala Fray Julio. El superior, muy atareado con su labor religiosa, “está deseando tener un hueco libre para coger su azada y su sombrero y mimar las verduras que hay en el huerto”. Allí cultivan patatas, acelgas, habicholillas, ajos o cebollas que abastecen a los hermanos y que regalan a los vecinos que lo desean.

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Visitas y hospedaje

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En total, en el año 2005, fueron más de 18.000 visitas las que recibió el monumento cordobés. Éstas se reparten entre turismo y fieles a la Eucaristía, acto que se celebra los sábados por la tarde y los domingos por la mañana en la Ermita Mayor.

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Hoy por hoy, la comunidad carmelita sigue acogiendo a huéspedes con espíritu ermitaño. Estos viven con el resto del grupo y tan sólo utilizan las ermitas reformadas durante el día. Los frailes aceptan solicitudes de cualquier persona que desee pasar unos días de tranquilidad, lejos de la ciudad y molestos ruidos que impiden la concentración. Allí pernoctan “a pensión completa y por el tiempo que desean”, comenta Fray Julio.

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Las solicitudes llueven en la sede de la comunidad carmelita. Hay lista de espera. Un camino para el descanso y la meditación bendecido por la presencia de un Sagrado Corazón que vela expectante por Córdoba y todos sus habitantes.

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