Subiendo a las Ermitas

Tomar el camino que lleva a las Ermitas, donde la eternidad apunta a Córdoba desde el Corazón del que con todo puede y donde su Madre, la Virgen de Belén, recibe a los que allí llegamos, ha sido y es un rito para los cordobeses en el que se mezcla lo pagano y lo espiritual, lo cotidiano y lo festivo, lo evidente y lo incierto... Por él salían de Córdoba los piconeros para adentrarse en nuestra entonces casi virgen sierra a desarrollar su hoy legendaria actividad y hacia allí ascendían, en una mezcla de preparación física y psicológica, los toreros cordobeses; en la actualidad, cuando ya el camino ha quedado bastante vulgarizado por las construcciones de una ciudad en la que antes el campo se metía en ella y hoy es ella la que se mete en el campo, somos las gentes normales las que aprovechamos nuestro tiempo libre para rememorar a los extinguidos piconeros y a los desaparecidos toreros, que emprendían ese camino de los sueños que era llegar hasta este inigualable rincón cordobés.

Todos sabemos que el nombre con que se conoce popularmente es el de “cuesta del reventón” y casi todos el porque de este apelativo: la muerte de uno de los caballos que conducían el carruaje de Su Majestad Alfonso XIII hacía nuestras Ermitas, víctima del esfuerzo que le supuso afrontar el sendero ya que al parecer el calor era sofocante. Pues ese día, un 12 de mayo de 1904, la visita regia al eremitorio fue ocasión de fiesta para el pueblo de Córdoba que lo materializó, como llevan haciendo los españoles desde centurias, celebrando una corrida de toros en el viejo Coso de los Tejares, donde con reses de don Antonio Guerra, hermano del Califa, Antonio Montes Vico y Rafael González Madrid, o sea nuestro Machaquito, deleitaron a público y autoridades entre las que se encontraba la de más alta graduación de España, el citado monarca, que por cierto llegó tarde, lo que en esta ocasión estaba plenamente justificado ya que entretenerse en las Ermitas, que era desde donde llegó, es algo que no es sólo motivo de indulgencia sino que es hasta recomendable.

Pero el que le dio a la cuesta el carácter especial que lleva impreso, no podía ser otro que un cordobés fuera de lo normal, Rafael Guerra Bejarano. Asiduo caminante por los alrededores del Desierto de Belén y visitante de su iglesia, Guerrita tomaba este camino para llegar a su finca de “El Patriarca”, por lo tanto era además vecino de las Ermitas.

Y como casi siempre pasa cuando hablamos de nuestro II Califa debemos adentrarnos en terrenos filosóficos, que es actividad que suelen practicar las personas con inteligencia fuera de lo común, independiente de los estudios que hayan desarrollado. La popular frase “hay gente pá tó” se asigna por unos a nuestro Rafael y por otros a otro Rafael no menos grandioso, El Gallo. La versión cordobesa, por decirlo de algún modo, viene de cuando Guerrita fue preguntado a cerca de qué le parecía la profesión del filósofo José Ortega y Gasset al que acababa de conocer (no era consciente de que en realidad estaba ante un colega suyo); la otra versión de que la dijera el genio sevillano tiene también su parte califal, y más concretamente está relacionada con nuestras ermitas.

“Los Gallos”, es decir Rafael y José, gustaban de visitar a Guerrita y pasaban temporadas en su citada finca, por lo que los tres paseaban por los alrededores las Ermitas y un buen día los llevó a visitarlas. Los hermanos se quedaron impresionados con las calaveras que se encuentran por el recinto y la radical austeridad de vida a la que invita el lugar, por lo que a la vuelta iban algo impresionados y sumidos en el silencio hasta que “el Guerra” les preguntó, algo socarronamente, qué les había parecido aquello y fue cuando Rafael El Gallo espetó: ¡que hay gente pá tó! Dada la catadura de los dos rafaeles en cuestión, podemos asegurar que cualquiera de ellos puede ser el padre de esta sentencia tan utilizada en nuestros días para cualquier circunstancia de la vida. Una prueba más de la importancia de la Tauromaquia en la Historia de España, que debe servir de lección a tanto indocumentado que gusta de criticar lo que no conoce.

Después fue, a partir de Manolete, cuando adquirió ese carácter dual de entrenamiento corporal y moral para los toreros, que ascendían hasta las Ermitas para adquirir el tono físico necesario para la profesión, a la vez que se empapaban del ambiente del lugar para tener esa dote necesaria de profundidad que requiere la peculiar actividad que habían decidido emprender. José María Martorell, Manuel Calero Calerito, Alfonso González Chiquilín, José María Montilla, Antonio de la Haba Zurito, Manuel Cano El Pireo, Agustín Castellano El Puri, Antonio Sánchez Fuentes, Fernando Tortosa, Florencio Casado El Hencho... todos habrán desarrollado múltiples veces este ejercicio, mezcla esfuerzo físico y preparación espiritual, que probablemente después les habrá sido fundamental para afrontar sus compromisos en las plazas del mundo y siendo uno de los cimientos para sus éxitos profesionales.

Hoy en día apenas se ven capotes y muletas camino de las Ermitas; luego, de regreso, los aspirantes a figuras toreaban al viento de El Patriarca empapando sus engaños de las historias de los viejos toreros que previamente habían recorrido aquel camino; probablemente los nuevos aspirantes prefieran modernos métodos para adquirir el tono físico necesario para ser torero, pero no reparan en que quedan huérfanos de un componente fundamental para llegar a serlo, el espíritu que los grandiosos matadores que les precedieron les han dejado como legado en las faldas de nuestra sierra, subiendo a las Ermitas de Córdoba, y que sinceramente pienso que no deben de obviar.