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OCTUBRE 2006  /  PERFILES

Juan de Mesa y la conjura del silencio

02-10-2006 10:01 a.m.

Imagino que los lectores recordarán los versos de Federico García Lorca en los que menciona nuestra ciudad. En ellos, define Córdoba como “lejana y sola”. Si es cierto que las ciudades no son más que el reflejo del alma de sus habitantes, el poeta no pudo estar más acertado. El carácter cordobés tiende a la introspección y a la autosuficiencia, al ensimismamiento y a la lejanía. Reconozcamos que a los cordobeses nos gusta retirarnos al rincón más oscuro de nosotros mismos… Es como si disfrutásemos manteniéndonos en el margen de las cosas.

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Este mes, Córdoba Eterna quiere rendir tributo a un hombre solitario y lejano, misterioso y desconocido: Juan de Mesa. Sin lugar a dudas, estamos ante uno de los mejores escultores de todos los tiempos y, probablemente, uno de los personajes más olvidados de la Historia. Si no fuese por sus partidas de bautismo y de defunción, diríamos que Juan de Mesa no existió. El silencio que gira entorno a la vida de este artista –valga el recurso poético– es ensordecedor.

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A pesar de la importancia de este escultor, su existencia fue silenciada hasta 1882, año en que José Bermejo y Carballo, lo menciona en la obra “Glorias religiosas de Sevilla”. En ella, escribía lo siguiente: “El bellísimo Jesús, en el acto de pronunciar desde la Cruz sus Siete Últimas Palabras, construido según se cree, por Juan de Mesa, discípulo insigne de Montañés”.

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Es muy poco lo que sabemos de la vida de Juan de Mesa y Velasco. Nació en Córdoba, en 1583, y falleció en Sevilla, a los cuarenta y cuatro años. Como dato anecdótico, podemos mencionar 1627 fue un año de luto para la cultura cordobesa, ya que también falleció, en lamentables condiciones, Luis de Góngora.

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También sabemos que Juan de Mesa fue bautizado el 26 de junio de 1583, en la cordobesa parroquia de San Pedro. También se sabe que pertenecía a una familia de pintores y que sus primeros pasos en la escultura los dio de la mano de Francisco de Uceda.

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A los veintitrés años, ya en Sevilla, ingresó como discípulo en el taller de Martínez Montañés. El acuerdo entre discípulo y maestro estipulaba que, en el plazo de cuatro años, tenía que completarse la formación de aquél. Juan de Mesa simultaneaba el trabajo en el taller con los estudios de humanidades. Hasta 1615 colabora con Montañés; sin embargo, a partir de esa fecha, empieza a trabajar por su cuenta y riesgo.

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Juan de Mesa contrajo matrimonio con María Flores en 1613. Tres años más tarde, se instala en la calle Pasaderas de la Europa, cerca de la Alameda de Hércules.

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Murió de tuberculosis. Se piensa que padeció mucho como consecuencia de su enfermedad, ya que supo reflejar como nadie la agonía y el sufrimiento en el rostro de sus crucificados.

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De su aspecto físico nada sabemos… Y es raro. Es muy raro porque, en aquellas fechas, el pintor Pacheco se dedicaba a retratar a todas las personalidades de su tiempo. No se puede decir que el pintor y el escultor no se conocieran, ya que vivían en el mismo barrio y los dos eran miembros de la cofradía de Jesús Nazareno de San Antonio Abad. Por si fuera poco, Juan de Mesa era oficial de la junta de gobierno de dicha cofradía.

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Tres siglos de silencio. Tres siglos en los que se ha ido acumulando una pátina de polvo sobre la existencia de Juan de Mesa, hasta enterrarla en el olvido más ignominioso.

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Todas sus obras fueron adjudicadas a su maestro. Ninguno de los autores de su época lo citó en sus crónicas. Como ya hemos visto, hasta 1882, no queda constancia escrita de su existencia. En 1898, más de quince años después de que se resucitase su memoria, Serrano Ortega escribe “Noticia histórica artística de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder” y hace un listado de discípulos de Montañés, entre los que cita a Alonso Cano, pero no a Mesa.

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Hay opiniones para todos los gustos a la hora de explicar este silencio, este pertinaz olvido. Unos piensan que la personalidad de Juan de Mesa era un hombre modesto y poco dado a los escándalos y a las habladurías. Ya lo decía Dalí: “lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien”. Otros piensan que la tupida cortina de silencio la corrió el chovinismo sevillano; ya que, para algunos, era inconcebible que el Jesús del Gran Poder, la imagen por excelencia de la Semana Santa de Sevilla, fuera obra de un cordobés que, por si fuera poco, estaba aventajando a su maestro, Martínez Montañés, uno de los más grandes hijos de la patria hispalense. Esta conjura de silencio sigue siendo hoy inexplicable.

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Ya lo dice la Biblia: “por sus frutos, lo conoceréis”; y, si es verdad que la mejor forma de conocer al autor es a través de su obra, entonces, no importa lo poco que sepamos de la vida de este gran artista… Sólo tenemos que persignarnos, y a ser posible de rodillas.

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Entre sus obras, destacamos la talla de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Está realizada para ser vestida y mide 1, 81 metros. No es que sea la obra más importante de este autor, sino que es la obra cumbre de todo el periodo realista sevillano.

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Me viene a la memoria un relato que leí hace tiempo en uno de esos libros para expandir el alma y la conciencia. Déjeme que lo resuma con mis propias palabras:

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Una maestra de preescolar pidió a sus alumnos que hiciesen un dibujo. Tema libre. La profesora paseaba entre las mesas y vio que uno de los niños garabateaba sobre el papel con mucha intensidad.

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–¿Qué estás dibujando?

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–preguntó la maestra.

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–Un retrato de Dios.

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–respondió el niño.

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–Pero eso no es posible… Nadie sabe cómo es Dios.

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–Ah, bien, pues cuando yo termine todo el mundo lo sabrá.

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He ahí el talento, el genio, la creatividad: ir siempre un paso por delante de lo desconocido.

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No podemos afirmar que Juan de Mesa le haya dado rostro a Dios, pero casi. Juan de Mesa supo mejor que nadie ponerle cara al hijo de Dios en la Tierra. Y eso es muy importante para todos los que necesitamos creer en algo, para todos a los que nos parece más fácil rezar mirando a unos ojos, aunque sean de madera policromada. Su obra trasciende a lo divino, por el fondo y por la forma. Sus imágenes son muletas para la fe, escaleras hacia el cielo, brazos abiertos para el alma.

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Por sus frutos, lo conoceréis. Da qué pensar. Quizás el silencio que envuelve la figura de Juan de Mesa fue buscado por él mismo. De ahí que no necesitase fama, ni figurar en los libros de Historia del Arte, ni protagonizar inmensas monografías. Su misión tal vez fuese más modesta y ambiciosa al mismo tiempo: acercarnos más a Dios. Posiblemente, el imaginero sabía muy bien que lo importante no es el arte en sí, sino adónde nos lleva.

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Por sus frutos, lo conoceréis… y, ante la obra de un escultor tan excelso como Juan de Mesa, quizás, sólo quede, ya lo hemos dicho antes, santiguarse y callar. Santiguarse y guardar silencio… Si acaso, decir amén.

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