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SEPTIEMBRE 2007  /  OPINIÓN

Las cartas que nunca envié

03-09-2007 8:13 p.m.

Querido compañero y amigo

Dicen y dicen bien los que de ello saben que no hay mas patria que la memoria de nuestra infancia.

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Hace más de cincuenta años que nos conocemos, nacimos, crecimos y nos divertimos juntos, vivíamos el barrio, nuestro barrio que con el paso del tiempo se ha convertido en un inmenso bloque de viviendas, y nuestra calle, la calle donde nacimos con una hilera de casas de una sola planta, con el inmaculado blanco de la cal que solo en Andalucía se ve, y que hoy por el paso del tiempo y la modernidad que arrasa con todo ha cambiado, nuestra calle tan llana, tan hermosa, tan intima, era una calle sencilla y humilde, a pesar del blanco de sus fachadas la existencia era un tanto gris, pero a mi me perecía alegre y acogedora, cuando por la noche, las largas noches de verano los ruidos se apagaban, y el aroma pegajoso del asfalto se dejaba sentir en toda su intensidad, y yo que he vivido en otras ciudades, que he viajado por varios lugares no he terminado de salir de mi viejo barrio de Córdoba, allá por donde voy siempre hay un recuerdo.

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He asistido como espectador a tu carrera en este difícil mundo de la pintura, y sabes, por que siempre lo hemos hablado que en este mundo la perseverancia es la mejor consejera, por ese motivo cuando me pongo delante de un lienzo en blanco, busco y a veces encuentro alma y materia, me sumerjo dentro de mis sentimientos y procuro sacar de muy adentro de mi memoria las vivencias de un tiempo pasado, por eso uno de los temas que he pintado y posiblemente haya salido de lo mas profundo de mi ser, fue un cuadro al que le llamé “MI PUEBLO, MÍ GENTE”.

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Como un homenaje a mi gente, a esa gente sencilla de mi pueblo, a esa gente que es capaz de pasar de la mas grande alegría a las mas inconsolable pena, la inspiración, me llegó, me tocó y sucedió una noche que pasaba muy tarde-bastante tarde por la plaza de los Capuchinos, como casi todas las noches a ver a MI CRISTO DE LOS FAROLES.

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Fue una noche como tantas otras, en la que como casi siempre terminaba mis largos paseos diarios por CORDOBA visitando aquella plaza, con sus luces mortecinas, con esa oscuridad casi en la penumbra, que envuelve y cautiva al visitante, ese encanto que solo en esa plaza se puede encontrar y esa figura pétrea de Cristo, ese Cristo que tantas veces en la soledad te obliga a pararte, a relajarte y descansar un instante, una hora, interminable el tiempo, a respirar tranquilidad y sosiego.

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Pero esa fue la que al pasar vi una figura humana, una mujer, su figura iba envuelta en un manto negro que le cubría la cabeza, rezaba arrodillada delante de la figura, era tarde , muy tarde, pero aquella mujer tenía necesidad de rogar, de pedir algo, de creer en algo, fue una imagen que no se me puede borrar de mi mente, aquella mujer lloraba, sus convulsiones me delataba que estaba llorando, y yo allí deliberadamente en la sombra, espiando, o tal vez deseando posiblemente que se volviera y quisiera hablar con alguien y quizás al mismo tiempo temiendo que descubriera mi presencia, llovía, y hacia frío, mucho frío, la noche se había ido cerrando cada vez mas, el frío y el agua iban penetrando en mi cuerpo hasta dejarlo entumecido, el ruido del agua al chocar contra el suelo empedrado de la plaza iba martilleando mi mente, y yo seguía estando allí, con la luna que reflejaba en el suelo mojado la figura de la mujer, y yo todavía seguía estando allí, sin querer moverme, viendo como la sombra del Cristo se engrandecía y cubría toda la plaza y los faroles con su mortecina luz daban el recogimiento necesario para que la escena que estaba presenciando pareciera tan irreal como fantasmagórica, tan tierna como sublime, y yo, seguía estando allí, no queriendo moverme por temor a delatar mi presencia, imaginaba la pasión por la que estaría pasando aquella mujer, pobre mujer arrodillada, con las rodillas posiblemente ensangrentadas, no se volvió, creo que estuve mucho rato observándola, hasta que en un momento dado, se levantó y acercándose a la verja cogió un clavel de los que siempre la adornan en el forjado, lo besó , lo envolvió del calor de sus manos y lo colocó otra vez en la verja, se santiguó y mucho mas tranquila miró por ultima vez al Cristo y se marchó.

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Lenta, pausadamente, cansinamente, casi furtivamente, pero creo que algo mas aliviada su pena, yo en la oscuridad me quedé totalmente inmóvil, no supe que hacer, no supe como reaccionar, tampoco se cuanto tiempo permanecí en ese estado cataléptico que el cuerpo se niega a responder a los impulsos que te manda el cerebro, permanecí un momento, infinidad de momentos, ahora era yo el que lloraba, ahora era yo el que me descubrí empapado de un sudor frío que me hacia tiritar, el agua de la lluvia me resbalaba por la cara confundiéndose con mis lagrimas, ahora era yo el que padecía toda la soledad del mundo, realmente no supe cuanto tiempo permanecí en aquel estado, pero lo que si sé es que cuando pude reaccionar pasaron por mi mente infinidad de imágenes que se iban agolpando en mi cerebro y que me hacían daño.

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Cuantas escenas de habrán repetido, cuantas historias iguales o parecidas, habrán tenido como testigo mudo a la figura de Cristo, cuanta gente se habrá entregado en el recogimiento y la penumbra de la plaza a descargar su pena !Dios mío! cuanta gente.

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Cuando reaccioné, la figura había desaparecido de la plaza, la soledad era mi única compañera, y la soledad era también la única testigo de mi propia soledad, yo como aquella mujer también había dejado parte de mi alma en aquel clavel, seguía lloviendo, la fina lluvia seguía humedeciendo mi ropa, las luces de la plaza eran al mismo tiempo mas brillantes que de costumbre, o posiblemente a mi me lo parecían, me acerqué y vi con asombro que lo que la mujer había puesto en la verja era un clavel de plástico, un simple clavel de plástico, en ese momento pensé que grandeza tiene mi pueblo y mi gente, que manera tiene mi pueblo y me gente de expresar su fe, con un simple clavel de plástico, que gran fe tenía esa mujer, que manera de abonarla, con un simple clavel de plástico.

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Hoy casi 20 ańos después, todavía pasan por mi mente como en un torbellino todos los fotogramas de aquella noche, todos y cada uno de los momentos que me llenaron hasta los tuétanos, que me impregnaron de fe, la inspiración hizo presa de mi, me encontró, me introdujo en mi mente la suficiente sensibilidad como para que bastante tiempo después pudiera reflejar en un cuadro todo el misterio y el encanto que pude respirar y vivir en la plaza de los Capuchinos aquella noche! mágica noche!. Recibe un fuerte abrazo, tu amigo que lo es.

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