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SEPTIEMBRE 2007  /  PERFILES

Carlos Villarias

03-09-2007 8:40 p.m.

Un Conde Drácula nacido en Córdoba

Los españoles adolecemos de un extraño complejo: nos da por pensar que el resto del mundo viviría muy mal sin nosotros.

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Basta que un español pise las alfombras rojas de la meca del cine para creer que estamos colonizando a los americanos; cuando la realidad es que los estadounidenses no saben ni dónde está España; de hecho, y nos es una broma ni una exageración, nos confunden con México.

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De un tiempo a esta parte, parece que nuestros actores y directores de cine, así nos lo pintan al menos los medios de comunicación, revientan taquillas y se hacen merecedores de los aplausos más entusiastas. Desde luego, tiene mérito, no lo negamos, hacer una película de bajo prepuesto y mínimos efectos especiales, en la que el guión hace equilibrismos en la cuerda floja de una interpretación desnuda de artificio. Sin duda, el cine español atraviesa un dulce momento, las mieles del éxito nos suben la diabetes y no tenemos pudor ninguno en afirmar que nuestros actores y directores son la flor y la nata de Hollywood.

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Sin embargo, no nos vendría nada mal apelar a la humildad y mirar al pasado para descubrir que no estamos ante un hito sin precedentes. Cuesta creerlo, pero cuando la industria del cine americano todavía usaba pañales y zarandeaba un rústico sonajero, un cordobés, Carlos Villarias, ya destacaba como actor.

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Lamentablemente, son escasísimos los datos que nos han llegado de la biografía de Carlos Villarias. Nació en Córdoba, el 7 de julio de 1892; y murió en Los Ángeles, California, el 27 de abril de 1976. Fueron varios sus nombres artísticos: Carlos Villar, Carolos Villarias y Carlos Villarios. Participó como actor en más de 80 películas, pero quizás su actuación más memorable es aquella en la que llegó a brillar a pesar de la sombra proyectada por Bela Lugosi: “Drácula” (1931).

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Antes de que el cine americano recurriera al doblaje para difundir sus producciones en países de habla no inglesa, se hacían versiones paralelas, empleando a actores de las nacionalidades en las que se pretendía promocionar las películas. Para la versión americana de Drácula se escogió a Bela Lugosi; para la versión hispana, al cordobés Carlos Villarias.

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El desconocimiento de la técnica de doblaje obligaba a volver a rodar las películas con actores oriundos de los países a los que éstas iban destinadas. Esta circunstancia se aprovechaba para introducir variantes que facilitaran la aceptación del público al que iban dirigidas, introduciéndose cambios. Por ejemplo, la versión hispana de Drácula, atesora un contenido erótico más explícito. La versión americana huye de toda connotación sexual… ya se sabe lo suyos que suelen ser los americanos para este tipo cosas.

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Todas las comparaciones son odiosas y, en este caso, a priori, podría pensarse que el cordobés lo tenía todo en su contra para brillar y hacerse ver, disipando la kilométrica sombra proyectada por Bela Lugosi. No obstante, a pesar de la magistral actuación del actor húngaro, Carlos Villarias supo impregnar su envolver a su personaje de un halo especial. Bela Lugosi ha sido la imagen más emblemática de Drácula; hasta el punto de ser enterrado con la capa que le sirvió para caracterizar su personaje; y sin embargo, la actuación del cordobés para nada desmerece la del actor húngaro.

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Nadie está exento de críticas y hasta se llegó a dudar del gran Bela Lugosi. Se cuenta la siguiente anécdota: uno de los guionistas, Garret Fox, cuando conoció a Lugosi, se sintió descorazonado y comentó “nadie se va a creer que este paleto es un aristócrata”. Browning, el director, al oírlo, respondió: "viene de Transilvania y no sabe inglés... Es Drácula".

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Recordemos que Bela Lugosi nació en Lugos (Transilvania), localidad en la que se inspiró para elucubrar su nombre artístico. En Transilvania, la actual Rumania se forjaron las leyendas sobre el personaje que habría de interpretar. Seguramente, los tétricos paisajes recortándose en la mortal palidez de un cielo que anochece, los bosques umbríos que apenas filtran la luz azafranada de la luna llena, las atávicas supersticiones que se susurran con miedo, ayudaron a Bela Lugosi a construir su personaje. Carlos Villarias, en cambio, nació y vivió en un lugar radicalmente distinto: un sol inmisericorde que cae a plomo sobre la campiña, el rumor del Guadalquivir que acaricia los lagrimales de los ojos del Puente Romano, historias de bandoleros que duermen la siesta a la sombra de un chaparro… El actor cordobés, a diferencia del húngaro, se había criado en la tierra del sol y la alegría, una tierra en la que la luna llena es una excusa inmejorable para rondar la reja de una muchacha, una tierra que, en lugar de protegerse con ristras de ajos, lo hace con sentido del humor.

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Sin embargo, esta aparente luminosidad que podría haber perjudicado la actuación de Carlos Villarias fue mitigada por una circunstancia puramente fortuita: los actores americanos tenían preferencia en el uso de los escenarios, de manera que rodaban durante el día; a diferencia de los actores hispanos que no tenían más remedio que hacerlo de noche. Gracias a esta no pretendida nocturnidad, la versión hispana posee una atmósfera tétrica y fantasmagórica, metífica y lúgubre. Además, el actor cordobés realiza un excelente trabajo de expresión con la mirada y una exquisita caracterización, el aura que desprende el personaje de Villarias está sumamente conseguida. Recordemos que Drácula es uno de los personajes más difíciles de interpretar: enigmático y sensual, frío y apasionado, oscuro y brillante. Difícilmente existe un papel más complicado en la historia del cine, ya que, en interpretaciones de esta naturaleza, no suele haber medias tintas: o se borda, lo cual es increíblemente difícil, o se corre el riesgo de hacer el ridículo más ignominioso.

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Desde luego las opiniones que podemos encontrar en los foros de Internet son dispares. Nunca llueve a gusto de todos. Sin embargo, como suele suceder en la vida, todo depende del color del cristal con el que vemos las cosas. Muchos de los reproches que se le hacen, bien mirados, pueden ser una virtud. Por ejemplo, se le recrimina que, teniendo como referencia la actuación de Bela Lugosi, no la tomara como ejemplo para edificar la suya (a pesar de que se le exigió expresamente), construyendo un personaje que no aprovecha los aciertos del Drácula de la versión americana. Este “desacierto” puede ser interpretado como un gesto de dignidad: un verdadero artista sueña con crear a partir de la nada, no con emular lo que otros hacen. Plagiar los aciertos de Lugosi hubiese dicho muy poco a favor de Carlos Villarias.

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No deja de resultar cuanto menos curioso el hecho de que el director de la versión española no supiera una sola palabra de español. Se limitaba a comprobar que los actores deambulaban por escena según lo previsto. Ésta es, quizás, la razón por la que muchos de los actores adolecen de problemas de dicción. Es posible, también, que esta circunstancia ayudara a que al director no le extrañase que todos los actores del reparto parecieran haber escapado de una Torre de Babel hispanoamericana. Los actores del reparto de la versión hispana pertenecían a distintas nacionalidades, de modo que cada uno leía sus frases con la entonación propia de su lugar de origen.

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Resulta increíble que, en los años treinta, el vampiro que aterrorizaba al mundo de habla hispana tuviera acento cordobés. Éste es nuestro más sincero tributo a una persona que, queriendo envolverse en tinieblas para caracterizar su personaje, acabó envuelto en las brumas del olvido.

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