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SEPTIEMBRE 2007  /  REPORTAJE

Una misión en la vida

03-09-2007 8:40 p.m.

“África está siendo saqueada sistemáticamente y vapuleada por todos los flancos” JUAN JOSÉ AGUIRRE, OBISPO DE BANGASSOU

Procedente de la tierra roja de África y tras veintiséis años de gestión incansable, ha visitado Córdoba Juan José Aguirre, obispo de la diócesis de Bangassou (República Centroafricana). Con dieciséis años descubrió que su verdadera vocación estaba encaminada a prestar ayuda a los demás. Sin más, decidió enrolarse como misionero comboniano y marchar hacia al séptimo país más pobre del mundo.

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- ¿Qué le trae por Córdoba, su tierra natal?

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Visitar a los amigos, a la familia y a tantos colaboradores que nos ayudan regularmente en los proyectos que tenemos en la diócesis de Bangassou. Venir a Córdoba es hacer una labor de sensibilización para seguir manteniendo todos los proyectos.

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- ¿Cómo es su vida en Bangassou?

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Normalmente paso doscientos días al año en la selva, visitando las 300 capillas. Aquella es una zona de unos 100.000 kilómetros cuadrados. Los lugareños me cuentan cómo va la comunidad. Mi cometido es trabajar por la evangelización a la vez que por la promoción humana. Visito cada zona en unos quince o veinte días y me vuelvo a Bangassou, donde siempre me encuentro la mesa llena de trabajo; de proyectos; de fotografías; de cosas para justificar… En Bangassou, mi puerta está siempre llena de gente, como si fuera un avispero. A veces, son sólo personas que desean hablar conmigo. Otras, llegan con dificultades extremas.

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- ¿Podría decirse que, en Bangassou, su vida es más espiritual que material?

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No. Tiene un componente material y otro espiritual. Mi despertador está puesto cada día a las cinco menos diez de la mañana. Nos levantamos muy temprano porque nos acostamos pronto. Antes del amanecer dedico una hora y media a la oración y luego tengo la Eucaristía con la gente del lugar. El trabajo del día está roto por esas cinco oraciones que tenemos todos los religiosos, en los que nos abandonamos a la espiritualidad. El resto de las horas las paso sumergido en el trabajo apostólico de cada día, gracias al que llego a tocar con los dedos la realidad más pobre de esta tierra. Estoy en contacto permanente con enfermos de lepra o SIDA en fase terminal. También, convivo con personas que tienen menos de un euro al día; una sola camisa para todo el año; y que come una sola vez en veinticuatro horas. Es gente muy pobre, a la que yo tengo que estar continuamente animando.

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- ¿Hay que tener una fortaleza especial para vivir con ello?

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Digamos que Dios da a los misioneros un carisma especial. Esta fuerza la da Dios y nosotros la recibimos gratis. Y Él la da a quién quiere y porque quiere. A mi me la ofreció con dieciséis años, aquí, en Córdoba. Me preparé y me fui a Bangassou. El que no tiene esa fuerza se le hace muy duro. Últimamente recibimos misioneros laicos por unos meses. Algunos no aguantan. Se vuelven cuando llevan pocas semanas porque no pueden digerir la tensión y el contacto con realidades tan extremas y circunstancias tan duras.

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- ¿Qué le da entonces a usted aquella tierra para que lleve allí 26 años y no tenga en sus planes volver a España?

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Pues el dar la vida por los demás: una aventura preciosa y apasionante. Lo hago por la vocación que tengo y que me ha dado el Señor. Dar la mano a los que está caídos, como Jesús hacía en el Evangelio, para ponerlos de pie y darles una oportunidad. Yo los animo diciéndoles: “Venga, no te desesperes. Ve adelante. Dios está contigo”. Entusiasmar a esta humanidad caída es muy bonito. Los tesoros que recibimos allí no son de esta tierra, sino espirituales.

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- ¿Por qué da tanta serenidad escucharlo?

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La serenidad la da Dios. Es Él quién llena nuestra vida de ella. Seguir a Dios e imitar a Jesucristo en aquella tierra de África es una aventura apasionante. Supongo que también influye el ambiente en el que vivo, envuelto en millones de metros cúbicos de verde. La mayor parte del año, habito una cabaña de paja y barro. Duermo solo en plena selva, con sus ruidos y sus animales. Eso te entra por los poros de tu cuerpo y te va haciendo diferente a como eras. En ese sentido, África es como un alfarero que le da una forma diferente a la pieza que tenía en un principio. A los pocos años, cuando vuelves, tus familiares notan que África te ha moldeado.

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- ¿Nunca pensó en tirar la toalla y volver a Córdoba son su familia?

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Nunca he tenido esa tentación, aunque motivos para ello no me han faltado. Hemos vivido momentos durísimos de guerra en los que veía pasar las balas muy cerca. He tenido que recoger a personas muertas muy queridas y defender a mi gente ante soldados armados. Sin embargo, no he perdido la sangre fría y la capacidad de animar a los que se desmoronaban a mi alrededor. Esta fuerza, como decía antes, la da Dios. Yo sólo soy un inútil servidor en sus manos. Nunca tuve la tentación de volver porque mi vocación era para toda la vida. Además, así es como soy feliz.

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- ¿Qué opinó la familia cuando tomó la decisión?

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Mi padre y mi madre se llevaron una sorpresa, pero me ayudaron muchísimo. Hoy día, puedo decir que tengo una familia que me apoya. Somos nueve hermanos y una piña. Ellos también tienen el gusanillo de la misión y colaboran, cada uno a su manera. Todos ellos, hasta los sobrinos más pequeños, saben algo. Algunos pasan parte de sus salarios a proyectos que se realizan en Bangassou; otros trabajan en la Fundación Bangassou y en sus 25 grandes proyectos. ¡Qué bonito es que la vocación que Dios me dio a mí la comunicó de alguna manera a mi familia!

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- A lo mejor fue usted el que se encargó de esa comunicación…

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MI madre dice que cuando Dios da la vocación misionera a un hijo, también la tiene que dar a los padres, para que ellos puedan soportar la lejanía. Recuerdo la primera vez que me acompañó a la estación de tren de Córdoba. Ella me dijo: “Ve adelante si crees que este es tu camino. No te preocupes porque no estemos mucho tiempo juntos en este mundo. Pero compórtate de forma que podamos estar siempre unidos en el cielo”. Esto fue hace 35 años. Ahora, cuando vengo a casa, mi madre está muy contenta de verme. Cuando me voy, siempre llora. Ella ha podido venir a verme a Bangassou y yo vengo a Córdoba siempre que puedo.

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Aguirre lucha, incansablemente, por la gente de Bangassou. Desea, con su gestión y con la ayuda de los que le rodean, poder elevar la edad media de vida hasta los sesenta años. Junto a él, se encuentran setenta personas, entre misioneros, misioneras y laicos. Todos luchan por un mismo fin: levantar una iglesia cristiana en el lugar y velar por la vida de los africanos, unos seres, todavía indefensos.

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- Hábleme de Bagassou. ¿Qué significa aquella tierra para usted?

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Bangassou es una ciudad de 25.000 habitantes que se encuentra en plena selva, olvidada por todos. Al no haber una gran población no es interesante para las ONG’s y los grandes organismos. Allí no se pueden realizar los grandes proyectos de desarrollo. Es un lugar que carece de todo. Sin embargo, sus habitantes cuentan con una gran riqueza espiritual. Cuando vamos a África recibimos mucho más de lo que somos capaces de dar. Bangassou es una diócesis que me ha hecho ser diferente a como era. Desde allí, nos da la sensación de que a los europeos se os escapan muchos momentos de la vida porque vais siempre rápido. En África, nunca se tiene prisa para nada. De ella, he aprendido a valorar el silencio.

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- Y usted, ¿qué le da a Bangassou?

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Yo doy lo que puedo a la diócesis. Intento satisfacer las carencias de la zona con los proyectos. Hoy, Bangassou es una ciudad donde el dieciocho por ciento de su población es seropositiva. Tenemos un proyecto dedicado a los enfermos terminales de SIDA llamado ‘Centro El Buen Samaritano’, donde acogemos a mujeres y hombres para que puedan morir dignamente; tenemos un proyecto dedicado a la educación de 1.300 huérfanos; tenemos escolarizados a unos 7.000 niños; gracias a los cordobeses, hemos podido construir la Escuela Técnica. Con todo esto, Córdoba va dando a Bangassou todo lo que esta tierra me ha dado a mí y al resto de misioneros.

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- ¿Qué siente cuándo la gente se preocupa por este gran proyecto que tiene entre sus manos?

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Una alegría muy grande. Cuando me enteré que el pasado mes de marzo acudieron 1.300 cordobeses al Círculo de la Amistad para levantar un proyecto en Bangassou gracias a una cena solidaria, me dio una gran alegría. Me pareció increíble que esta tierra estuviera en boca de tantas personas. Me sentí muy orgulloso.

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- ¿Qué es lo que nos encontramos cuando llegamos a Bangassou?

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Lo que más impresiona es la tierra roja que tiene Bangassou y su elevada humedad. Allí hay mucha gente que vuelve del campo con diez o quince kilos sobre su cabeza. Todas las chicas son altas, delgadas y caminan muy derechas. Aquí serían modelos, pero allí sólo transportan grano o agua sobre sus cervicales. También encontraríamos varios grupos de jóvenes que trabajan en la construcción del alcantarillado de la ciudad. Ellos no tienen necesidad de ir a un gimnasio. Todos, en Bangassou, están muy acostumbrados a trabajar.

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- ¿Cree usted que este subdesarrollo tendrá solución algún día?

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Veo muy lejano el momento en que todos los seres humanos estemos al mismo nivel. Hoy por hoy, los pobres son cada vez más pobres. Sin embrago, nosotros podemos elevar el nivel de vida en Bangassou educando a los niños y ayudándoles a saber cómo defenderse. Centroáfrica tardará, mucho tiempo en salir a flote, porque las grandes empresas se interesan mucho en sus tierras y poco en sus gentes. Hoy, África está siendo saqueada sistemáticamente y vapuleada por todos los flancos. Cuando aquella tierra sea consciente de ello, habrá grandes cambios. Sólo hace falta educación. Queda mucho camino que hacer.

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- ¿Qué le diría a un cordobés cualquiera? ¿Le pediría algo en especial?

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Le diría que utilizase toda su sabiduría para mirar hacia los demás, que es lo que llena el corazón. Les pediría que viese con simpatía al mundo de los misioneros y que orase. La fuerza de la oración nos llega, y es lo que nos sigue animando para continuar con el trabajo del día a día.

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